Declaración de Guerra
Opinión

Declaración de Guerra

La proclamación de Trump recién posesionado nos pone en guardia frente a la intención de buscar y anunciar la muerte de la prensa

Por:
enero 29, 2017
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Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo
Thomas Jefferson

 

Horas después de jurar sobre la Biblia de Lincoln y la Biblia de su madre, Donald Trump ya había declarado su primera guerra. Según sus declaraciones, la prensa, con su fastidiosa insistencia en los hechos y las evidencias, no se iba a interponer en la grandiosa gesta de hacer a “América grande otra vez”.

Hace solo algunos años esta era una guerra impensable.  En una democracia ningún gobernante podía darse el lujo de contrariar o enfrentar a la prensa, en el sentido amplio del concepto.  Claro, había medios amigos y cercanos; otros críticos y otros realmente contradictores, pero más allá de estas relaciones, la “prensa” era el cuarto poder y su alcance para movilizar, controlar y denunciar la hacía un enemigo formidable y una lucha suicida.  Las políticas gubernamentales se enfocaban a evitar los desgastes inoficiosos, a bajar el tono de los escándalos y, a cambio, privilegiaban unas relaciones respetuosas y proactivas con los medios de comunicación en el reconocimiento de que “Gobernar es comunicar”. 

El florero de Llorente que detonó la mecha y movilizó las tropas a la frontera, después de meses de tensiones, parece baladí, pero es muy sintomático de lo que representa el gobierno Trump y de lo que serán los próximos 4 (8?) años para la prensa, para Estados Unidos y para la verdad.  En la primera aparición frente a los medios acreditados ante la Casa Blanca, Sean Spicer, vocero oficial del Gobierno, contra toda evidencia (fotográfica, testimonial y documental), dijo que la ceremonia de posesión de su jefe había sido la de mayor asistencia en la historia del país.  Al día siguiente, y para rubricar la gesta, la exgerente de campaña del ahora presidente dijo, sin sonrojarse y en tono desafiante, que el vocero había presentado “hechos alternativos”.  Expresión que significa, en otros términos, que así lo perciben, que tienen derecho a un universo paralelo y como ganaron… entonces de malas.  Tal como lo leen. En ese universo paralelo no hay tal cosa como el calentamiento global y se afirma que fueron 5 millones de inmigrantes ilegales quienes votaron por Hillary arrebatándole a Trump el triunfo en el voto popular.  Y para rematar el ataque frontal hacia la prensa, el bloguero ultraderechista y ahora consejero de Trump, Steve Bannon, dijo que la prensa con sus fotos, investigaciones y cifras es “el partido de oposición”.

 

En la primera aparición frente a los medios acreditados ante la Casa Blanca,
el vocero oficial, contra toda evidencia, dijo que la ceremonia
 de posesión de su jefe había sido la de mayor asistencia en la historia del país

 

 Hoy en día la guerra contra la prensa es posible por varios factores.  El primero de ellos tiene que ver con el desgaste, real y dañino, aunque ampliamente exagerado por algunos, de los medios tradicionales.  Los periódicos y  grupos de comunicación  han sido objeto de fusiones y procesos de reestructuración luego de su adquisición por grandes grupos económicos.  Obviamente, se dinamizan poderosos intereses que afectan el desarrollo de los procesos comunicacionales,  la independencia y  la libertad de prensa.  En muchos países, incluido el nuestro, la prensa tiene bajos niveles de credibilidad.  El segundo aspecto, que empuja y envalentona a quienes quieran enfrentar a la prensa, es el poder, efectividad e  inmediatez de las redes sociales.  En segundos, un mensaje sobre cualquier tema, escrito desde cualquier parte y sin apoyo de nadie, puede llegar a millones de personas.  Sin sala de redacción, sin fuentes confirmadas, sin editores y sin inversiones hay ya megáfonos poderosos a disposición de millones de personas para públicos también multitudinarios.

Aunque no sea popular y parezca retardatario, es necesario prender las alarmas frente a la intención de buscar y anunciar la muerte de la prensa y declarar la llegada de la libertad de información plena y el “retorno” del poder comunicativo  al ciudadano.   La ausencia de un prensa profesional e independiente (más o menos según las circunstancias) no será  el reino de la libertad y el empoderamiento del ciudadano, sino una mezcla de Estado comunicador, monopolizador y censurador, y de una explosión de mentiras, verdades a medias y versiones amañadas o incompletas disparadas desde todos los rincones.  Obvio que la apertura de la comunicación permite que muchas miradas, posiciones y proyectos nos toquen y se multipliquen, pero esto no puede ir en detrimento de los hechos, las cifras, la lógica, la ley, los datos, el buen nombre y la dignidad de las personas y, por supuesto,  de  la sana y necesaria coherencia entre los anteriores y las conclusiones que se publican.

En un texto inédito de 1939 Albert Camus, periodista, novelista y premio Nobel de Literatura argelino, decía que, no obstante el miedo que se vivía por la amenaza nazi, los periodistas y los periódicos no podían simplemente interpretar el momento y llamar al odio y a la fiebre patriótica sino que, la honestidad y la responsabilidad con la verdad y la libertad, obligaban a la prensa, incluso en esos momentos extremos, a promover el ejercicio de los deberes democráticos de cada ciudadano.  En los momentos de mayor riesgo es precisamente cuando la prensa debe ser capaz de rescatar los valores que permiten a los seres humanos convivir en paz.  En un mundo en el que las estructuras de poder y las instituciones parecen desplomarse  y en el que el nacionalismo populista  y para el caso colombiano la corrupción retoma o amplía espacios, el ejercicio de indagar, cuestionar e informar con rigor, crítica y responsabilidad se hace imprescindible.

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