La mentira es la característica de los tiempos que corren. Los grandes poderes echan a rodar versiones de la realidad muy distintas a la verdad, siempre con el propósito de que sus intereses sean los que al final resulten favorecidos. Aseguraba ayer Vladimir Putin en rueda de prensa, que los Estados Unidos se empeñan en impedir el desarrollo económico de Rusia, y que en esa obsesión no vacilarán en involucrarla en una guerra y cargarle más encima sanciones económicas.
De hecho sucedió con Afganistán en los años 80, país vecino de la entonces Unión Soviética, en el que fueron propiciadas y patrocinadas contradicciones tan complejas, que terminaron por obligar a la URSS a comprometerse en una guerra. La misma fórmula se aplica ahora en Ucrania, país en el que se han venido sembrando fuerzas de ultraderecha, de corte fascista, que presionan por una solución violenta en contra de las poblaciones rusas que habitan en el oriente de ese país.
Casi nadie recuerda, porque no conviene recordar, que cuando las tropas nazis invadieron Ucrania, en la Segunda Guerra Mundial, una parte considerable de su población se volcó a las calles para aplaudir como libertadores a las hordas hitlerianas. Un sentimiento que desde las revueltas de comienzos de este siglo se reanima en ese país del este de Europa. Pocos hablan también en Occidente de los reales intereses económicos de los Estados Unidos en la región.
Los Estados Unidos aspiran a convertirse en el zar del suministro de gas licuado a escala mundial. De hecho la prensa internacional destacó a comienzos de este año, que durante las dos últimas semanas del 2021, este país se convirtió en el máximo exportador mundial de ese hidrocarburo, que obtienen mediante la criminal práctica del fracking. Vendieron más gas licuado que Catar y Australia, los actuales pesos pesados en ese campo.
La Unión Europea se abastece de gas proveniente en lo fundamental de Noruega y Rusia. Este último país aporta el 40 por ciento de sus importaciones. La crisis energética de la Unión Europea ha conducido a una sorprendente alza del precio del gas, cuyo precio mayorista se incrementó entre 2019 y 2021 en un 429 por ciento. Al por menor el incremento fue del catorce por ciento. En todo caso un negocio magnífico al que los Estados Unidos están dispuestos a hacerse.
La decisión parece haberse tomado ya, cueste lo que cueste. Se trata de desplazar a Rusia de su papel actual. Y para eso está a mano la OTAN. Una potencia como Alemania, con independencia de los intereses norteamericanos, acordó con Rusia la construcción de un oleoducto gigante, Nord Stream 2, para llevar a su país gas ruso por los países bálticos, a fin de asegurarse el abastecimiento. Los Estados Unidos y la OTAN presionan a Alemania para que eche atrás ese acuerdo.
Y ya lo afirman abiertamente. En caso de que Rusia intervenga militarmente en Ucrania, una de las sanciones que le impondrán será impedir la realización de ese oleoducto. Al tiempo que lanzan una campaña de enorme difusión, mediante la cual los Estados Unidos prometen garantizar a la Unión Europea el suministro de gas licuado, en caso de que como respuesta a las sanciones contra Rusia este país decida cortarle el suministro de gas a varios de sus países.
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Lo que Occidente está vendiendo como una agresión rusa a Ucrania es el pretexto para desplazar a Rusia del mercado del gas en la Unión Europea, y acumular fabulosas ganancias
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Una guerra y el corte de suministros elevarían el coste del gas a precios impensables hoy. Qué mejor oportunidad de negocio que vender gas licuado en esas circunstancias. Está perfectamente claro, como el cristal. Lo que Occidente está vendiendo como una agresión rusa a Ucrania, algo que están provocando con verdadera insania, es el pretexto ideal para desplazar a Rusia del mercado del gas en la Unión Europea, al tiempo que acumular fabulosas ganancias.
Al mundo entero le están vendiendo una mentira mediante sus poderosas cadenas informativas. Tal y como lo han hecho históricamente y lo siguen haciendo contra naciones como Venezuela y Cuba, a las que cercan económica y políticamente, sumiéndolas en crisis angustiosas, para luego echarle a sus gobiernos la culpa de lo que sucede, promoviendo que la gente se alce y los derroque, con el fin de poder ellos ingresar a apoderarse del botín que de repente les impidieron tomar.
Sabine Pass y Freeport se denominan las instalaciones de donde brota a chorros el gas licuado en USA. Quizás qué gigantescas corporaciones son sus propietarias. Pero sus intereses promueven hoy el odio y la guerra. Igual pasa aquí. La paz no es garantía para los grandes dividendos derivados del latifundismo y el narcotráfico. Sus enemigos nunca lo reconocerán públicamente, pero la muerte y el terror que cunde en amplias regiones del país son promovidas por ellos.
El debate político actual en Colombia es si continuamos manipulados por esos intereses perversos o si nos vamos a sacudir por fin de ellos.