¿De quién son los planetas?
Opinión

¿De quién son los planetas?

Por:
marzo 22, 2014
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El ser humano fue durante mucho tiempo lo suficientemente soberbio para pensar que era el centro del universo y que era la única especie “inteligente” en él. Aunque muchos siguen pensando así, parece existir un consenso general en cuanto a la inmensidad del universo y la subsiguiente insignificancia de nuestro planeta:

planetas - ¿De quién son los planetas?

Cada vez se encuentran más y más planetas catalogados como “habitables”. Me imagino el día en que la humanidad quiera (o se vea obligada a) mudarse del planeta que habita hoy. Y me preocupa mucho algo: ¿de quién son esos planetas? Supongo que para muchos la respuesta sería: de quien los “descubra”. Por cierto, algo así sucedió con el continente americano algunos siglos atrás, con consecuencias desoladoras.

Para otros, la respuesta podría ser: “de quienes los habiten”. Sería ingenuo pensar que un planeta que permita la vida esté deshabitado, virgen, esperando a que nosotros lleguemos a disfrutarlo. A no ser que nadie lo quiera, esto podría ser un poco complicado, ya que habría que pedirles permiso a sus habitantes para vivir con ellos (vía diplomática). Ya veo venir conflictos de intereses y problemas ideológicos y de comunicación, que de hecho ya son lo suficientemente difíciles de solucionar aquí en la Tierra (para la muestra tres botones: el conflicto de Cachemira, el árabe-israelí y el de Crimea). Esto llevaría a la segunda opción: un conflicto armado para ver quién subyuga a quién. Ahí sí: La Guerra de las Galaxias (no sé si leyeron las declaraciones que alguna vez dio Stephen Hawking al respecto, que también recaen sobre nosotros como potenciales invasores de otros planetas. Para los menos interesados en lo que diga el prestigioso científico, Independence day también ofreció la misma teoría).

Sea cual sea la respuesta, temo el día en que los países terrestres empiecen a proclamarse dueños de otros mundos. Una “miradita” a la Luna en Google Earth muestra que está llena de banderitas de Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea, India, Japón y China. Estas banderas indican misiones, no reclamaciones de “lunitorio”, pero ya sabemos que lo de plantar banderas es una antigua estrategia para hacerlo. Supongo que se podrá arreglar algún tipo de arrendamiento con estos países, que han contado con las ventajas económicas y tecnológicas para hacer semejantes viajes. Porque eso sí, ellos querrán recuperar la platica que han invertido. ¿Y lo de regalarle la luna a la novia? Pues los que tengan con qué ya lo pueden hacer, literalmente. Lo mismo estará pasando con Marte.

Inevitablemente surge otra pregunta: ¿quiénes se irían? Como van las cosas, me imagino que los muy contados magnates (ahora turistas espaciales) empezarán a comprar acciones en el planeta “Gliese 581 d”, que de hecho ya tiene nombre de urbanización cerrada (¿una casualidad desafortunada?). Ya veo venir avisos como “Mudanzas espaciales Igor: llevamos sus corotos a donde quiera (literalmente)” o “Trasteos El Gringo: llevamos sus chécheres, no importa la gravedad”. Por supuesto, el 99.9% restante de la población terrestre tendríamos que quedarnos aquí, esperando los carruajes de fuego del apocalipsis.

Yo solo espero que no tengamos que dejar este maravilloso planeta, porque me gusta bastante. Conquistar y habitar nuevos planetas, en mi opinión, no sería necesariamente una señal de victoria para la especie humana en su totalidad. Si somos sinceros, lo sería solo para unos cuantos científicos y políticos (ah, y para los afortunados accionistas que se salvarían, mucho de los cuales, por cierto, habrían participado directamente en la destrucción de este planeta). En mi opinión, esto sería  más bien una señal de que fracasamos, de que no pudimos conservar el que teníamos. No sé si el agua de otro planeta saciará nuestra sed de la misma manera, si las flores tendrán el mismo perfume, si los pájaros cantarán igual de bonito o si la tierra producirá las mismas dulces frutas. Yo solo espero que logremos conservar el planeta que por increíble casualidad permitió que floreciera la vida como la conocemos. Evitar su destrucción no es solo cuestión de supervivencia humana, es cuestión de humildad, de reconocer que no se trata solo de nosotros, que lo compartimos con miles de criaturas que tienen el mismo valor biológico que nosotros, y que el universo no gira a nuestro alrededor. ¿En verdad necesitamos que nos recen una y otra vez el viejo adagio de “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”? Espero que no.

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