En días recientes, una multitud de manifestantes ingleses en la ciudad de Bristol, Inglaterra, derribaron y lanzaron al agua una estatua de Eduard Colston, un ilustre empresario inglés del siglo XVII que se dedicaba al comercio y trata de negros (cazados en África y proveídos a Portugal y España para mano de obra en el “nuevo mundo”).
Como habitualmente ocurre, los hechos de la urbe suelen tener ecos en la periferia, a miles de millas náuticas del Reino Unido, el hecho sirvió para revivir un debate que siempre ha estado en boca de muchos historiadores de generación en generación: ¿se debe quitar la estatua de Pedro de Heredia incrustada en el corazón de nuestra ciudad? La respuesta parecería obvia, pero a nadie debería sorprender que quitaran primero la de un esclavista de su ciudad natal en un reino históricamente imperial que la del verdugo en una excolonia como Cartagena de Indias.
Después de más de 200 años de independencia de Cartagena, un alcalde de la ciudad, en un acto de lambonería, decidió implantar una placa en honor a los piratas ingleses que murieron tratando de asaltar nuestra ciudad. Eso, más que un insulto, demuestra la mentalidad colonial y nostálgica de las elites que nos rigen. Insisto, a nadie debería sorprender que al día de hoy Pedro de Heredia esté en una estatua en el corazón de la ciudad y nuestra principal avenida lleve su nombre. Sin embargo, sí asombra que al día de hoy, muy afortunadamente, estos señores no hayan tratado de erigir un monumento a Pablo Morillo por “pacificarnos”, aunque bueno, será cuestión de que algún rey o príncipe español decida visitarnos.
Sin duda concuerdo con los partidarios de quitar a tan funesto personaje del panteón de los mártires de nuestra ciudad, donde no concuerdo es en reemplazarlo, ¿por quién?, ¿para qué? La respuesta también parece obvia, algunos dicen que para honrar la memoria y rendir tributo a nuestros mártires o personas ilustres, ¿pero ha funcionado hasta ahora ponerle estatuas a nuestros mártires y ponerlos en nombres de edificios, calles, colegios y barrios?, ¿hemos honrado su memoria o los hemos borrado de nuestra memoria?
Para nadie es un secreto que en nuestra ciudad Olaya Herrera, Daniel Lemaitre, Torices y otros representan barrios populares casi que originarios, ¿pero cuántos cartageneros saben quién fue Olaya Herrera, qué hizo Daniel Lemetre o cuál fue el legado de Manuel Rodriguez Torices? Afortunadamente, para los cartageneros Pedro de Heredia es una avenida y no un venerado conquistador cuya obra ilustre es el exterminio de miles de indígenas, mayoritariamente Zenú. No tan afortunado es Pedro Romero, importante líder independentista, convertido en la avenida más caótica de Cartagena.
Que decir de María Cano, valerosa mujer que luchó incansablemente por los derechos de las mujeres en el país del sagrado corazón, que diría si viera que en Cartagena ha sido convertida en un barrio y no se le conoce por su invaluable lucha. En ese mismo sentido, en el mundo del deporte, aún en la actualidad, ¿cuantos futbolistas de elite se jactan de ser campeones de atletismo y futbolistas al tiempo? Seguramente, si Jaime Morón León viera que para los cartageneros no es más que un estadio, se hubiese arrepentido de hacer el sacrificio invaluable que hace todo deportista.
Rafael Núñez hubiese desertado de las filas conservadoras y hubiese sido el más acérrimo liberal si pudiese ver que en su ciudad natal ha sido reducido a ser una universidad y un aeropuerto. ¿Qué decir de las estatuas?, ¿cuántos cartageneros saben quiénes son las caras y nombres que están en el camellón de los mártires?, ¿cuántos cartageneros saben si quiera el nombre de los que están en el parque Apolo?, ¿cuántos cartageneros pueden responder quien es la India Catalina sin decir que es la estatua que está en la entrada del centro histórico?
Quizá, quienes bautizaron las calles y barrios con nombres y fechas importantes pensaron que las futuras generaciones desconocedoras correrían a los libros de historia a consultar quienes fueron esas personas y así la historia permanecería en la memoria colectiva por siempre, pero evidentemente subestimaron al país que usa los libros como portacuchillos y usa para otras cosas “más importantes” el internet.
La discusión no debería centrarse en quién debería inspirarse la estatua o el nombre del edificio, la calle o el barrio. Las estatuas le han sido útiles a las palomas y las calles, edificios y barrios solo han servido para desfigurar nuestra historia y a sus protagonistas. Aportaría más a la discusión centrarse en cómo hacer para que nuestros mártires, libertadores y figuras ilustres sean recordados por su obra, que después de todo es lo que se pretende.