Sin duda llegó el momento de reactivar la economía y reducir las medidas de contención del coronavirus Covid 19, porque las reservas personales y familiares que nos permitían cumplir con el aislamiento y la cuarentena, se agotan. Pero ese retorno al trabajo no puede ser como antes.
Esta pandemia demostró que el dinero guardado en bancos u ofrecido como crédito, no alimenta ni mueve la economía. El que la mueve y genera riqueza es el trabajo, así que la reapertura económica debe tener cómo centro la protección de los trabajadores al menos a tres escalas:
a) Bioseguridad integral. Es decir que Estado y empleadores deben garantizar desde los protocolos y las pruebas de control requeridas hasta las mascarillas para evitar el contagio.
b)Proceso de formalización de empleos de manera inmediata, porque no es admisible que la reactivación de la economía sea cumpliendo toda una serie de protocolos definidos por el Estado, los empresarios y la OMS, pero en medio de una informalidad que supera el 65% de los empleos, es decir sin contratos y sin las correspondientes prestaciones sociales de ley. Existen variados niveles de formalización contemplados por la ley que todas las empresas están en capacidad de asumir sin excusas.
c) Todas las actividades económicas deben abrirse siguiendo los protocolos establecidos pero tal vez el sector que más relevancia ha adquirido durante esta pandemia es el agropecuario o productor de alimentos. Reactivar el campo no sólo es una necesidad nacional sino internacional porque el hambre avanza de la mano del virus y es necesario bajarse ya de la locomotora minero-energética, que no funciona y tomar los arados antes de que sea tarde para aprovechar la gran demanda global de alimentos que se avecina. Lo que ocurre es que ese giro significa cambiar el actual modelo económico centrado en el mercado, para darle paso una economía solidaria y orientada por el Estado y no por los bancos.