He visto marchas en Siria y en Venezuela. He entrevistado venezolanos y sirios que, por igual, viven lejos de sus países, con la nostalgia que eso implica. He leído y oído argumentos de sectores que apoyan y que contradicen a los gobiernos. Más allá de amores y de odios, de agendas políticas y de voces de lucha, encuentro una terrible coincidencia entre un momento político de ambos países.
En 2011, en Siria, la gente se volcó a las calles de manera genuina, como lo hacen hoy en día muchos venezolanos y no es necesario aquí siquiera que discutamos si consideramos válidas o no sus banderas. Los gobiernos, también con cierta apertura, intentaron (mal o bien) crear espacios de diálogo que no florecieron. El problema hasta ahí se limita a la ruptura del consenso social sobre el gobierno y la forma de gobernar; un descontento social creciente y una comunidad internacional expectante.
En ambos escenarios se ha visto: una mezcla de razones objetivas para la protesta, un ambiente de crisis de gobernabilidad, la teoría de la conspiración y un accionar social del Estado que le permitía un nivel de legitimidad.
Este año (2017) estuve visitando de nuevo Líbano, donde pude hablar con sirios a favor y en contra del régimen, pero sobre todo con refugiados y víctimas. Después de repasar con ellos los primeros meses de la revuelta de 2011 y su rápida militarización, llegué a una conclusión: ninguna de las dos partes querían hacer de Siria lo que es hoy, pero a ambos se les salió de las manos (en mayor o menor medida) sus deseos de derrotar al contrario.
Puede sonar ingenuo pero creo, firmemente, que no se trata de partes que en principio quisieran convertir a Siria en una desgracia colectiva: un país con más de la mitad de su población desplazada o refugiada, cientos de miles de muertos y una economía destruida. No lo querían, pero lo hicieron entre todos: más allá de las agendas externas de uno y otro lado, son principalmente sirios lo que están oprimiendo el gatillo.
La falta de espacios alternativos en los que se reformule el contrato social
y se plantee procesos de diálogo,
podrían hacer que nuestros vecinos terminen muy mal
Los venezolanos no tienen el arrojo combativo de los árabes (lo que en este caso es una ventaja), pero la falta de espacios alternativos en los que se reformule el contrato social y se plantee procesos de diálogo, podrían hacer que nuestros vecinos terminen muy mal.
Hoy a muchos sirios no les importan las cosas que justificaban la violencia de los primeros años; la falta de un rápido resultado en lo militar y el alto costo de la guerra los lleva a replantearse el camino emprendido; no guiados por el pacifismo, sino por el pragmatismo. Alguien decía que se puede saber cómo empieza una guerra, pero no cómo acaba. Venezuela, la que está con el gobierno y la que está en contra, deberían prever los resultados de los caminos que escojan, por su propio bien y el de Venezuela como un todo.
Es cierto que millones votaron en la consulta de la oposición contra Maduro, la inflación es real y el revés a la Constitución de Chávez puede ser visto como un retroceso del mismo chavismo; pero también es cierto que millones votaron a favor de la Asamblea Constituyente que propuso el gobierno. Una pelea de números es, en esencia, secundaria. Venezuela está movilizada políticamente, a favor y en contra. La salida negociada se impone, no solo para resolver el problema del conflicto actual sino, también, para prevenir una escalada de violencia que lleve a una indeseada guerra civil. Las potencias alimentaron la guerra de Siria y podrían alimentar la de Venezuela. La salida en Siria es dejar que los sirios decidan su propio futuro; y lo mismo aplica para el caso venezolano.
La invitación es a la reflexión sobre las consecuencias de los caminos que se tomen y, además, de la responsabilidad de las partes; eso no se puede responder diciendo que Maduro es dictador ni tampoco que la oposición es guiada por Estados Unidos. Lo esencial es buscar una salida, mientras esto sea posible.
P. D. No pido para Venezuela nada diferente de lo que pido para Colombia, y viceversa. Pero esos estándares (por ejemplo, en materia de derechos humanos) parecen ser despreciados en sociedades polarizadas como Colombia, Venezuela y Siria.
@DeCurreaLugo
Autor de Y la sangre llegó al Nilo. Crónicas desde la guerra (2017)