«En Tumaco todo puede estar bien, hasta que se meten con alguien...»
La máxima es de Harold Tenorio Quiñones, cuarenta y cinco años, antropólogo de la Universidad de los Andes, profesor de música y danza africana tradicional y contemporánea, egresado de la escuela Sankofa ("volver a la raíz"), del maestro Rafael Palacios, con una maestría de la Sorbona de París en ingeniería social y musicología.
La casa de Tenorio, que es la casa paterna de toda la vida, sede de la Fundación Escuela del Pacífico Surtuma, sembrada en Pantano de Vargas, barrio popular de Tumaco, huele a corteza de chonta, chimbusa, baba, cedro, entre otras maderas de selva húmeda tropical, materia prima de los instrumentos musicales que con esmero fabrica don Francisco Tenorio, su padre.
En esa estancia, macerada por el paso del tiempo y el vapor salitroso de los puertos, hay arrumes de leños secos, troncos que no llegaron a ser balsas, pero como en el verso de William Ospina, su "follaje de sonidos enardece al guerrero", las maderas transmutan en cununos, bombos, tamboras, guasás y marimbas, esos bien llamados pianos de la jungla, entre otros instrumentos autóctonos de San Andrés de Tumaco, y de los pueblos que circundan la exuberante línea costera del Pacífico colombiano.
En la morada de los Tenorio Quiñones pervive el espíritu ancestral, los saberes, sabores y haberes de sus antepasados, como la partería, la educación sentimental afrodescendiente impartida por el amor al entorno, su gastronomía, el sentido de pertenencia por la tierra madre, la música y sus bailes tradicionales, lumbre inagotable de libertad y resistencia en uno de los territorios más azotados por la violencia, la criminalidad, la pobreza y el desplazamiento.
Cuando Harold Tenorio Quiñones habla de que «en Tumaco todo puede estar bien hasta que se meten con alguien», se remite al paisaje de marcados contrastes en el que ha trasegado su pueblo: la supervivencia a ultranza -valga el oxímoron-, en un espacio en constante lucha y tensión como grupo étnico vulnerable ante el flagelo armado y sus prolíficas ramificaciones.
«El acecho, la persecución y la muerte, han sido constantes en Tumaco. Nuestra actitud ante esas fuerzas oscuras y depredadoras es poner la frente en alto con la música, la danza y nuestras tradiciones. El arte y la creación como simbología, estética y lenguaje: un acto de fe y dignidad», explica el músico, maestro de danza, gestor cultural, y director y bajista del colectivo raizal Plu con Pla.
Leyendas y juglares
Fiel al legado del viejo luthier, por sus manos han pasado las maderas con las que ha elaborado bombos y cununos, esos tambores cilíndricos parecidos a las congas, forrados con piel de venado y tatabra, un puerco salvaje similar al jabalí.
De la marimba de chonta, Tenorio argumenta que es uno de los instrumentos más difíciles de construir, comenzando por la palma del chontaduro amarillo, que es de las maderas más ásperas de trabajar, por su dura corteza, «y por sus espinas como de erizo, de hasta tres pulgadas, que hay que cortar con machete, porque a fuerza de pulir, es la vara indicada en virtud de su sonoridad».
En esta Perla del Pacífico que vio nacer y crecer a consagrados deportistas como Willington Ortiz, Silvio Salazar y Leider Preciado, el acervo musical de Tenorio Quiñones ha estado retroalimentado desde la infancia por la riqueza de su folclor ancestral, mayorazgo de sus primeros pobladores afrodescendientes.
Pero también por la salsa, la timba, el reggae, el blues, la herencia africana, el bossa nova, la salsa Tumaco adentro de los maestros Mario Mar y Caballito Garcés, la rumba cubana, el rap, el flow, el dancehall, la salsa choque, el bolero en todas sus vertientes, la de Faustino Arias Reinel y sus 'Noches de Bocagrande', y la del mentor insigne de la tierra, el inolvidable Tito Cortés y su precioso himno 'Alma tumaqueña': «sueño con la angustiosa / sensación emotiva/ de buscar en la vida / algo que no se alcanza».
Veladas de antología
«El Pantano de Vargas ha sido testigo de una enorme transformación social y cultural. Cuando éramos niños, habían lotes y baldíos que se habilitaban para jugar fútbol, o para secar pescado, porque esta ha sido una comunidad de pescadores», relata Tenorio.
«Los fines de semana, en las noches, los vecinos sacaban al andén los taburetes para la tertulia, que se prolongaba hasta la madrugada, y viejos y muchachos armábamos un fiestón de pincha discos que daba cuenta de nuestro sincretismo musical y de las novedades que emitía la radio, sobre todo en diciembre: Fruko y sus tesos, Wilson Manyoma, Joe Arroyo, la época dorada del bolero, la Sonora Matancera, la música tropical y sus grandes intérpretes».
«Hoy, la música de nuestro arraigo sigue primando: chirimía, currulao, bunde y bambuco tradicionales, aguabajo, alabao, makerule, levantapolvo, mapalé, contradanza, que contrasta con los gustos de la juventud: salsa choque, hip hop, rap, entre otras variaciones de la cultura urbana, lenguaje vivencial y contestatario de los grupos emergentes».
