¿De verdad son "máquinas de guerra", ministro Molano?

¿De verdad son "máquinas de guerra", ministro Molano?

¿Por qué este cóctel de violencia desbordada?, ¿será porque el uribismo se siente cómodo porque así puede vender su discurso de seguridad?

Por: Emilio Lagos Cortés
marzo 12, 2021
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Foto: Twitter @Diego_Molano

El uribismo se alimenta de carne humana. La posición asumida por el ministro de Defensa tras el bombardeo en el Guaviare, en el que mataron a varios niños reclutados por las disidencias de Gentil Duarte, muestran una renovada disposición del uribismo para desplegar su faceta más sanguinaria con el fin de seguir en el poder. De nuevo el uribismo defiende abiertamente, sin ningún pudor, la política de contar cadáveres, sin importar si son niños o si son víctimas inocentes dentro del conflicto, como mecanismo para obtener el beneplácito de la opinión pública. “Son máquinas de guerra”, dijo el ministro, reivindicando un supuesto derecho del estado a bombardear menores de edad.

En el 2002 el uribismo ascendió al poder porque se sintonizó con la opinión pública que fue ganada por el guerrerismo tras el fracaso de las negociaciones de paz de El Caguán con las Farc. Ya sabemos lo que resultó de ello. Orgías de sangre se hicieron el pan diario de cada día. Las masacres paramilitares y los falsos positivos compitieron por el primer lugar en una competencia para mostrar el mayor número de muertos posibles a través de los medios de comunicación. Se debía convencer a la opinión pública de que se estaba ganando la guerra, y la manera más expedita era mostrar cuerpos sin vida. Corrieron ríos de sangre, baldados de sangre, como pidió el general Mario Montoya, replicando el llamado de presidencia a producir resultados.

En el 2010, Uribe, el hombre providencial, no había logrado derrotar a las guerrillas. Se hacía necesario que el uribismo continuara en el poder para terminar el trabajo. De esa manera Juan Manuel Santos fue elegido como el hombre de Uribe. Para desgracia del patrón del Ubérrimo, Santos se distanció de su enfoque militarista y optó por negociar la paz con las Farc. En el 2014 una sociedad colombiana esperanzada en el proceso de paz optó por defenderlo y negó la posibilidad de que el uribismo regresase al poder.

En 2018, los partidarios de la paz resultaron incapaces de enfrentar al uribismo bajo un solo frente. Como resultado Uribe logró, por medio de un títere, regresar al poder. El resultado está ante nuestros ojos: masacres, asesinatos de líderes sociales, y asesinatos de exguerrilleros desmovilizados, firmantes de la paz. El paramilitarismo reina en los territorios. Y diversas disidencias crecen en varios lugares del país, alimentadas por el incumplimiento del estado a los firmantes de la paz, y por el exterminio que se desarrolla a diario contra los mismos. Un cóctel de violencia desbordada en el que el uribismo se siente cómodo porque puede vender su discurso de seguridad.

Pero es una violencia atizada y estimulada por el uribismo mismo. El gobierno no combate a las estructuras paramilitares, no protege a los líderes sociales, los tilda de guerrilleros, no protege a los firmantes de la paz, al contrario, hace todo lo posible para destruir el proceso de paz y empujar a los desmovilizados a retomar las armas, y quiere reactivar la guerra contra el campesinado que cultiva la mata de coca.

Mientras todo eso ocurre en Colombia, el uribismo de corbata obtiene beneficios fabulosos. En el terreno político le favorece la carnicería. Puede decir que como hay violencia, hay que mantenerlos en el poder, porque la única solución es la mano dura, la policía disparando contra quien proteste en las ciudades, y los bombardeos en los campos. Mientras tanto sus herederos y familiares cercanos se convierten en multimillonarios mediante el tráfico de influencias, o se alimentan de la teta estatal mediante la captura de la contratación pública.

La salida a esta tragedia que aumenta y disminuye su intensidad cada cierto tiempo está en el 2022. Se hace imprescindible desalojar al uribismo del poder político para quitarle su capacidad de reproducir los ciclos de violencia de los que se alimenta. Y, al menos de momento, la única opción viable para realizar eso es Gustavo Petro, los demás temen enfrentársele al uribismo.

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