De tal padre, tal hijo un film que los hará llorar

De tal padre, tal hijo un film que los hará llorar

Para quienes detestaron "No se aceptan devoluciones"

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mayo 28, 2014
De tal padre, tal hijo un film que los hará llorar

Calificación: cinco-estrellas - De tal padre, tal hijo un film que los hará llorar

Ryoata es un humilde súbdito del emperador. Se levanta, pone en el plato unas cuantas plantas que come sin placer, le sonríe a su esposa y a su hijo, después abre la puerta del auto y por una autopista en donde solo se ven edificios, torres de energía y cemento, va rumbo al rascacielo sin ventanas en donde  cumple con el rol diario de arquitecto exitoso. Nada se escapa de su control, ni siquiera el destino de su hijo, Keita, un niño de seis años un poco pequeño para su edad, que aún no ha demostrado tener ningún talento, ni siquiera para el piano, ese instrumento que machaca a diario y del cual solo logra sacar unas cuantas notas inconexas.

La vida en Japón ha perdido la incertidumbre y el peligro de la espontaneidad. Estudios recientes han demostrado que si dejas a un lado del camino todas esas ñoñadas que te identifican como humano, no solo vivirás más sino que nunca conocerás la infelicidad.

Por eso Ryoata no entiende la llamada que le acaban de hacer del hospital en que nació Keita. Al frente suyo hay una junta médica que le está diciendo, a la cara, que ese niño que duerme en el estrecho y ultra tecnológico cuarto que él mismo ha equipado con todos los utensilios necesarios para estimular el temprano desarrollo de su inteligencia, ese bebé que el sostuvo en sus brazos y para el cual diseñó milimétricamente un destino, ese muchachito que parece no haber heredado ninguno de sus talentos, por una lamentable confusión en el momento de nacer, no es su hijo. A partir de allí Ryoata deberá padecer todas esas cosas que él desprecia y de las cuales tiene tanto miedo, ese conjunto de emociones que nos hace humanos pero que a la vez nos quita el control y nos expone al peligro de lo inesperado.  Ryoata ha salido de la burbuja y se ha encontrado, sin anestesia alguna, ante la dureza de la vida.

Para muchos, el cine japonés no es otra cosa que una sucesión de planos fríos y lentos en donde no pasa demasiado, una invitación a aburrirse en aras de parecer más culto, de demostrar que se tiene bagaje cinéfilo. Se equivocan los que así piensan, porque en De tal padre, tal hijo el director Hirokazu Kore-eda ha escrito una comedia amarga en donde muestra, no solo el drama de una familia ante una situación tan difícil como saberse víctima de un engaño, sino el grado de tecnificación al que ha llegado Japón. En la pequeña isla del Pacífico se ha implantado una dictadura de las máquinas. En cada escena se ve a los protagonistas de la historia incapaces de estar solos, siempre llevando en sus manos algún tipo de videojuego, de celular, una coreografía histérica de aparatos que te sacan de la realidad para meterte en una enorme incubadora muy bien acondicionada para que lleves una vida normal pero sin las complicaciones que puede causar el contacto con el otro. Un país de espacios fríos y limpios, un país en donde todo verdor pereció y en su lugar emergieron del fondo de la tierra edificios, autopistas y túneles. Un lugar que ya no parece una ciudad en donde viven seres humanos sino la escenografía de una película de ciencia ficción.

A pesar de esa precisión con la que está dibujado el color local, no esperen de esta, la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes, el tedio de las películas de cine arte. De tal padre, tal hijo te toca porque es una película universal, en donde te puedes sentir identificado con cualquiera de sus personajes, incluso con el odioso Ryoata, un hombre que lo ha dado todo para salir del agujero en donde ha crecido, que le ha dado la espalda a sus humildes padres, a su esposa y a su hijo por sumergirse en la tranquilidad prometida en la publicidad vomitada por la televisión y por todos esos hologramas que aparecen en las calles de Tokio. Y vas a sentir, claro que sí, la angustia durante dos horas y vas a reír, a llorar y a sorprendente con las imágenes de un cine que no tiene nada que envidiarle en intensidad y ritmo al norteamericano pero que por culpa de la pésima distribución que hay en nuestro país no solo no conocemos sino que le tenemos miedo.

Para los que piensan que la insoportable Loreto Peralta, la protagonista de No se aceptan devoluciones, es un precoz genio de la actuación, los invito a que contemplen a los dos menores que actúan en la película, para que vean cómo es que debe comportarse un niño frente a la cámara. Ellos no son particularmente inteligentes o dicen cosas muy sabias, ni dejan lecciones de vida como sucede en el idolatrado bodrio de Derbez o en La rosa de Guadalupe. No, ellos son tan solo niños que juegan y ríen y sufren  y que pueden desarmar el argumento más sólido, no rezándole a la virgencita o diciendo lo mucho que quiere a papito, sino tan solo preguntando, ¿por qué?

Para mí el momento más maravilloso de esta sorprendente película es cuando Ryoata se queda viendo, en sus noches de insomnio, a Keita, sabiendo que esas horas apacibles en las que él logra quitarse de encima el peso del trabajo y las obligaciones mirando a su hijo dormir, se acabarán para siempre. Y es entonces cuando de la nada, que es el lugar de donde sale la música en el cine, empiezan a escucharse las Variaciones Goldberg tocadas por Glenn Gould, ese otro niño prodigio de la música, el genio que se aisló durante años en un chalet en Suiza rehusando del contacto de los humanos para hacer solo lo que le gustaba: sacarle las notas más angustiantes a su Steinway y de vez en cuando observar, a través de la ventana, como la nieve iba borrando los picos de las montañas que lo rodeaban. Desde esa altura Bach nos habla en el lenguaje de la tristeza sobre una familia que se desintegrará pronto, sobre una sociedad que en la búsqueda de la excelencia perdió no solo el verdor magnífico y exuberante de una calle llena de árboles sino su humanidad, su capacidad para emocionarse, la culposa pero a la vez embriagante libertad que da el fracaso.

Consulten su cartelera local y si aún está no dejen de verla. Es raro ver películas sobre la infancia con un punto de vista maduro y certero como el que plantea acá Kore-eda. Se sorprenderán al notar, en medio de la proyección, que sus ojos están encharcados en lágrimas. Llorarán sin sentirse manipulados.

Advertencia: Si usted disfrutó esa basura llamada No se aceptan devoluciones absténgase de ver De tal padre, tal hijo. Acá no se manipularán emociones y lo peor, usted seguramente tendrá que leer subtítulos ya que no llegaron al país copias dobladas.

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