En cada contienda presidencial siempre emerge un candidato puro y duro de la maquinaria tradicional.
Por lo general, es un habilidoso administrador de las expectativas de la clase política que, a base de “acuerdos programáticos” y componendas, cohesiona a los políticos que han segmentado la cosa pública en milimétricos feudos electorales.
Esas maquinarias tienden a ser muy efectivas en las elecciones legislativas; en mayor medida, porque el “cacique” o gamonal que la preside tiende a ser un congresista
—representante o senador— que despliega su influencia desde el poder central con una serie de poderes a escala regional y local.
Esas infraestructuras políticas son escalonadas y se encuentran en casi todos los partidos, pues: las maquinarias y el clientelismo son inherentes al ejercicio de la política electoral.
Ahora bien, a pesar de su peso en las elecciones legislativas, las maquinarias suelen perder tracción —mas no importancia— en las elecciones presidenciales. Esto se debe a que el principal factor de estímulo de un ciudadano en una elección presidencial se encuentra en la emocionalidad derivada de la opinión; es decir, no influye masivamente el condicionamiento asociado a la interacción con algún agente de la maquinaria —dícese: mochilero, líder o comprador de votos—.
Sin embargo, no se debe caer en la ingenuidad de pensar que las maquinarias simplemente se desactivan en una contienda presidencial, para nada, pues las maquinarias se activan a todo vapor para amarrar votos, llenar plazas, presionar contratistas y hostigar electores.
Para 2018, el candidato de las maquinarias fue Germán Vargas Lleras, prácticamente las tenía todas. Para llegar a ese nivel de “cohesión”, durante su paso por el santismo, Vargas se dedicó a complacer caciques y fortalecer maquinarias, asumiéndose como un vicepresidente con agenda propia y capacidad decisoria en varios ministerios.
No dudaría en afirmar que la de Vargas Lleras fue la campaña presidencial más extendida en el tiempo (2011-2017) y la más costosa en toda nuestra historia republicana. Vargas se asumió como presidente por derecho de apellido y en más de una oportunidad Santos (presidente por derecho de apellido) le salió al paso para recordarle que: “el presidente es el dueño de la chequera”.
Pero cuando salió de la Casa de Nariño, a Vargas poco le interesó que lo asociaran con las maquinarias -o con su propio partido- y mejor se postuló por firmas. Así, pretendió engañar a la opinión pública, ya que, mientras recogía firmas presentándose como un candidato independiente, sumaba adhesiones de los partidos tradicionales (Partido de la U y Conservador) y le pasaba cuenta de cobro a las maquinarias que ayudó a aceitar.
Y claro que los caciques le respondieron, le llenaron plazas y le movieron buses a lo largo y ancho del país. A lo sumo, Vargas pensó que su carisma convocaba multitudes. Esa certeza de que ganaría sumando maquinarias, lo llevó a desestimar su papel en la opinión y a quemarse en la hoguera en sus vanidades.
Al cierre de aquel 27 de mayo, resultó evidente que a “Mejor Vargas Lleras” no le sirvió su estrategia de “independiente” y con 1.412.392 votos quedó relegado a un cuarto lugar; inclusive, por debajo de lo que había registrado en las elecciones presidenciales de 2010. ¿Qué pasó? entre muchas respuestas, solo hay una que propicia consenso: no le funcionó la maquinaria.
Y esa maquinaria no le funcionó porque el exvicepresidente cargaba con el lastre de un gobierno impopular; su estrategia comunicacional, en su intención por desligarse del santismo, se percibió errática; y gran parte de la maquinaria que aceitó desde el gobierno se la jugó con el uribismo.
Sin duda, el Vargas Lleras versión 2022 es Federico Gutiérrez, hasta con ciertas similitudes, pues el candidato de Equipo por Colombia también se presentó por firmas (buscando replicar el método con el cual se alzó con la Alcaldía de Medellín) y no duda en afirmar que es un candidato “independiente”.
Pero la maquinaria que viene apoyando a Fico resulta siendo mucho más potente que la que acompañó a Lleras en 2018, pues combina, antes de la primera vuelta y sin mayor riesgo de desplazamiento electoral (el grueso de las maquinarias no se moverá con Petro o Fajardo), a prácticamente la totalidad de la clase política tradicional, al conjunto de partidos que serán mayoría en el próximo Congreso (Vargas solo sumó tres), a un candidato con cierto capital de opinión en Antioquia (donde Vargas solo sacó 99.642 votos), y a un establishment renuente al cambio.
Con todos esos factores en juego, vale la pena preguntarse: ¿Acaso, a Fico también se le podría averiar la maquinaria y repetir el fracasó de Vagas Lleras?