De toros, gallos y mataderos

De toros, gallos y mataderos

"Es difícil ser tan purista en el amor por los animales y degustar su carne en cada comida."

Por: Ana Milena Puerta
septiembre 04, 2014
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De toros, gallos y mataderos
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Leo pronunciamientos en contra o en favor de retomar las corridas de toros en la plaza de La Santamaría de Bogotá. Trato de comprender las razones que existen en el fondo argumentativo y en algunos casos grosero con el que se manifiestan foristas, columnistas y comentaristas de redes sociales.

El primero y más importante argumento de quienes se oponen al regreso de las corridas de toros, ordenado por la Corte Constitucional, es el de la violencia contra los animales. Con evidente emoción y horror, hablan sobre la sangre, los abusos y la horripilante costumbre de celebrar la muerte de un animal indefenso.

Me pregunto: ¿Por qué esos mimos argumentos no se utilizan para prohibir las peleas de gallos, tan famosas y populares en todos los pueblos y ciudades colombianas? Y es aquí donde entra a jugar el populismo, variable ineludible en nuestro politizado país.

Resulta que los toros son concebidos, por sus detractores, entre ellos el alcalde de Bogotá, como “fiesta de unos pocos ricos” que se juntan en plazas para celebrar la muerte de seis animalitos por tarde.

Mientras que las denominadas riñas de gallos se conciben como parte del folclor popular, porque son miles los colombianos que cada fin de semana acuden a las galleras, que crían gallos y realizan apuestas, inclusive en barrios bogotanos.

Entonces, ¿Cuál es la diferencia? Pues que acabar con las corridas de toros, para un alcalde populista como el de Bogotá, implica molestar a unos cuantos ricos; mientras que prohibir las peleas de gallos le traería serias consecuencias en la base más popular de los habitantes.

Los que asisten a las galleras son la misma población que el alcalde “alimenta” con subsidios, que son como vendas en los ojos para que no miren el desastre de ciudad que en tres años logró destruir y polarizar.

Los mismos que creen que el Estado “ayuda” a los pobres y por eso es tan bueno ese alcalde, los mismos que desconocen que el ideal del ciudadano es el de contar con esos servicios básicos que son su derecho fundamental y una ciudad donde no tenga que mendigarle nada al Estado porque cuenta con las capacidades, los conocimientos y las oportunidades para conseguirlo por sí mismo.

Pero el pueblo bogotano lo ha olvidado, mientras se engolosina con mendigarle a la alcaldía subsidios y mercados, mientras su autoestima se rebaja a recibir ayudas, mientras la ciudad se derrumba y se aleja del modelo incluyente y de oportunidades que debería de ser.

Y sobre todo, mientras pueda seguir jugando a ser feliz en las peleas de gallos de cualquier barrio un fin de semana, al calor de una cerveza y con la tranquilidad de las “ayudas” recibidas. Populismo puro y barato.

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Y digo barato porque así le resulta al alcalde promover el populismo. Eso es más fácil, para él, que dedicarse a administrar inteligentemente la ciudad y a invertir de manera ajustada a las leyes los cinco billones de pesos que Bogotá tiene guardados en bancos, a la espera de un administrador capaz.

Mientras tanto, hablar de sangre en la arena y metáforas similares para mantener el populismo vivo en su balcón de arengas, es más fácil.

Que seis toros de lidia mueran una tarde de toros en una plaza, no es nada comparado con las más de cincuenta mil reses que se sacrifican diariamente en Colombia para alimentar el gusto por la carne de sus ciudadanos. ¿Conoce este alcalde el matadero municipal? Por supuesto. Como también sabe que prohibir la muerte de estas reses conllevaría al odio popular.

Es difícil ser tan purista en el amor por los animales y degustar su carne en cada comida, pero así sucede con quienes defienden el cierre de una plaza de toros. Que, entre otras cosas, no es una diversión “de ricos” sino una tradición en la que trabajan más de cuarenta mil personas entre banderilleros, ayudantes y alguaciles de plaza, que genera ingresos para muchas familias y que es una tradición muy arraigada en la memoria colectiva de esta ciudad. Inclusive, la plaza fue donada por un amante de la fiesta brava y es hoy un monumento nacional que se derrumba por falta de cuidado de la administración distrital.

Toda forma de convivencia y de paz enfrenta su gran reto cuando se trata de defender los derechos de las minorías, y los amantes de los toros son una de ellas. Tan minoría como cualquier otra, con derechos y deberes.

Poco importa si a mí, a ustedes o al alcalde le gusta o no la fiesta brava; lo único cierto es que esa fiesta forma parte de la cultura nacional para unas minorías. Y que el respeto es siempre el respeto a la diferencia, a lo que es distinto a mis gustos y forma de vida.

Y si de defender la vida de los animales se trata, comencemos por prohibir la ceba y muerte de reses, la siembra y pesca de peces o la humillante cría de aves de corral en establos miserables. Para defender la vida de los animales deberemos cambiar costumbres alimenticias y convertirnos todos al veganismo, con la posibilidad de contrariar a quienes defienden las plantas como seres vivos.

Y que el fantástico mundo creado a imagen y semejanza de los puristas, reine entre nosotros. Sin diversidad alguna, sin respeto a la diferencia, sin dignidad para las minorías. Pero muy saludable, eso sí.

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