Yo también vi las bombas caer en Cartagena. Vi el horror desencadenarse en la mirada de Rodrigo Londoño. Nos burlamos, sacamos memes, creímos que había sido un error en la coordinación del despegue de los Kafir. La paz es un hecho y lo que se viene es algo parecido a una revolución, dos mentiras que necesito creer. Pero por estos días en Colombia no existen las coincidencias. Es una idea demasiado rebuscada: ¿en qué cabeza cabe mandar dos aviones de guerra para celebrar el final de un conflicto?
Las Farc son astutas. Ahí, en la tarima del Centro de Convenciones, mientras Timochenko conmovía con su discurso a un país que lo odia por ateo, por comunista, Victoria Sandino y Pastor Alape cruzaron una mirada. Empezaban a darse cuenta que Jesús Santrich tenía más visión que todo el secretariado junto: ellos habían perdido la guerra y tenían que aceptar las condiciones impuestas. No había nada que celebrar. De las primeras condiciones que pusieron sobre la mesa de La Habana no quedó nada. Los ocho años de Seguridad Democrática no los acabaron pero los debilitaron tanto que tuvieron que sentarse a negociar como un ejército prácticamente vencido. La Fuerza Aérea se los recordó restregándose los dos Kafir que sobrevolaron Cartagena. El ejército necesita dejarle en claro a Santos que él no hizo la paz, que fueron ellos los que los obligaron a negociar y que si les da la gana borrarán a la guerrilla de la faz de la tierra.
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Por eso las Farc tienen miedo. Tienen miedo de que ahora que entreguen las armas los empiecen a matar. Temen que la historia se dé un mordisco en la cola y vuelvan a caer con un tiro en la espalda como el Charro Negro en el sesenta, contestando una llamada telefónica, como Pardo Leal en el 87, de un bombardeo encarnizado como en Marquetalia. Son guerreros y se merecen una muerte en franca lid, no traicionados. “Nos van a matar” pensará Pastor Alape ahora que se muestra como una de las alternativas presidenciales de las Farc. Ha visto mucho para ser inocente.
Tienen miedo porque saben que los pactos en Colombia no son de acero, se quiebran. La ultra derecha, que parece acorralada, lo que está es agazapada preparando su salto final. Ellos también son guerreros y mueren con las botas puestas.
Más que el ruido rabioso de los aviones de guerra a las Farc lo que les asusta son las voces de los que los odian que son mayoría en un país que se acostumbró a no perdonar, a creer que las cosas funcionan es a la brava, un lugar en donde Pablo Escobar fue idolatrado porque llegó a poner bombas en aviones con tal de salirse con la suya. Esa determinación mal entendida, esa tozudez inmoral que no entiende sino la dictadura de las armas, es en donde esperan las Farc resocializarse.
Una sociedad enferma no puede enseñar nada.