Cuando comenzó la construcción del servicio de transporte masivo conocido como Transcaribe, eso hace una década, existían en la ciudad de Cartagena dos transportes formales. El primero, buses y busetas de una variedad de modelos; y el segundo, taxis amarillos de todos los estilos.
En el escalón más bajo del servicio estaban las busetas llamadas “pringa-caras”, al que los usuarios preferían llamar con el tierno apocope de “pringa…”. Un servicio tan comprensivo con la situación de pobreza (de aquel entonces) que los usuarios determinaban el valor a pagar. La señal que se hacía al conductor, desde cualquier lugar escogido como paradero, era la manito con los deditos estirados, tipo campaña Quinto Guerra.
Cada dedo representaba cien pesos, y el ayudante, un ser de amabilidad heredada, quien recibía el bélico título (inmerecido) de “sparring”, respetaba el número de dedos estirados y cobraba solamente lo que el pasajero indicaba con sus dedos. El pasaje costaba desde trescientos a quinientos pesos, así la tarifa legal fuera mayor.
Cada dedo representaba cien pesos, y el ayudante,
un ser de amabilidad heredada,
respetaba el número de dedos estirados y cobraba solamente lo que el pasajero
indicaba con ellos
Al entrar a un “pringa…” un pasajero a falta de pericia, inexperiencia, o desconocimiento podría quedar enganchado en una lata o tornillo saliente. El pantalón o camisa quedaba con unos pequeños rotos que con el tiempo se pusieron de moda y luego se exhibieron como tendencia de las generaciones sobrevinientes o “Generación Transcaribe”.
Aparecieron luego los ejecutivos, buses verdes, tipo iguana, que tenían torniquete, un instrumento que contabiliza pasajeros, base para el arqueo. Los conductores y sparring enseñaron a los usuarios a entrar de ladito, para que el torniquete no marcara, o abrirle la puerta de atrás, y se pagaba lo que el bolsillo pudiera o quisiera, una especie de programa de responsabilidad social de las nuevas empresas.
Vinieron luego los buses Metrocar, que solo permitía usuarios sentados en sus cómodos sillas de colores, y un aire acondicionado con una brisita de lluvia. Azafatas que siempre parecían que estuvieran enamorando, vendían los tiquetes (versión femenina de los sparrings de las busetas). Usaban faldas cortas y medias veladas brillantes. Los turistas que veían el nombre Metrocar, luego de un intuitivo ejercicio de traducción literal, exclamaban Car- carro, que va a la estation del Metro ¿Correcto?
El Metrocar se fue pringa-careando con el tiempo. Los buses se deterioraron, los aires no volvieron a funcionar, las azafatas desaparecieron, permitieron pasajeros de pies en pasillos y estribos, hasta que sin anuncio, dejaron de rodar. Luego llegaron los micro-buses… tal cual… micros, con sensores que detectaban el movimiento del pasajero. Emitía un bit que contabiliza el cuerpo que perturbaba el espectro irradiado. Las discusiones entre usuarios, conductores y sparrings se concentraban en el pago de un pasaje adicional al escucharse un doble bit. La neurosis era alta.
Durante esa década de construcción de Transcaribe, Cartagena (no entienda sector amurallado) se convirtió en la más hostil del Caribe, pero la ciudadanía activa, proactiva (a falta de propuestas en materia de movilidad durante los gobiernos de “Ni Cola das Curi”, “Boberto Baboza”, “Jodiht Empinadedo”, “Campo Elías Tejoderán”, hasta llegar al “Barbita Vélez”), idearon todo tipo de transportes clandestinos con sus rutas que recorrían la ciudad: colectivo Avenida; colectivo Bosque; colectivo Manga-Centro; colectivo Crespo-Aeropuerto; colectivo Bocagrande-El Laguito; Jeeps destartalados, sin placas sin puertas vía Lemaitre, Santa Rita, Canapote; colectivo Lemaitre; transporte de alimentos mercado de Bazurto…y hasta particulares ofrecían sus carros de manera solidaria.
En esos transportes, la autoridad fue el conductor, quien diseñaba rutas, generaba tarifas, y en cualquier esquina, bajaban al pasajero con la gentil frase: “Hasta aquí llega la ruta”, así me lo contó hace dos días un usuario del colectivo Manga-Centro. “Y eso que dicen que es de lo mejorcito de la ciudad”, agregó.
Por supuesto, hace falta el efectivísimo, rápido, escurridizo y eficiente “mototaxi”, en el que un ciudadano expone su vida por dos mil o tres mil pesos para cumplir con sus labores diarias. El motoxista se convirtió en el personaje de la década. Una mente creativa, recursiva, que ante la inmovilidad de la ciudad, que agudizó la construcción de Transcaribe, ideó un sistema que permitió que la ciudad no se estancara. “Ser motoxista es hermoso…” debería ser el eslogan de cierre de la campaña de movilidad de la Alcaldía.
En esa década pretérita, fueron implementadas las moto-cebras, espacios por donde cruzaban peatones y motos en una coreografía de riesgos y fricciones. También los limosneros porta-stop, en especial en el sector de Bazurto, que pasaban a los peatones de acera a acera, poniendo en riesgo su vida, ante la ausencia de puentes peatonales, un trabajo que las autoridades de tránsito estimularán en las estaciones de Transcaribe. La ausencia de puentes peatonales para salir y entrar al sistema, prevé nuevos puestos de trabajo para los limosneros porta-stop. Empleo hay compa…
Estos recuerdos lejanos de una década pasada, los evoco ahora que el Barbita Vélez ha decidido rodar el Sistema Integrado de Transporte Masivo por la Avenida Pedro de Heredia, sin importar que las estaciones estén con los techos destrozados, malolientes y curtidos. Las acciones llamadas pedagógicas se parecen al maestro que llega a improvisar una clase que jamás preparó, con resultados impredecibles.
Ante todo ese panorama, advertimos que la movilidad no es el principal problema de la urbe, sino apenas el hecho que sumó nuevas circunstancias que configurarán el caos soñado, de donde brote otra urbe, la cual no será ni “corralito” ni “amurallada” ni “heroica” ni muchos menos “fantástica”.
Coda: “Los 16 puntos que necesita Cartagena para lograr su movilidad”, pensados por la Cámara de Comercio, Cartagena cómo vamos, y la Universidad Tecnológica de Bolívar, son los chistes más elaborados e inteligentes que sobre movilidad se han escrito. El humor construye ciudadanía… dime tú.