Parece que los que más se entusiasman con los desfiles de celebración del día de la independencia son las mujeres y los niños. Las primeras, por esa fascinación que les causa los uniformes, y los niños, porque de pequeños muchos sueñan con ser militares.
Pero su real significado, que es histórico y simbólico en todos sus detalles, son intrascendentes para la mayoría. Si acaso los que vieron historia en el colegio medianamente entienden que pasó. Que dicho sea de paso fue un acto de rebeldía de unos pequeños burgueses contra la corona española, por el reparto de empleos publicos, entre otros motivos. Tal y como sigue sucediendo en nuestra modernidad.
Para las nuevas generaciones será un día para pasar el transnocho y el guayabo.
Pero hay otro significado en estas celebraciones, y es el poder que representan las fuerzas armadas para los Estados, que es el de la soberanía y la seguridad.
La soberanía con el reciente fallo de la Haya ya no tiene amenazas. Y en materia de seguridad estamos cada día peor a pesar del desarme de las farc. Y al margen de la guerra contra el narcotrafico, que ahora tiene otra estrategia, y las disidencias de las farc, la seguridad ciudadana está peor que nunca, problema que le está quedando grande a las autoridades.
No hay ciudad, ni pueblo, ni campo que esté a salvo de la delincuencia común. Ahora agravada por la migración y la necesidad de sobrevivencia de muchos.
Y, el otro hecho que marca los 20 de julio , que es político, y la elección de mesas directivas del Congreso de la república, es un espectáculo circense de una institución desprestigiada que no cambia, y sigue envuelta en escándalos, especialmente de clientelismo, desde donde se arman los grandes desfalcos al estado, se extorsiona a espaldas del pueblo al ejecutivo y se viola el derecho a la igualdad de oportunidades.
En suma ya no vale la pena izar la bandera.