"Duele ver a Iván Duque haciendo el oso en Naciones Unidas": Santos.
"Su reelección y la presidencia de Samper fueron compradas": Pastrana a Santos.
"Uribe, paraco. Uribe, paraco": César Gaviria a Álvaro Uribe, con voz aflautada.
Los últimos versos de los políticos dejaron por fuera uno que le rememorara a Andresito el lastre que su familia y la frentenacionalista le encostalaron a la democracia colombiana con la heroica jornada del 19 de abril de 1970.
Y el que le recordara a Gaviria que fue escogido a dedo por el hijo mayor (un mozalbete imberbe entonces) del asesinado dirigente Luis Carlos Galán, para que lo reemplazara como candidato a la presidencia de Colombia, cargo desde el que adelantó grandes obras arquitectónicas como La Catedral para Don Pablo, y alianzas de pureza nívea como la que cuajó con los PP, para matar al incómodo Robin Hood antioqueño.
Ese ha sido el menú de la confrontación ideológica que la costra ha ofrecido a la ciudadanía colombiana en los últimos 50 años y que le ha permitido reciclarse para proseguir el reinado que tanto bienestar ha traído a la nación colombiana, como para que milite en el primer mundo.
Reinado que parece satisfacer a los enemigos jurados y declarados de la polarización y el extremismo, dada su endémica conducta fabricadora de muñecos.