"La vida te da sorpresa, sorpresa te da la vida, ay, Dios!"
Este estribillo de la canción de Ruben Blades, que nos narra al detalle y casi que fotográficamente, aquellas situaciones que en la vida, resultan muy impactantes.
Pero hablando de impacto, más sorprendentes resultan ser, las decisiones de las autoridades internacionales responsables del fomento, regulación y control de la inocuidad alimentaria y de la salud del mundo de los consumidores.
Recomendaciones que convierten en normas, para evitar los malos procesos, hábitos o costumbres que terminen afectando la salud pública. Y los gobiernos las replican, siempre y cuando no le sean contrarias a sus intereses políticos.
En ellas, estos organismos determinan las medidas necesarias en los procesos y conservación de los alimentos. Recomiendan y tasan los nutrientes a consumir. Nos previenen sobre cuales son considerados nocivos para la salud, al tiempo que nos dicen que elementos, presente en nuestro organismo, resultan perjudiciales para una vida sana.
Desafortunadamente las normas están estrechamente ligadas a estudios hechos por cadenas de científicos, organizados de tal manera que los resultados, terminan coincidiendo con los intereses de la gran industria, por lo que seguramente ya pagó.
Por ejemplo: desde mediados del siglo pasado, las grasas saturadas fueron responsabilizadas de ser las causantes de las altas concentraciones de lípidos en la sangre.
Así lo revelaron los informes divulgados, en artículos publicados, en New York Time, The Guardián, BBC Mundo, El Pais. Incluso en El Espectador.
Sobre hechos demostrados en documentos históricos, difundidos sólo hasta el 2016. Donde se confirma que se pagaron investigaciones para exonerar de toda responsabilidad a los azúcares, entre ellos al jarabe de maíz de alta fructosa; principal edulcorante de las bebidas azucaradas e ingrediente básico en el próspero negocio de los desayunos con hojuelas de cereales.
Productos que hoy se pasean libremente entre platos, vasos y pocillos en la mesa de muchos hogares, mientras en otros casos hacen de las suyas disfrazados de alimentos, como espías de esa industria y aliados estratégicos de los fármacos, haciendo el negocio más redondo.
Una situación similar por poco lleva a cadena perpetua al colesterol. Sí, al colesterol, ese agente altamente nocivo para la salud, según estudios mal hechos o bien pagos. La medicina clasificó a esa mezcla de lípidos y proteínas de baja y alta densidad, en buenos y malos.
Respondiendo a la ley de los antónimos complementarios, ya que no hay grandes sin pequeños, ni existen hembras si no hay machos de por medio. De esta manera, al que le dieron el calificativo de dañino por su laboriosidad en la protección del endotelio, lo condenaron a más de cuarenta años de ser el responsable de infartos y muertes de miles de seres humanos.
Entre tanto, los verdaderos responsables vivían haciendo y deshaciendo con la salud de la humanidad y preparando el camino de beneficios a una u otra poderosa industria.
Afortunadamente, investigaciones no pagadas y desarrolladas por científicos de ética y moral propia, dieron al traste con muchas investigaciones de mediados del siglo XX. A este hecho se le sumó la aparición de la redes sociales, mecanismos de interacción humana que a pesar de sus falencias -producto de la diversidad cultural- abrió las puertas de las comunicaciones. Información que estaba reservada hasta entonces, a los grandes medios de divulgación y propaganda de empresarios y gobiernos.
Hoy, cuarenta años después. Nuevos estudios e investigaciones presentadas ante las mismas autoridades, dejan en “libertad a prueba” al colesterol. Se dieron cuenta, que la limitante impuesta al consumo de este nutriente y de las grasas saturadas, hizo que la población cambiara una dieta balanceada por una alta en azúcares y como consecuencia casi el 60% de la población estadounidense tiene problemas de obesidad. De no cambiarse dichas políticas cuatro mil millones de personas en el planeta será obesa y diabéticos en los próximos años.
Los estudios más recientes de la Asociación Americana del corazón (AHA) y del Colegio Americano de Cardiología (ACC), no presentaron evidencia disponible que mostraran relación alguna entre el consumo de colesterol en la dieta y la presencia del colesterol sérico en sangre. En conclusión, en el informe de evidencias de los departamentos de Salud y de Agricultura de Estados Unidos; estudio científico que se actualiza cada cinco años, los 14 experto del Comité Asesor de Guías Alimentarias en 2015 (DGAC por sus siglas en inglés), determinaron que “el colesterol no es un nutriente que cause preocupación por su consumo excesivo.”
Por otro lado, existe una investigación determinante para exonerar de toda responsabilidad al colesterol, e incluso a las grasas saturadas de su relación con los problemas cardiacos, es el resultado de los estudios en cohorte poblacional de Framingham, iniciados en esa comunidad de Estados Unidos, en cuya población se hacen los más grandes estudios de alimentación y hábitos saludables y otros, e iniciados en 1948 y vigentes aún hoy día.
En 2015 su director adjunto informó, que en la dieta, “ni las grasas saturadas ni el colesterol son causa de las enfermedades coronarias.” Este hecho finalmente se constituyó en la boleta de libertad definitiva para el colesterol y sus compañeras de celda, las grasas saturadas.
Por esta razón, los alimentos altos en grasa y obviamente en colesterol, como el chicharrón, los huevos, los mariscos y otros. desde hace algunos años regresaron a casa para quedarse en la mesa.
Sin embargo, se recomienda evitar los excesos y hacer consumo moderado de estos nutrientes, así como también evitar el consumo de granos refinados, grasa trans y productos hidrogenados o con azúcares añadidos.
Es decir: ¡no hacer de celebraciones, parrandas!