Si nos atenemos a las reglas biológicas que determinan el sueño promedio de cualquier ser humano, encontramos que ellas son más el dictamen de un sistema de producción que una premeditación evolutiva de la naturaleza para encontrar el reposo justo del cuerpo en las horas de ausencia de luz solar.
Y quizá sea mejor largarse para el país de los sueños que mantenerse en vilo en un país despierto pero abobado. Presos de un insomnio a punta de brebajes informativos que nos llevan como vacas al matadero de la opinión nacional.
No se trata de morir en lo escatológico de la expresión. Sino en lo literalmente expresado como huir del mundo real y despertarse en uno de sueños peregrinos.
Un surrealismo colectivo nos viene bien en estos tiempos de fastidio por todo lo que se inventa y se pone en circulación por cuanto dispositivo digital se preste para ello. Presiento que en el futuro seremos autómatas cargados de información vana y trivial que nos sirve para acomodar las respuestas automáticas para las que estaremos programados.
No habrá tiempo de gozar a los hijos porque vendrán en series y con chip diferenciados de nuestra generación de café con leche y pan fresco por las mañanas. El compromiso con ellos será criarlos hasta el cansancio y que luego nos devoren vivos mientras estamos de pie.
Mejor pasar entonces al mundo de los sueños y entretenernos con las angustias o placeres que inventamos en medio de la sinapsis del reposo. Un mundo paralelo que debe ser tan real como este en el que nos sentimos tan cómodos y vivos. Un mundo donde ocurren cosas y que para no asustarnos preferimos engañarnos y denominarlos sueños, pesadillas o estados oníricos conscientes e inconscientes.
La pared es demasiado delgada y en esa ausencia del mundo de las cosas vanas y triviales, la atravesamos con una facilidad increíble: cuando vamos en el transporte masivo, en la oficina anodina, bajo la resolana de cualquier sombra escasa, mientras esperamos el turno en el consultorio o cuando fingimos estar atentos en una aburrida conferencia sobre precios y ciclos productivos. Dormitamos y soñamos. Cabeceamos y nos desconectamos.
Los sueños son el estadio de reposo, alegría o angustia que más se parece a lo que no nos atrevemos a ser en este mundo de cosas. En el ocurren los absurdos, los llantos, las efervescencias humanas, el quejido que viene del placer o del dolor; donde todo es posible porque nadie tiene cuerpo que reclamar o carne que lamentar.
La cárcel de la piel engendra temores y abstinencias. El amplio paisaje de los sueños no te entrega alas pero te convierte en viento.
Ya no tendrás que reclamar nada. Todo está dispuesto como en una miscelánea metafísica donde solo basta imaginar para tocar. Invocar para oler. Pestañear para saborear. Cuando atraviesas ese imperio de nuevos sentidos que son los sueños, es cuando percibes que el mundo de dónde vienes es simple en lo ritual, egoísta con lo estético y en demasiado predecible en los hechos.
Hay una lógica racional que gobierna en tono aburrido de un lado de la pared. Del otro lado, hay una loca irracional que nunca se queda quieta en el mundo de los sueños y hace brotar mariposas de las velas a la mar y de los molinos de viento, bombardinos sonoros en las cabezas de elefantes, tigres de bengala desde los peces saltarines y carnívoros; raíces de cuerpos deformes y paisajes con dos lunas en claves de amor y fuga.
Mejor entonces encontrarnos en ese mundo de los sueños que nunca cesan de parir otros mundos que como en una muñeca rusa se vuelven varios y uno al mismo tiempo. La metafísica de los sueños nos habla a diario. Sordos nosotros que preferimos asirnos a la banalidad de lo evidente y pensar que estamos agarrados a una fuerte viga de esponja. Tenemos miedo de cruzar el espejo y que la madriguera del conejo no tenga fondo.
Afortunados aquellos que aún despiertos invocamos a los espíritus del sueño, para que vengan a aliviar estas cargas inútiles del mundo de las cosas y nos hagan beber la tisana embriagante que nos transporta por siempre al vaivén de la pradera azul y el cielo verde. El hielo hirviendo y los desiertos de frías arenas. El llanto sin lágrimas y la risa estridente que retumba en un planeta de almohadas donde reposamos la máquina de los sueños.
Coda: Si uno solo sabe dormir/ Solo le queda soñar o morir/ La verdad es que cuesta reír /Pero en fin /Haciendo un esfuerzo/ Se puede vivir. Leer y tararear a Piero como en sueños.