A través de la exposición Ocho por Cien - Centenario de ocho creadores colombianos, el Ministerio de Cultura y el Museo Nacional de Colombia le hicieron un homenaje conmemorativo a ocho creadores colombianos que este 2020 hubieran cumplido cien años de nacimiento: cinco artistas plásticos (Alejandro Obregón, Édgar Negret, Lucy Tejada, Cecilia Porras y Enrique Grau), un fotógrafo (Nereo López), un reportero gráfico (Manuel H. Rodríguez) y un escritor (Manuel Zapata Olivella).
Aunque reconozco que es todo un logro haber reunido una muestra con obras tan significativas en un año pandémico, esto no obsta para que la exposición presente varias fallas y errores evidentes que la hacen decepcionante para un segmento del público colombiano (no estudiado en temas de arte) que busca más pedagogía en este campo y menos discursos curatoriales subjetivos difíciles de entender.
Aquí mi apreciación sobre ocho de los errores cometidos:
1. El hilo conductor de la muestra es arbitrario y débil: el solo hecho de que ocho creadores colombianos nacieran en 1920 no me parece suficiente como para haber hecho el salpicón que se hizo. ¿A nadie le parece forzado mezclar el arte plástico más reconocido de la escena nacional con reportería periodística y con textos históricos del Caribe colombiano? Confuso, la verdad.
Quizás cuando se planteó la exposición haya parecido deseable mostrar lo rica de la escena de mediados de siglo echando en la misma bolsa a todos los que hubieran hecho algo notable y hubieran nacido en el 20. Sin embargo, este criterio resultó en que se mezclaron peras con manzanas, a partir de una narrativa acomodada y en que la exposición mucho abarca y poco aprieta.
Yo por ejemplo no hubiera incluido ni a Manuel H. Rodríguez ni a Manuel Zapata Olivella dentro del listado principal de creadores homenajeados. De un lado, aunque de alguna manera reconozco la importancia de Manuel H. en la escena gráfica colombiana, su trabajo no deja de ser el de un reportero gráfico adscrito a la prensa durante toda su carrera cuyo aporte estuvo más del lado del periodismo que del arte.
De otro lado, tampoco habría fichado a Manuel Zapata Olivella porque incorporar textos escritos a una exposición visual resulta muy difícil y porque su aparición en la muestra es totalmente inconexa. En efecto, la forma en que se incluyó la obra de este creador deja bastante que desear porque no solo se seleccionaron algunas frases descontextualizadas, las más aburridas además, para imprimir en las paredes, sino que también se dispusieron libros que se ven ridículos expuestos debajo de láminas acrílicas.
Quizás este par de notables hubiesen podido ser tenidos en cuenta como contexto, pero no daban para un gran homenaje en este escenario.
2. Es una oportunidad perdida para "traer del olvido" a dos creadoras: según los curadores en el texto introductorio, uno de los objetivos de la exposición es traer “del olvido” (tan dramáticos) a artistas como Lucy Tejada y Cecilia Porras. Pues bien, si este era uno de los objetivos no se cumplió.
Para “traer del olvido” a alguien (insisto, tan dramáticos) se requiere contar quién fue la persona, por qué su aporte debe ser recordado, cómo su arte contribuyó al desarrollo de la escena nacional… Para "des-olvidar" a alguien toca conocerlo desde ceros, precisamente porque no se le recuerda.
Y a pesar de que los curadores reconocen que Tejada y Porras están en el olvido no hacen mayor esfuerzo por traerlas de allí. No se cuenta nada de sus vidas y ni siquiera se incluye una explicación de cómo las afectó (o convino) el haber sido mujeres en una escena de hombres ¿será que esta omisión se debe a que en la muestra no participó ninguna curadora mujer?
Los organizadores de la exposición mencionan que hay que dejar de lado “las extenuantes retrospectivas”, pero a mí esto me parece un error sobre todo cuando se trata de artistas desconocidos. Si se hubiese aprovechado para hacer una retrospectiva buena de este par de mujeres, con buena difusión, con pedagogía y con material de apoyo transmedia, el objetivo de “traer del olvido” se habría cumplido totalmente.
Tengamos en cuenta que la mayoría del público en Colombia, frente al arte, no es estudiado por lo que necesita contenidos cercanos y digeribles, menos abiertos a la interpretación y más pedagógicos y útiles. Sin discursos enredados y sin hilos conductores que solo ve el curador.
3. Una exposición muy incómoda: que las fichas técnicas no estén al lado de cada obra es una falla inaceptable hoy en día. Esto es una clara muestra de que se privilegia el diseño sobre la comodidad y la fluidez de la exposición.
