Circula un video donde de manera imprecisa se afirma que el FMI se abre al bitcoin, cuando lo que su directora dice es “que las divisas digitales creadas e intercambiadas sin la participación de bancos o gobiernos podrían eventualmente ser aceptadas por países con divisas inestables o instituciones nacionales débiles”.
Es decir, que podrían ser aceptadas por países tercermundistas o instituciones sin prestigio, dignas de todas las pirámides inventadas y por inventar, donde los ilusos abundan, donde hay quienes creen que el atajo en lo financiero sí existe, y donde a pesar de “ser timados cada día” vuelven y apuestan a lo mismo todos los días.
En el video, sin embargo, no se precisa que por ahora dijo Christine Lagarde, su directora, que es poco probable que las divisas digitales reemplacen a las tradicionales, "ya que son demasiado volátiles, demasiado arriesgadas y porque las tecnologías subyacentes todavía no son expansibles".
Es innegable la astucia de algunos emprendedores que promueven ese tipo de inversiones, pero sorprende sí, que haya tantos incautos que entreguen su dinero, su moneda legal, ignorando las advertencias que desde 2014 hace la Superintendencia Financiera de que las transacciones en las plataformas de bitcoin son anónimas, por lo que el uso de monedas virtuales se puede prestar para adelantar actividades ilícitas o fraudulentas, incluso para captaciones no autorizadas de recursos, lavado de dinero y financiación del terrorismo.
Este artículo no pretende debatir si el negocio es rentable o no, pues algún día alguien me malinterpretó respecto a DMG, cuando yo no debatía su rentabilidad o no, sino su legalidad.
Algunos me discuten, por ejemplo, que como voy a desconocer lo visionario de quienes fueron los que se idearon el dinero plástico, sin entender la gran diferencia. Claro, a través de una tarjeta plástica débito se puede disponer de un dinero que previamente se llevó al banco, o en el caso de una tarjeta plástica crédito se puede disponer de un dinero que posteriormente habrá que devolver, no de un dinero que como en el libro Padre Rico Padre Pobre, en un caso de crasa ingenuidad, se pretendía obtener monedas a partir del plomo de los tubos de pasta dental.
Me gusta el emprendimiento, pero hay mucha diferencia entre realidades y expectativas, pues en ese sentido pudiéramos decir por ejemplo que un día los vehículos podrían masivamente usar hidrógeno como combustible extraído del agua, lo cual ya se ha probado, pero que se queda en expectativa aún frente a la gasolina y demás combustibles que son una realidad hoy.
Por supuesto que en este ejemplo mío, desafortunadamente no faltaran incautos que le entreguen su moneda real a alguien que les asegure que mañana van a ser socios en una venta de agua para combustible, donde no hay que hacer ni vender nada, sino traer más gente a la pirámide.
No sé si todos los que han puesto sus recursos en ese tipo de inversiones son conscientes de que no tienen el control, que el control lo tiene otro del que se depende para que todo sea transparente. Algunos han perdido su dinero, con versiones que la cuenta fue hackeada, que el archivo fue borrado u otras novedosas excusas.
No me cabe duda de que hay gente honesta que “cree” que eso funciona, pero que en el fondo hace parte de un mundo especulativo, donde si cada uno realmente fuera exitoso en lo que hace, eso es lo que invitaría a repetir en cambio de intentar lo que cree que a otro le dio o peor aún, le dará resultado, sin certeza alguna.
La falta de inteligencia financiera seguirá siendo caldo de cultivo para tanto tumbador que anda suelto, pero que gracias a nuestra cultura de sabérnoslas todas, no será admitida oportunamente, sino solo después de haber perdido todo —y claro— sin aceptar que salió mal.
Ese desenfoque me recuerda mis épocas de congresista y candidato al Congreso, donde comprobé esa candidez: abogados varados pretendiendo que sus hijos estudien derecho, ingenieros varados pretendiendo que sus hijos estudien ingeniería y otras maravillas parecidas. O peor todavía, empresarios “exitosos” que por alguna razón no quieren que sus hijos hereden su negocio, sin entender, afortunadamente, que ellos tampoco querían.
