¿De quién es la culpa?
Opinión

¿De quién es la culpa?

No estamos en el mejor de los mundos, la brecha del desarrollo es cada vez más grande, buscamos culpables y chivos expiatorios sin mirar al modelo en que nos hemos montado

Por:
agosto 14, 2019
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Parece existir un consenso en que no estamos en el mejor de los mundos. Se dan diferentes presentaciones, unas más pesimistas que otras, pero ninguna niega la realidad: el avance del país es bastante menos de lo que cada gobierno ha prometido hacer; y la brecha del desarrollo es cada vez más grande: más desigualdad económica y menos niveles de bienestar que los países desarrollados.

Esto lleva a controversias buscando atribuir la culpa a uno u otro gobierno por la frustración que por ello se produce. El análisis en general busca la culpabilidad en la ‘corrupción’ (que pareciera haberse vuelto endémica a los colombianos) y la solución en encontrar ‘chivos expiatorios’.

La principal queja es porque la Justicia no funciona; seguimos pensando en una Justicia que busque lo ‘Justo’, sin tener en cuenta que la cambiamos por la búsqueda de la eficiencia a través del ‘pragmatismo’ inspirado en el sistema americano, según la declaración de la Conferencia sobre Protección Judicial celebrada en Washington en Abril de 1989 que presagiaba lo que después llamaríamos el ‘revolcón’: “El rigor en la aplicación de algunas garantías constitucionales tales como la presunción de inocencia y de favorabilidad en pro del reo, el debido proceso, la controvertibilidad de la prueba, los principios de que no hay crimen ni pena sin ley, sumadas a las características inquisitivas del sistema penal colombiano ofrece ciertas dificultades prácticas para la acción del aparato judicial contra el delito del narcotráfico y contra las manifestaciones del terrorismo asociado a este…”

Se nos olvida vincular la falla en la generación de empleo a la ausencia de ese propósito en nuestro ordenamiento institucional; hasta en los Estados Unidos –le cúspide del capitalismo-  se contempla entre la funciones prioritarias del manejo económico tal preocupación, por eso el Federal Reserve tiene como primer punto de sus obligaciones “promover efectivamente la búsqueda del pleno empleo, (…)”. Nuestra nueva institucionalidad no otorga tal función al Barepública ni a ningún otro órgano, y nuestros gobernantes se guían por el Consenso de Washington que en ninguno de sus diez puntos contempla algo al respecto.

Nos lamentamos de los índices de desigualdad por la brecha que hay entre diferentes sectores poblacionales, pero no consideramos que la competencia y el mercado como ordenadores de la sociedad generan inevitablemente ganadores y perdedores (a favor de la concentración en los más poderosos),  pero seguimos considerando que esos deben ser la columna vertebral de las estrategias gubernamentales.

Nos insertamos en el mundo de la ‘globalización’, pero no mediante la intervención del Estado y una política industrial o planeación estratégica como los países asiáticos, sino dentro de la ‘libre competencia según las ventajas comparativas’, con lo que nuestros ingresos de divisas provienen principalmente de las exportaciones de crudo, del producto del narcotráfico y de las remesas de nuestros expatriados, es decir que no aporten nada como valor agregado y consolidan un verdadero modelo de subdesarrollo.

Nos autodenominamos ‘violentos’ como si el origen de tal característica estuviera en nuestros genes y no tuviera nada que ver con el mundo que hemos organizado.

Pero si estudiándolo como un proceso histórico que trasciende a lo anecdótico de quien lo representa y dejamos de personalizar las etapas que llevaron al actual descontento  (y de buscar calificar a uno u otro gobierno), podremos entender que los resultados que nos traen adonde estamos son simplemente el fruto del funcionamiento de un Estado montado sobre el ‘modelo neoliberal’.

Es curioso que, ante la continuidad de los pobres resultados de gobiernos de diferentes orientaciones pero bajo el mismo modelo, no se acepte que el problema es que un país no depende solo de la persona que gobierna, que el verdadero mal debe estar en otra parte, y que lo que se necesita son instituciones que operen satisfactoriamente con cualquier mandatario. Que vivimos en la negación del concepto de Estado liberal de ‘un gobierno de instituciones y no de hombres.

 

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