Una advertencia que se hizo cantinela en el pasado debate electoral, especialmente entre los candidatos más cercanos al uribismo, fue la de que, en caso de que ganara Gustavo Petro, este iría a promover la lucha de clases entre los colombianos. Era un anuncio catastrófico, hecho con un dejo tal que solo daba lugar a colegir el advenimiento, a partir de Petro, de las peores desarmonías sociales, como si las existentes, verbigracia, las que nos tienen en el podio de los países con la mayor brecha entre ricos y pobres, no fueran ya motivo de insoportables sufrimientos.
Esa lucha de clases, de la que con tanto miedo se nos prevenía en campaña, no es otra que la que se da en toda sociedad en la que una clase dominante -como la que conforman en Colombia los Sarmiento Angulo, los Ardila Lulle, los Gilinski, los Char Abdala y no muchos más- ejerce el poder en interés propio y a través de políticos de profesión, sin importar que ese interés sea contrario al del resto de la sociedad, en la cual esa misma clase solo ve un ejército de mano de obra y otro de consumidores, ambos condenados a hacerla cada vez más rica.
Si bien es cierto que esa lucha de clases logra mantenerse larvada por períodos relativamente largos, lo que da pie a que muchos nieguen su existencia, bajo circunstancias agravantes se hace bien explícita, al punto de dejar ver el descocido de las contradicciones que hay entre las clases y hacerse claro que las soluciones ya no estarán en las mesas de concertación obrero patronales, sino en la alta política, esa que se expresa a través de leyes o, incluso, de relevos de clase en la conducción del Estado.
A partir del arribo de Petro, en Colombia comienza a evidenciarse que el poder político ya no está en manos propiamente amigas del poder económico. Y aunque podríamos decir que tampoco está en manos enemigas, sí consideramos que quien lo detenta tiene unas cuentas de cobro a favor de las mayorías que pretende hacer efectivas en estos cuatro años, como lo ha venido demostrando con los proyectos de reforma que hoy cursan en el Congreso.
En respuesta, lo que ha habido de parte de esa clase dominante ha sido la evidencia clara de que está dispuesta a impedir a como dé lugar que Petro consume su osadía y a no ceder en ninguno de sus privilegios. ¿No es eso lucha de clases? Mediante tal actitud ¿no está esa clase dominante haciendo evidente que sus intereses no coinciden con los del pueblo colombiano? Y ante ello, ¿el movimiento popular qué?