Pescado de pobre
Las plazas de mercado de Tumaco, como la del Centro y la Platanera, de mayor acopio, reflejan por qué este distrito esquinero del departamento de Nariño, ubicado a 300 kilómetros de su capital San Juan de Pasto, tiene como patrimonio a uno de los mercados más abundantes de pescados y mariscos de Colombia.
El penetrante olor salobre conduce a congeladores y vitrinas con bloques de hielo, donde se aprecia una tumultuosa y variopinta gama de corvinas, meros, alguaciles, bagres, abundancias, pianguas, conchas, camarones, langostinos, cardumas y plumudas, entre otras especies; irresistible espectáculo para deleite de los sentidos, la fotografía, el paladar y la imaginación.
La plumuda es un pez de mar, pelágico (pequeño, similar a la sardina), de alto potencial nutritivo, pero con muchas espinas, y por ende de dificultoso consumo, sobre todo para el foráneo.
«Siendo un pez de un alimento poderoso, a la plumuda se le conoce en Tumaco como 'pescado de pobre'. En una época prometedora, los pescadores la regalaban, pero hoy, a precio cómodo, continúa como la proteína infaltable en la canasta de las clases populares y emergentes», confirma Tenorio Quiñones.
«No obstante la abundancia de productos agrícolas como yuca, chilma (tubérculo parecido a la papa), plátano, coco y el infaltable chontaduro, en comedores precarios la plumuda se sirve con plátano verde, y se acompaña con aguadepanela, limonada o zumo de borojó».
«Para nosotros, creadores artísticos y gestores culturales, y por mi visión como antropólogo, la plumuda con plátano es una metáfora del poder y la resistencia de nuestros pueblos, del arraigo y de la pureza de nuestra raza, y del combate diario por la supervivencia, traducido en el músculo firme y la esperanza que no nos deja vencer».
A ritmo de Plu con Pla
La fusión de los acrónimos de plumuda y plátano, Plu con Pla, encendió la chispa para que el profesor Harold Tenorio Quiñones y un grupo de virtuosos músicos y creadores, la mayoría raizales, construyeran un laboratorio de cultura musical y social, con bases sólidas en ancestralidad, folclor y tradiciones de su pueblo, en confabulación con ritmos urbanos como rap, reggae, folk, dancehall, entre otros.
El proyecto Plu con Pla tuvo forma y contenido hace cinco años, cuando Tenorio regresó de un viaje mochilero de estudio, aventura y descubrimiento por Europa, luego de aplicar a la maestría de ingeniería social y musicología en la Sorbona, y de un itinerario por varios países, hasta llegar a África.
«Además de Francia, estuve en España, Alemania, Letonia, Lituania. Me detuve en Burkina Faso, donde bailé danza africana contemporánea. Volví a París, trabajé en un restaurante de comidas rápidas, y como artista pasé el sombrero en el metro y en espacios públicos, tocando el bongó con músicos emergentes de Brasil, México, Costa de Marfil, y hasta con un colectivo del pacifico colombiano».
«La experiencia fue extraordinaria y formadora, pero suficiente, cuando el alma y el cuerpo me reclamaron Tumaco. Regresé por el amor a mi tierra, con todos sus contrastes: la buena onda del tumaqueño, el entorno natural, mi familia, mis padres docentes, mi hija Layli, las maderas y herramientas de trabajo, el caos cotidiano, todo está en el ADN», recuerda el profe Harold.
«Cuando aterricé en Tumaco, ya traía claro el proyecto musical que iba orientar. Me reuní con talentos calificados, vecinos de barrio, familiares, alumnos de la fundación, gente que desde el principio despertó expectativas y se comprometió a fondo con esta iniciativa».
«Así fueron madurando las ideas a través de los vasos comunicantes de este laboratorio musical llamado Plu con Pla, inspirados en la energía que nos transmite nuestro pueblo, en sus sueños y frustraciones, en los sabedores, botánicos, narradores orales, artesanos, luthiers como mi padre; y en la magia de la naturaleza que nos rodea, un paraíso de la biodiversidad que lleva años clamando por un acto redención».
'Pura actitud'
«Cinco años atrás grabamos por nuestra cuenta un EP (extended play) de cinco canciones, con un primer objetivo: 'No más velorio', que pegó de entrada, nos fue muy bien, al punto que el sello disquero 'Galletas calientes', se interesó por la distribución y nos imprimió un vinilo de remixes».
«Vinilo también tendrá nuestro primer álbum 'Pura actitud' (gracias a ADA Warner), lanzado en Tumaco a finales de marzo, gracias a la Corporación Manos Visibles. 'Pura actitud', como su nombre lo indica, fue concebido para proyectar nuestra conexión con el territorio, y de cómo asumimos y sentimos nuestro rol como portadores y difusores de arte musical ante la sociedad».
«Creemos, crecemos, trabajamos y nos nutrimos en la confianza por una nación posible, en donde todos quepamos sin distingos de credos, ideologías, género y razas».
