Nada tiene más enemigos que la idea de un cambio profundo de la sociedad en que se vive. Así dicha transformación envuelva una mejor situación para la mayoría. Hay que ver por las que hemos pasado los revolucionarios para abrirnos un pequeño rincón, pese a lo cual la ofensiva despiadada desde todos los flancos no cesa. Si estábamos en armas éramos los prototipos de la maldad encarnada, pero si las hacemos a un lado nos convertimos al parecer en peores.
Ninguna de las cosas que hacemos, por buena que sea para el conjunto, merece el menor reconocimiento de nuestros enemigos. Éramos falsos, no queríamos el diálogo. Conversamos, una y otra vez. Entonces volvíamos a mentir, jamás aceptaríamos un acuerdo. Llegamos a él, tras discusiones de años. Entonces el acuerdo es malo, no lo vamos a cumplir. Jamás cesaríamos el fuego. Lo hicimos, con veeduría del Consejo de Seguridad de la ONU. Tampoco sirve.
Que no dejaremos las armas. Marchamos estoicamente a las zonas y puntos veredales de normalización. Los sitios no cuentan con la infraestructura ni la logística que nos prometieron, pero cumpliremos sin falta. El proceso de dejación de armas arrancó desde la fecha acordada, de acuerdo con los rigurosos protocolos pactados. Que ahora estamos invocando pretextos, que engañamos otra vez, que si esto o aquello, que pitos y flautas.
Lo expresamos de modo sencillo. Nuestro levantamiento en armas obedeció a la existencia de un régimen antidemocrático, excluyente y violento, que abandonó además a su suerte a millones de colombianos. Como en el Acuerdo Final se pactó la participación democrática amplia, no sólo de las FARC sino de todo movimiento político y social de oposición, y se adoptan medidas justas de reivindicación social, consideramos que en adelante la guerra fratricida será inútil.
No estamos bravuconeando, ni exigiendo plazos perentorios,
ni amenazando de ninguna manera
con retomar las armas si nos incumplen
Tenemos la convicción plena de que lo que sigue es cumplir la palabra empeñada. No estamos bravuconeando, ni exigiendo plazos perentorios, ni amenazando de ninguna manera con retomar las armas si nos incumplen. Pedimos tan solo, como caballeros, que los acuerdos tengan su desenvolvimiento normal. Los firmamos con el gobierno de Colombia, los refrendó el Congreso de la República, con garantes internacionales, se involucraron hasta las Naciones Unidas.
Hablamos con los acuerdos en la mano, y nada más. Entendemos que en el mundo de la política tradicional hay enormes resentimientos y disputas por el poder. Que hay sectores movidos por el ánimo exclusivo de recuperar el mando, y que en su afán por conseguirlo atacan irracionalmente no solo a quien consideran que los traicionó, sino a cualquiera de sus obras de gobierno, simplemente con el propósito de enlodarlo en todo ante la opinión.
Pero también comprendemos que eso es una cosa. Y otra muy distinta pretender que el país tenga que hundirse en el fango oprobioso de una guerra sin fin, que ya por fortuna está solucionada, sólo para que cabalgando sobre odios y muertos pueda regresar un partido al poder. Los sectores de ultraderecha que atacan a Santos, debieran valorar la importancia histórica que tienen para el país los acuerdos, para su propio futuro, por encima de las mezquindades de grupo.
Todos los dardos que se lanzan contra los acuerdos
tienen en común su intención mal disimulada de atacar en realidad a las Farc.
De hacer lo imposible para impedirnos hacer presencia en el escenario político
Todos los dardos que se lanzan contra los acuerdos tienen en común su intención mal disimulada de atacar en realidad a las Farc. De hacer lo imposible para impedirnos hacer presencia en el escenario político. Así haya que reiniciar absurdamente la guerra por la que nos condenaban. Por favor, no insistan, nos veremos en el escenario electoral, en las corporaciones públicas, en la calle, donde ellos y la gente comprobarán que no somos lo que dicen.
Entendemos que esa es la democracia que dicen defender con tanto ahínco. Haremos propuestas al país, plataformas políticas y sociales. Habrá uno que otro que nos siga, y eso no quitará nada a nuestros adversarios. No se ve clara una razón para pretender llenar de pánico a la gente con nosotros. Debieran mejor reclamar por la ola de crímenes contra líderes populares en todo el país. Eso sí que inspira miedo, eso sí que es un peligro real. ¿Por qué ese silencio mudo?
Debieran convertirse en los primeros en exigir el cumplimiento exacto de lo acordado. ¿Qué mejor arma política para combatir al partido de gobierno, que demostrar a diario en los hechos, ante la nación, su falta de voluntad para cumplir lo prometido, su negligencia, su corrupción si se quiere? ¿Y qué arma más eficaz contra las Farc que mostrarle al país, con toda seriedad, cada uno de los puntos en que estas incumplen sus compromisos? Eso sería lo decente. Lo otro es basura.