La protesta violenta contra las corridas no le hace bien al movimiento animalista, así como la represión del Esmad no le sirve a la tauromaquia y mucho menos al alcalde Peñalosa. Ambas actitudes despiertan sospechas sobre el carácter pacifista de la lucha contra el maltrato animal y sobre la legitimidad del toreo como un arte y una tradición. Ambas convierten en bárbaros a quienes así actúan y por eso mismo los igualan: un pacifista que tira piedras, insulta y escupe es idéntico a la autoridad que dispara para reprimir la protesta.
Al otro día de la posesión de Trump millones de mujeres marcharon en su contra, no solo en Washington, sino en muchas de las grandes ciudades Americanas. No hubo ni un solo vidrio roto, nadie descalabrado, pero si una importante cobertura en medios, que se centró en plantear el motivo de la protesta sin tener que distraerse en las repercusiones de las marchas sobre el orden público.
Es algo que tendremos que aprender y solidificar como metodología de la expresión popular en Colombia, el respeto a las normas y a la discrepancia, el respeto al espacio público y el derecho a la protesta. Debatir no puede ser abatir, porque entonces no será discrepancia sino imposición, es decir dictadura, así este debate se de en la plaza pública y esté en manos del pueblo o de las mayorías.
Quienes asistieron a la Plaza de Santamaría tuvieron que enfrentar dos actitudes: la protesta civilizada y la turba enloquecida de odio. La primera totalmente justa y eficaz, tanto que con el paso de los años los animalistas van en aumento, ganan seguidores cada día; personas como yo que íbamos a las corridas por tradición, hoy no las soportamos, las consideramos un acto de crueldad injustificada y estamos listos a unirnos a las protestas en su contra.
La otra actitud, la del ataque, la pedrada, los orines, no conduce sino a generar reacciones igualmente violentas, hace perder la posibilidad de la persuasión y lleva inevitablemente al odio. Con eso no comulgo, ni acompañaré nunca tal tipo de protestas, mucho menos si detrás de las mismas se manejan intereses politiqueros como sucedió en Bogotá.
Los medios, en los que también hay discrepancias al respecto de las corridas se enfrascaron toda la semana en presentar versiones de lado y lado, en mostrar los desmanes del Esmad y los de la chusma en que terminó convertida la justa protesta antimaltrato. Del debate sobre la conveniencia o no de suprimir las corridas se habló poco, más interesante fue lado sensacionalista de la noticia y los motivos políticos involucrados.
Sobre la conveniencia o no de suprimir las corridas se habló poco,
más interesante fue lado sensacionalista de la noticia
y los motivos políticos involucrados
La otra reflexión que puede surgir de lo que pasó el domingo en la Santamaría es si se nos está yendo la mano en la defensa de los animales. Algunas personas opinan que defendemos con más fuerza a un toro, por ejemplo, que a un niño wayuu. Y podría haber algo de razón, aunque esto también hay que analizarlo desde varias orillas.
Hay que denunciar sin pausa la corrupción, que tanto daño le hace al país e intentar modificar prácticas culturales que lesionan la integridad, no solo de los niños y niñas, sin o también de las mujeres como puede estar sucediendo en La Guajira.
La lucha por los derechos humanos y contra la corrupción en nada se opone a la lucha contra el maltrato animal, entre otras razones porque de lo que se trata es de defender a los seres más vulnerables en una sociedad indolente que los pisotea.
Entre los más vulnerables de los vulnerables están sin duda los menores de edad y los animales. No se trata de equiparar un niño o una niña con un toro de lidia, sino de reconocer que en ambos casos se requiere que otras personas los defiendan, ya que ellos y ellas no pueden hacerlo por sí mismos.
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