La noche de ayer, después del paro, pasamos una noche en alerta ante cualquier desmán. Desde nuestras casas estuvimos dispuestos a repeler cualquier agresión y sin pegar el ojo meditamos sobre la causa de estos desórdenes entrópicos en nuestra sociedad.
Hace un mes la prensa del cine criticaba la película Joker e incluso algunos hacían insinuaciones de veto a este film. Ahora recuerdo la imagen en la película del pueblo enaltecido con un héroe de la nada, pero víctima de la estructura social.
Pues bien, acá observo un claro inconformismo con la administración y un descontento por los gobernantes, no importa de qué facción vengan: de derecha, de izquierda, de centro o sus mezclas.
El 31 de octubre en Cali vi a muchos payasos en la calles que andaban con motos como una corte de langostas hambrientas con ánimo de carnaval y de rebeldía social, taponando las vías y haciendo fiesta, desafiando a la institución en muchos puntos críticos de la ciudad.
¿A quién culpar?, ¿a la influencia del arte y de Hollywood?, ¿a las posiciones nacionalistas de Trump o de nuestro caudillo nacional, aquel que sonríe a veces sardónicamente y que si bien no tengo argumentos para culparlo de crímenes, sí hay suficiente evidencia para decir que tiene amigos de mala calaña?
¿O mejor culpamos a los de la izquierda?, ¿a los de la ideología de género?, ¿a esos que se han subido al poder con ínfulas supranacionalistas?
Por ahora, definitivamente tengo que señalar a George Soros, el filántropo que casi quiebra al Reino Unido en el miércoles negro en los años 90 y que apoya las aparentes causas perdidas como la ideología de género. Y quiero decir aquí que esta acusación no es mía, es de los católicos que ven en Soros al demiurgo que quiere acabar con la institución de la iglesia y la familia por un afán de poder supranacionalista.
Sin embargo, al final, con certeza no parece haber culpables, pero sí queda claro que no estamos observando bien el panorama y que en este tablero está difícil predecir la próxima jugada.