El ir y venir de la obra al mapa genera agobio. El no encontrar la obra en el mapa dan ganas de irse rápido. Eso lo vi en varias personas y me lo comentaron otras. Triste que la gente se vaya sin leer las fichas, sin apropiarse del contenido técnico asociado. Y todo por privilegiar una visión museológica sin ningún sentido de lo funcional.
4. Las rayas distractoras: las rayas de las paredes distraen totalmente el foco de lo importante. Y aunque quizás sí es verdad que ellas cuadran con la estética del momento de la muestra, no tienen directamente que ver con ninguno de sus creadores.
Las rayas sobran pues hacen ver el salón completamente sobrecargado y evocan más a Omar Rayo que a los homenajeados. Las líneas en cebra privilegian la creación de tendencias por encima de las cosas bien hechas que facilitan y enriquecen una exposición como son paredes en colores sólidos, fichas técnicas al lado de las obras, mejor iluminación, textos pedagógicos y narrativa aterrizada, etc.
5. ¿Una obra reproducida en baja calidad como pieza central de la exposición? En la primera pared los curadores buscan mostrar el contexto político de los años que cubre la muestra (1944-1966). Para ello se preparó un mosaico de retratos de los gobernantes de este periodo, en un desorden que no parece tener sentido ni museológico ni estético, alrededor de una gran reproducción facsimilar en baja calidad de la obra Junta Militar de Débora Arango.
Me parece escandaloso que la pieza central de esta pared y de este capítulo sea un afiche impreso en un material que parece para exteriores, además de una artista que no tiene nada que ver con los creadores homenajeados y cuya aparición no se explica. Así, este segmento de la exposición se convierte en una pared desperdiciada cuyo contenido no solo sobraba, sino que está mal hecho y no cumple con la calidad ni con el estándar del museo más importante del país.
6. La exposición está mal dispuesta: se decidió colgar varios de los cuadros de mayor formato en las partes altas del salón, algunos de los cuales eran las obras más importantes de la muestra.
Por ejemplo el óleo Masacre, de Obregón, pende en lo alto cerca del techo a pesar de ser la obra más importante que tiene el Museo Nacional sobre la violencia en Colombia de mediados del siglo XX y a pesar de ser la segunda obra más importante de este artista sobre el tema después de su afamado cuadro Violencia (de la colección del Banco de la República).
Como si faltara, dos de los cuadros más impactantes de la muestra, de Lucy Tejada, también fueron dispuestos en las alturas difuminando su presencia en la exposición. Se trata de los óleos Insectos y Barca naufragando, un par grandes formatos impresionantes con movimiento, expresión, fuerza y belleza estética que bien hubieran podido contribuir a traer a esta artista "del olvido". Pero no, decidieron mejor dejarla en la nebulosa.
Y para terminar este numeral prefiero no mencionar los portarretratos puestos en estanterías apeñuscadas cuyos vidrios están sostenidos por varios ganchos "lotero" (una pieza de papelería que solo se ve bien en oficinas). Este desafortunado detalle habla por sí mismo.
7. La iluminación fracasó estrepitosamente: el problema para apreciar algunas de las obras no solo radica en su posición en las alturas, sino también en la pésima iluminación lograda sobre ellas. En especial Masacre recibe chorros de luz mal calibrados que generan un reflejo que impide ver el lienzo desde abajo, lo que obliga a que el asistente se balancee de un lado al otro a ver si logra cambiar de ángulo para que la luz no le rebote en la cara. Un error imperdonable en un escenario como el Museo Nacional.
8. Fragmentada: una de las mejores partes de la exposición está afuera del salón principal, en una esquina del museo. Allí no solo hay obras magníficas perdidas totalmente, como los estudios de Obregón para la obra que ejecutaría luego en las Naciones Unidas en Nueva York, y la máscara de Gabriela Mistral de Edgar Negret.
¿Por qué desaprovechar obras tan buenas en una esquina fuera del salón de la muestra?, ¿solo porque no cabían en los capítulos del discurso curatorial?
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Este comentario desprevenido busca hacer un llamado a que empecemos a desmontar la dictadura de las curadurías subjetivas, a que no traguemos entero en la escena artística, a que no se privilegien las narrativas curatoriales personales tan lejanas de los ciudadanos de a pie porque, como vemos aquí, pueden terminar en errores y en oportunidades perdidas irrecuperables.
El llamado es a exigir que la curaduría artística, sobre todo cuando recaiga sobre la escena nacional (como en esta exposición), no sea difícil de entender para que logre transmitir conocimiento y emociones. Solo de esta manera podremos lograr narrativas colectivas que sostengan la memoria del arte colombiano sin necesidad de intérpretes y que convoquen realmente el interés de la mayoría de ciudadanos.