El “decrecimiento” económico es una teoría económica contraria al crecimiento económico. Pensar que la economía debe crecer cada año unos puntos del PIB, es algo que nos parece lógico y positivo y nos indica que el país es más rico. Pero pensar en decrecer, o sea producir menos, comúnmente se considera algo negativo y sinónimo de pobreza. Pero para un sector de los economistas no convencionales, el decrecimiento es una alternativa viable y deseable para salir de la actual crisis ambiental y económica en que vive la humanidad, profundizada por la pandemia del Covid-19.
Para los economistas ecológicos, heterodoxos o simplemente rebeldes, lo que ha pasado en los últimos días en la economía mundial, es el inicio de un periodo de decrecimiento, en donde los países bajaran su producción y consumo de materias primas y energía. Llevar a efecto un decrecimiento voluntario y programado en un país es prácticamente una idea utópica, por eso crear un escenario experimental para esta teoría es prácticamente imposible. Pero ahora a la luz de las medidas económicas que han tomado los países, de cerrar al menos por unas semanas fábricas y comercio, se abre la posibilidad de observar cuales son los aspectos e impactos positivos que genera el decrecimiento en el medio ambiente y en el bienestar de la sociedad.
Con solo unos días de cuarentena, se han observado en centros urbanos a animales como osos, alces e incluso de delfines en algunas costas, ha disminuido el nivel de concentración de CO2 en el planeta, además algunas personas han reportado señales de bienestar humano tan sencillos pero escasos actualmente, como el de dormir tranquilamente sin ruido en la noche.
No es de extrañar estos efectos en la naturaleza con tan solo unos cuantos días, puesto que la naturaleza tiene una gran capacidad de resiliencia y de auto regeneración.
Pero el decrecer por decrecer, sin estar acompañado de medidas económicas coherentes con la sustentabilidad, la austeridad, el ahorro y la preservación del medio ambiente, no traerá nada positivo, sino una profunda recesión económica.
Es menester que los países se concienticen de los cambios estructurales que tendrá la economía global y prepararse para una economía “post-coronavirus”. Los sistemas económicos, cualquiera que estos sean; Capitalistas Neoliberales, Keynesianos, Socialistas con todas sus variantes, incluyendo las progresistas, no podrán seguir comportándose igual que antes de este evento de crisis de salud mundial; o los sistemas económicos cambian y evolucionan o se autodestruirán junto con todos los seres humanos.
Es por esto que es conveniente que los países, junto con los grupos económicos y en concertación con sus ciudadanos, lleguen a acuerdos en cuanto a cómo será el trabajo, ¿si se reducirá las horas trabajadas, también se reducirá el salarió? ¿Si las empresas producen menos, los precios de los productos deben de subir? ¿Si el consumo disminuye, la vida útil y la calidad de los productos deben de aumentar? ¿Si algunas actividades económicas grandemente insustentables deben de desaparecer con qué criterio se determinará cuáles? ¿Cómo serán sustituidos los puestos de trabajo? ¿Cuáles son las nuevas empresas que deben florecer? ¿Empresas de entretenimiento o de asistencia social?
Todas estas inquietudes se les deberá dar respuesta, pero quizás a la pregunta más importante que debe encontrar respuesta la sociedad en general es ¿Cómo ser más feliz consumiendo menos?