Hace unos meses, la escritora Lionel Shriver dio un discurso defendiendo la posibilidad de los escritores de ficción de escribir sobre personas totalmente diferentes a ellos, incluso minorías. Dio el discurso con un sombrero mexicano puesto (ella es blanca) y desató tremendo debate.
Las preguntas sobre la apropiación cultural muestran un lado interesante del debate entorno a la libertad de expresión, tan vigente ahora. (Pensemos por ejemplo, en el sombrero: ¿era su punto? ¿Es irrespetuoso? ¿Y qué pasa si es irrespetuoso?)
Resumida la discusión, una columnista en The Guardian reaccionó en respuesta al discurso que los escritores blancos no debían escribir ficción sobre minorías. Estas son apropiaciones de una realidad cultural ajena. Refuerzan que las minorías no hayan podido nunca definir su lugar en los espacios sociales y que su experiencia en ellos siempre ha sido definida por los más privilegiados. Deberíamos dejar que ellas hablaran, y creerles cuando hablan, sostenía ella. Shriver se defendió en una columna en The New York Times. Sostuvo que si los escritores solo pudieran escribir sobre su experiencia se acabaría la ficción, habría solo periodismo o memoir. Defendió la ficción como un vehículo para la empatía. Señaló que la ficción es ficción justo porque se trata de representar la vida de gente que no conocemos y distinta a nosotros, de hacer ese esfuerzo. Sostuvo que la izquierda liberal (estadounidense, al menos) estaba cayendo en un terrible error al volverse restrictiva del discurso, al censurar a cualquiera que hable de forma tal que ofenda a otro, creyendo que con hacerlo se diseña un mundo en el que los racistas, machistas, etc. del mundo desaparecen. Esta columna, también del NYT, me parece que zanja un poco la discusión, pues justo habla del poder que contar la historia de otro implica y lo crucial de la diferencia entre contar una historia bien y contarla mal, sobre todo para definir la legitimidad de quien la cuenta, no su propio origen.
Lo que no se debería decir o escribir
es lo que ejerza poder para definir quién soy yo
y con ello me denigre
¿Qué tiene esto en común con la libertad de expresión (tan presente en el lío de los Chompos de Los Andes, el terrible discurso de Trump y la cascada de mensajes misóginos, racistas y demás que ha desatado, entre otros tantos casos)? Creo que tienen al menos una respuesta común, al menos desde una óptica “liberal-progresista” (al menos la gringa): lo que no se debería decir o escribir es lo que ejerza poder para definir quién soy yo y con ello me denigre. Por eso no al discurso racista, ni machista ni denigrante, de ninguna manera, porque disminuye el lugar de mujeres o minorías étnicas, etc. en el mundo.
¿Esto qué significa? Esta columna es demasiado corta y yo demasiado superficial para esto. Pero tengo tres comentarios – aunque bienvenido el debate, porque llevo pensando varios días en esto. Primero, me preocupa que la postura progresista de escuchar al otro, se vuelva creerle al otro de plano. Creo que hay que hacer bien la tarea, aceptar al principio que uno no sabe, escuchar, ser cauto y no opinar por encima pero me preocupa ceder por completo la posibilidad de ser yo quien determino la dirección de mis posiciones. Eso, al respecto de la columnista de The Guardian. Creo igual que esto no es revolucionario, y que en la mayoría de los casos una evaluación cuidadosa de la historia de alguien genera empatía y que uno entienda cómo se siente esa otra persona y por qué. Pero hay casos que no y esos son importantes. Entiendo que hacer un proceso reflexivo en todos los casos es imposible, pero debería ser al menos el ideal.
Otros, para una próxima vez, son, primero, si el discurso políticamente correcto tiene el peligro que señaló Shriver de opacar al que piensa distinto, pero sin desaparecerlo. Segundo, creo que el derecho a la libertad de expresión que yo defendería es uno que abarca el mío y de la gente con quien estoy en cero desacuerdo, con tal de que ninguno cause ningún daño directo a nadie. La definición de daño directo es toda una pregunta. (Pero por eso mismo, si hubo una protesta anti-mensajes-machistas y los creadores de los mensajes fueron amenazantes, en nombre de la libertad de expresión, a decir que no les gustaba la protesta me parece una contradicción que simplemente se cae de su peso. O que estaban era diciendo que solo ellos podían decir lo que quisieran…)
¿Y eso que tiene que ver con escribir ficción? No sé. Creo que yo sí creo en la ficción como vehículo para la empatía y que pocas cosas dicen tanto de la gente como las cosas que se sueñan e imaginan. Eso es en parte lo que muestra la literatura. En tiempos en que tantas personas dicen no entender el país en el que viven, resguardarla puede ser importante.
Publicada originalmente el 27 de noviembre de 2016