«El gran potencial es nuestro pueblo, nosotros, los olvidados de la periferia, que soñamos y aspiramos a contradecir el ultimátum de Cien años de soledad, por una segunda oportunidad sobre la tierra», expresa Tenorio.
En 'Pura actitud', que ya está en plataformas, hay una versión Plu con Pla del himno nacional titulada 'Somos inmarcesibles', una suerte de oración, según su director, inspirada en la vida simple, en el cuidado y protección del territorio, la medicina tradicional, la negación ante el consumismo, la espiritualidad.
'La visita', otro de los nueve temas, habla del poder y de las fuerzas misteriosas de la naturaleza: el mar, los terremotos, como los devastadores de Tumaco en 1906 y en 1957.
'Agua', es un clamor urgente de la fuente de vida que peligra y se agota ante la mirada indiferente de los poderosos. «Aquí expresamos los errores que se están cometiendo por el egoísmo y la mezquindad humanas, y los riesgos y consecuencias irreparables».
'Pura actitud', título de la publicación musical, es una alegoría al voltaje de energía que irradia y contagia la agrupación, para no permitir que las dificultades y las durezas de la vida los agobie. «Hay que persistir, pese a todo, y continuar la marcha, el camino es largo».
El profe Harold se enorgullece en presentar a su familia artística. Compañeros de entrega y compromiso en este arduo y no menos satisfactorio viaje de creación e interpretación:
John Jairo Cortés, marimba. Luis Quiñones, bombo. Fernanda Tenorio y Lina Alejandra Macuacé, vocalistas. Jair Angulo, guitarra y voz. Kevin Cortés, batería. Invitados a participar en este álbum: Alexis Play, de Chocó, y la intérprete ecuatoriana Melissa Mourelle, y en el bajo y la dirección general, Harold Tenorio Quiñones, con todos los hierros.
El Morro
Entre el fragor y el intenso flujo húmedo y salobre, las calles de Tumaco son de cinemascope. Una vía larga une las tres islas que integran el distrito, flanqueado por locales, vendedores informales, restaurantes y bares.
No hay cómo librarse del trepidar y la estridencia de los mototaxis con sus pitos y bocinas: ese caos sin remedio que el profesor Tenorio Quiñones relaciona con el ADN tumaqueño.
Sobre el puente, un moderno bulevar es el punto de encuentro de los lugareños: una plazoleta a modo de 'media torta', otra con quioscos y terrazas, y a lo largo y ancho racimos de niños y jóvenes que aprovechan el crepúsculo para jugar con las crestas del mar, mientras los mayores aseguran en sus cordeles las sartas de pescado para la merienda.
Le pregunto al profe Harold cuáles son los bares más frecuentados por los tumaqueños.
«Está El Baúl de los Recuerdos, que queda en Pantano de Vargas. Allí ponen música en vinilo, y es como la sede del bolero y de la melodía de antaño. También está Canalete y La Casa del Curao, que botan Pacífico puro».
-Y su rumba personal.
«La música cubana y sus grandes intérpretes: Issac Delgado, Los Van Van, Manolito y su Trabuco, la Orquesta Aragón, la Original de Manzanillo, Polo Montañez, entre otros, y por supuesto Fania, Héctor Lavoe, Rubén Blades, la salsa de mi tierra».
-¿Y de frescos y frascos?
«El viche, bebida ancestral del Pacífico, no puede faltar, y en guardadas porciones, Ron Viejo de Caldas».
Cámara al hombro y con la frente perlada de sudor, el fotoperiodista Rubén Darío Escobar sugiere el colofón de las gráficas en El Morro, playa emblemática de Tumaco, objetivo paradisíaco de turistas del mundo.
En la ensenada, bajo el primoroso plafondo de un azul mineral, posa el maestro Harold Tenorio Quiñones con un retazo de guadua que simula su bajo. Luce bluejean y camiseta negra, con una inscripción en blanco: "Verdades que vos sabes", y en su cabeza, como mitra identitaria de su raza, el promontorio de rastas sujetas por una tela gris.
-¿Cuánto hace que no se las corta?
«Uff, desde 2009».
-¿Cada cuánto las lava?
«Cada ocho días, primero las enjuago con jabón Rey, para quitarles el polvo, y luego aplico champú. Eso le da textura compacta».
-¿Y cuánto pueden pesar?
«Por lo menos tres kilos. Me sirven de almohada».
Imagino al profe Harold en las azarosas bregas de mantenimiento de sus dreadlocks, como las conocen los rastas insulares, como quien lava y seca con devoción y paciencia un telar primitivo de lianas y fibras de bejucos, raíces, semillas y saturadas flores carnívoras, adquirido en algún anticuario de Ankara.
Ahí está impresa la simbología de su quehacer en el arte, como credo y praxis, razón de ser en el albedrío de sus motivaciones y quimeras.
En el prodigioso preámbulo de la noche en El Morro, y con el rumor de las aguas, se oye el dum dum de cununos, bombos y guasás, cadencia sensual que incita al goce, y que el cronista fascinado acompaña con las palmas: ¡Plu con Pla, Plu con Pla, Plu con Pla...!
Fotos: Rubén Darío Escobar y archivo particular