Ahora es la declaración de renta de Álvaro Uribe (senador) la protagonista del debate. Igual que a diario acontece con sus trinos, los discursos, sus rabias, la nueva propuesta constitucional, la inconstitucional, la riña, el salario mínimo, el enredo judicial, aquellos testigos, desmovilizados, víctimas, abogados, protegidos, estado de opinión, los tiempos cuando gobernó, los que no gobernó, la corrupción, la anticorrupción, todo, absolutamente todo en y por Él.
¡¡Que plomo!! Nos hemos acostumbrado por impulso de la cotidianidad a hacer eco de su Yo mayestático. En cuerpo propio o irradiado en la familia, en su anillo de seguridad o en el círculo de leales, aquel Yo sobresaltado ha abrumado cada grieta, las costuras y cualquier intento de vuelo de la política del país en lo que corre de este siglo, ya de por sí largo. Protagonista de la guerra y la paz. Él es oposición, legislación, gobierno, justicia, verdad, silencio. Presidente, congresista, caballista, conquistador. Uribe es noticia, agitación, contradicción o referencia cuando habla y resulta serlo más cuando calla.
No queda ninguna presa suelta. Incluso los caballos de Uribe son personajes de la ineludible tragicomedia, el Incitatus de Calígula. Sin huida en la línea del horizonte el día a día parece gobernado por la necesidad de referirnos a Él, igual que en otros tiempos se exigía a todos dirigirse a Stalin como “Gran comandante”, comandante que tutelaba omnipresente la mesa y hasta la conciencia orgásmica del pueblo. Todavía --y perdóneseme la asociación aleatoria-- a los pies de cualquiera de las gigantescas estatuas e iconografías de Kim Il-Sung en Corea del Norte acostumbran ir los recién casados para ofrendar flores en súplica hechicera de buena suerte, de algún toquecito de su incontrastable inmortalidad. Las mujeres viven obligadas llorar y los soldados a reír frente a la presencia Gran Líder y ante su nieto que hasta esta hora sigue gobernando.
________________________________________________________________________________
Su Yo sobresaltado ha abrumado cada grieta, las costuras y cualquier intento de vuelo de la política del país en lo que corre de este siglo
________________________________________________________________________________
En esas estamos. Nosotros, según ironizaba Galeano de los uruguayos, tenemos la tendencia a pensar que existimos. Así que hurgamos en Él, en Uribe, intentando atravesar el escudo que empuña con regocijo. Desde luego, no son pocas las veces en las que resultamos con sensación de tirar nada más que erizos de mar a una pared de hormigón, mientras Él toma aire, se inflama y fortalece la afección de autofonía que parece acompañarlo.
Desde hace un tiempo, cuando las cosas se ponen más tensas en el reeditado hábito de la violencia nacional, regreso al “antimonumento Fragmentos” a recuperar esperanza, a caminar sobre el piso elaborado con las armas desleídas de las Farc allí escucho el llamado de mujeres que padecieron horrores, afirmando con certidumbre que así como fue posible fundir ese montón de fierros letales también puede hacerse con los odios.
Puesto que la reciente historia política y su acaecer próximo transitan tan indisolublemente adheridos al Yo de Álvaro Uribe, a esa manera monárquico-democrática contemporánea de exponer la fórmula del Estado soy Yo, aunque resulte cándido esperar tal cosa, más que su declaración de renta en ceros, en diez o en un millón, este país necesita una declaración suya. No digamos siquiera una confesión, una aceptación o declinación. Una declaración, en el sentido básico que implica exponer claridad sobre algún asunto o cuestión.
No hay marcha atrás. Al expresidente se le agota el tiempo y la convocatoria; al senador el fuero. Puede entonces declarar. Más allá de la renta y los ingresos del año pasado, podría contribuir de ese modo a superar una historia que, de orilla a orilla, tiene a todos agotados.