Otra vez: ¿la decepción Colombia? Colombia lo tuvo todo para ganar, menos carácter y convicción, algo de lo que adolece la mayoría del pueblo colombiano y les sobra a los argentinos al punto del agrandamiento.
Colombia desaprovechó una Argentina sin Messi y con más pundonor y 'cancha' que fútbol. Aún con el astro en declive, ganan de actitud. Lionel es determinante en una selección que gana más de ‘boquilla’, ‘pata dura’ y ‘pito’ que de buen juego colectivo.
Individualidades tienen. Ni Quintero, ni Carrascal, ni Borré, ni Borja, ni Castaño, ni Uribe asumieron la responsabilidad histórica de reemplazar a James, Lerma, Díaz, Ríos, Arias y Córdoba. Ratificaron por qué son suplentes. En cambio, Lautaro Martínez, que toda la Copa fue suplente, siempre que entró impuso condiciones y fue el goleador del torneo. Esa es la diferencia.
Pero no, a Colombia de nuevo le pesó el favoritismo, el triunfalismo aupado por un periodismo deportivo que tuerce como hincha furibundo y fanático embrutecido. Olvida su tarea y su papel de mediador entre el juego, el análisis y la información.
Todos sin excepción perdieron su rumbo y se subieron al tren de una victoria que no había sido y que no fue. A Caracol no se le perdona, pero se comprende pues al ser accionista de la empresa Federación Colombiana de Fútbol, le corresponde asumir ese discurso.
El periodista no es un hincha más, no puede quedarse en el "gracias muchachos, la dieron toda, son unos guerreros" y otras frases de consolación y conformismo que ratifican un marcado complejo de inferioridad.
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El periodismo debe analizar y señalar los errores y los aciertos. Y hubo desaciertos, más allá de los de los jueces. Y no fueron del técnico sino de los jugadores. Carrascal y Quintero entraron desconcentrados y perdieron balones claves que alejaron a Colombia de su objetivo, porque se dedicaron más a la finta y el adorno personal que al juego colectivo efectivo.
Y el periodismo aplaudiendo jugaditas. El Argentina, Brasil, España o Inglaterra se aplauden títulos. Borré no apareció. Borja con más vehemencia que fútbol se dedicó a pelear ante el manejo histórico que los argentinos hacen del tiempo, de los árbitros y de las circunstancias del juego. Eso lo sabe hasta el que de fútbol no sabe absolutamente nada. Ni Castaño y Uribe fueron reemplazo para el trabajo incansable de Lerma.
A pesar de todas las adversidades, un silbato cargado a la potencia futbolera, un VAR brasilero ebrio de ceguera albiceleste y una organización que deja a la Conmebol con más críticas por corrupción y millones de dólares en sus arcas, Colombia pudo alzarse con la victoria porque tenía más fútbol, pero no más convicción, más confianza, más pundonor deportivo, más sentido patriótico y, sobre todo, no más responsabilidad histórica que sus contrincantes a los que sólo les sirve ser campeones.
Los desmanes ocasionados por los colombianos –que incluyen al presidente de la Federación y a su hijo– demuestran lo que somos como nación, algo muy parecido a la pólvora cuyos componentes aislados son inofensivos, pero mezclados y mal manejados son una catástrofe.