¿Debió la Comisión de la Verdad patear el tablero?
Opinión

¿Debió la Comisión de la Verdad patear el tablero?

Gran lección del padre de Roux de escuchar con humildad para abrir puertas de reconciliación, a un expresidente soberbio al que se le abona aceptar el encuentro

Por:
agosto 23, 2021
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Somos campeones en patear el tablero y poco dados a escuchar al otro.

Es claro que en la reunión que sostuvieron la Comisión de la Verdad y Álvaro Uribe no hubo reconocimiento de la responsabilidad política propia acerca de los falsos positivos ni señales de compasión hacia las familias de los más de 6.400 asesinados por miembros de la Fuerza Pública, crimen sin paralelo en el mundo democrático contemporáneo.

También, que el evento se desplegó en el terreno del expresidente y bajo condiciones logísticas determinadas por este, incluyendo detalles, aparentemente secundarios,  como la altura inferior de las sillas de los comisionados respecto a la suya y, quizás, sin que estuviera en el libreto, la irrespetuosa arremetida de uno de sus hijos en contra de la comisionada Lucía González en casa propia.

No obstante, el encuentro no tiene precedentes y contribuye a abrir puertas hacia la reconciliación.

No me refiero al contenido de la verdad de Uribe, de las condiciones suyas como la eventual amnistía para todos y la reforma a la JEP, ni a la ausencia de reconocimiento de responsabilidad política en hechos brutales como los de los falsos positivos.

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Es una lección de la que podemos aprender en el marco de una cultura proclive a patear el tablero, competencia en la que hay verdaderos campeones en todo al abanico político

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Deseo llamar la atención acerca del valor que tiene la actitud respetuosa de propiciar el diálogo, de escuchar, de parte del padre de Roux y los comisionados Lucía González y Leyner Palacios. Es una lección de la que podemos aprender en el marco de una cultura proclive a patear el tablero, competencia en la que hay verdaderos campeones en todo al abanico político. Hay destrezas de sobra en cerrar puertas, en voltear las espaldas. Y escasez en la disposición a escuchar.

Comenzando por la lluvia de críticas que, por el desarrollo de la reunión, le cayeron a Francisco de Roux, que pueden clasificarse en tres categorías.

La primera, proveniente de conmilitones de Uribe que, hace años, no vacilan en asociarlo con la guerrilla, con “el narcobandolerismo”, corriente que considera que las instituciones derivadas del Acuerdo son de corte castrochavista, incluyendo, desde luego, a la comisión. Los ataques de las bodegas de sectores del CD en redes sociales y también de parte de algunos medios  arreciaron en días recientes buscando, a como diera lugar, deslegitimar a de Roux.

En segundo lugar surgieron críticas que sugerían que de Roux había actuado sin dignidad. ¿Cómo es posible que ante el desconocimiento explícito de parte de Uribe de la legitimidad de de la Comisión de la Verdad, los comisionados no se hubieran retirado de inmediato de la reunión?

Finalmente, abundaron los señalamientos de aquellos que acusaban a la Comisión de servirle de plataforma y amplificador al expresidente para el despliegue de su cinismo y sus arengas políticas con fines electorales, contrariando los fines de la entidad. Los comisionados, de acuerdo con esta visión, sirvieron de idiotas útiles.

Los agentes de los tres tipos de críticas están en la derecha, el centro y la izquierda y nos dan la pista: nos gusta patear el tablero, cerrar puertas. ¿Qué reconciliación es posible en esos términos?

La importancia del encuentro radica, precisamente, en la capacidad de los comisionados para escuchar con humildad a un actor político soberbio y poderoso (aún). Es paradójico: Uribe, que desconoce la Comisión, se ha reunido con la Comisión. En este laberinto que es la búsqueda de la reconciliación, ha sido un acierto de esta y hay que abonarle a Uribe haber aceptado el encuentro. Es obvio que hay que hablar con Uribe. Ojalá sigan los encuentros. En cuanto a su verdad, cada día que pasa contrasta con la evidencia que suministran centenares de miembros de la fuerza pública de todos los rangos.

Escuchar con humildad, la lección de Francisco de Roux, condición imprescindible en el camino de la reconciliación. Ojalá aprendamos.

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