Luego de las manifestaciones que han tenido lugar en los últimos días en el país, vemos cómo los famosos encapuchados y vándalos que arremeten contra el mobiliario público y privado han vuelto a ser la foto final que se ha vuelto costumbre desde hace ya varios años, restando relevancia a los motivos fundamentales de las protestas ciudadanas (con los medios de comunicación tradicionales como su caja de resonancia).
Esta resonancia de los medios da resultado y marca rating, porque al igual que con las novelas y los reality shows no hay que emplear mucha materia gris para expresar algún tipo de sentimiento u opinión acerca de los nunca suficientemente expuestos vándalos. Es como si estos personajes surgieran de la tierra (cual zombies de película ochentera) y por generación espontánea aparecieran y empezaran a provocar desmanes y destrozos a su paso.
Prueba de esto fue la paranoia colectiva que se generó el viernes 22 de noviembre, cuando por medio de cadenas de WhatsAapp y de mensajes, como el de la reputada senadora Mafe Cabal, se llamó a la ciudadanía a armarse de lo que tuvieran a mano para defender sus hogares porque los vándalos iban a ingresar a todos los conjuntos residenciales a destruir, saquear y hasta a violar lo que se les atravesara.
Este episodio rememora la trasmisión radial que hizo Orson Welles en los años treinta, de la guerra de los mundos, donde supuestamente los marcianos habían llegado a invadir la tierra. Esta transmisión incentivó tanto el miedo de la población de los pueblos sureños de Estados Unidos que muchos salieron con sus escopetas y herramientas de granja a repeler el ataque interplanetario.
Algo por el estilo fue lo que vimos esa noche en Bogotá. Con señoras enruladas corriendo de lado a lado de los conjuntos armadas con palos de escoba, mientras sus maridos pensionados hacían lo propio con algún cuchillo de la cocina. Más que los vándalos, el riesgo real era que les diera un soponcio por andar en tamaña exaltación. Bueno, aunque en el evento también salieron a relucir muchos portando armas de fuego, que iban desde revólveres hasta armas largas, cuya procedencia valdría la pena investigar (miembros del grupo antidisturbios del Patriota seguramente).
Un simple razonamiento matemático habría concluido que era imposible que esto sucediera ya que se tendrían que multiplicar los vándalos por miles (si no es que por millones) para cubrir una porción representativa de los conjuntos en Bogotá. Además tendrían que ser medio kamikazes, sabiendo que la junta completa de copropietarios estaba lista para recibirlos y no precisamente para darles un canelazo para apaciguar el frío de la noche.
Bromas aparte. Lo que este episodio demuestra es lo vulnerable e influenciable que es una amplia gama de la población a los medios de comunicación de todo tipo, donde estos terminan por formarles el imaginario de lo que es y no es real, a que se le presta atención y a que no. Aún más grave de lo que está bien y lo que está mal.
Todo esto no quiere decir que los vándalos no existan y no causen desmanes y destrozos. Lo que pasa es que hay que quitarles la capucha y darles un rostro y una vida real, primero en nuestras mentes, para sí darnos cuenta de que estos son jóvenes a los que este país les robó la esperanza y el futuro.
Por eso sin importar su procedencia se la juegan en la calle desahogando su frustración contra los que piensan que son los responsables de sus males, llámense estos transmilenio, bancos o policías, sirviendo como chivo expiatorio para aquellos que buscan deslegitimar los motivos fundamentales de la protesta.
Dado lo anterior, urge que el gobierno a nivel nacional y local genere las condiciones para devolverles a estos jóvenes la esperanza de una vida mejor. A través de educación realmente pública y de calidad, casas de cultura, bibliotecas con programas que los atraigan, trabajo digno y emprendimiento juvenil. En lugar de estar pensando en pagarles salarios de hambre por el simple hecho de ser jóvenes.
Enarbolar ahora las banderas de la mano dura es una salida simplista (siempre será más fácil tirarle a un joven un bolillazo que una oportunidad), esto solamente causará que el odio se siga acumulando y el odio solo le es funcional a los que quieren que la injusticia y la inequidad sigan siendo predominantes en una sociedad.
Sí, los jóvenes que acuden a la violencia requieren ser comprendidos para canalizar su odio en algo positivo. Muchísimo más aquellos que viniendo de circunstancias sociales similares se manifiestan de manera no violenta y más aún actúan para evitar dicha violencia aunque no porten cascos o escudos. A esos jóvenes (que son mayoría por cierto) hay que escucharlos en sus demandas de equidad, en lugar de patearlos o descargarles gases lacrimógenos en la cabeza (en una muestra de que también hay muchos vándalos con uniforme)... como si ser jóvenes que gritan demasiado en las calles los hiciera también merecedores de la etiqueta de desadaptados.
Así pues, en los actuales momentos que atravesamos, si no somos capaces como sociedad de ponernos en los zapatos del otro y si seguimos tomando en cuenta solo nuestros intereses individuales, no vamos a conseguir el cambio que queremos y anhelamos; sino que vamos a terminar sucumbiendo ante las estratagemas de aquellos que quieren que cambiemos los clamores de justicia y equidad por los de represión y xenofobia.