Ahora resulta que Marta Lucía Ramírez, la segunda vicepresidenta, comparó a Jesucristo con Álvaro Uribe Vélez. Lo que faltaba. Difícil sería ver al expresidente, tan energúmeno, lleno de odio y de permanente sed de venganza, llamando a quien le golpeen una mejilla a que se hinque y ponga la otra, como sí lo hacía Jesucristo.
Nadie se lo puede imaginar pregonando el “amaos los unos a los otros” o el quinto mandamiento, ni mucho menos, según se dice, aquello de que “no se debe desear la mujer del prójimo”. Quién podría esperar en un sermón, vía Twitter, escucharlo decir “tengo sed” o “perdónalos señor porque no sabe lo que hacen”, en vez de “plomo es lo que viene”, como dicen sus contertulios.
Menos aún se podría pensar que los troncos con que hicieron la cruz en donde clavaron a Cristo los hubieran cortado con motosierra, con trabajador incluido, como dicen que se hacía en la finca Guacharacas, en donde con la complicidad de Santiago, su hermano también sufrido, habrían armado Los Doce Apóstoles.
Además, Cristo, pese a que siempre estuvo dispuesto al sufrimiento, nunca hubiera cambiando un articulito de la constitución para hacerse reelegir, como sí lo hizo Uribe, por puro amor a la patria. En su nombre, Cristo estuvo dispuesto a sacrificarse por la humanidad, mientras que Uribe está dispuesto a sacrificar a la humanidad en su nombre.
Oremos por él y también por Martha Lucía, que a ese paso muy pronto nos va a resultar siendo la María Madalena.