Hay en el mundo un movimiento generalizado y razonable de destruir estatuas, bustos, monumentos de personajes que humillaron, torturaron, esclavizaron y masacraron puebles enteros, tanto a sus gentes como a sus culturas. Esas representaciones de un pasado que en su momento se consideró glorioso y digno de simbolizar y enmarcar en las ciudades. Son estos monumentos piezas vivas de unos valores que sociedades enteras enaltecían, y hoy son más que deshonrosas y repugnantes. Pero la pregunta que me hago es ¿Se debe eliminar la representación material de ese pasado?
La respuesta amerita más que un sí o un no. Debe haber una reflexión amplia al respecto, apasionada, eso sí, pero una discusión profunda sobre la utilidad, significancia y representación de esas estatuas.
Destruir representaciones materiales del colonialismo, del racismo, de la esclavitud, de la explotación sin más, no ayuda para nada en la justa reivindicación de los pueblos, cuerpos y culturas sometidas durante siglos. Esta no es una diatriba superficial contra la violencia, sino una invitación a la reflexión y a la utilidad de esos artefactos. El revisionismo histórico puede ser supremamente peligroso si busca borrar de un tajo la Historia con la que los valores de hoy no están de acuerdo. No podemos con los ojos del presente juzgar el pasado, pero sí podemos reflexionarlo y procurar que episodios aberrantes de lo que hoy se conoce como la violación a los Derechos Humanos no se vuelvan a repetir.
Empiezo por Cali, mi ciudad, hay gente que quiere demoler la estatua de Sebastián de Belalcázar, “el fundador” de la urbe en 1536. Era un enviado de la Corona Española que tenía por misión conquistar y colonizar estas tierras. Y como lo han sido todas las conquistas y colonizaciones de pueblos, fue sangrienta. Asesinó a cientos de indígenas, esclavizó a otro tanto –incluyendo africanos- y borró culturas enteras. Pero debemos ser capaces de mirar ese pasado –cruel y sangriento- y señalarlo con mirada crítica. Señalar también a los que hoy, quinientos años después, se siguen lucrando y beneficiando con la explotación de los descendientes de esos indígenas y africanos. Esos monumentos tienen que ser la cicatriz de un pasado, otrora honroso y glorioso, y hoy vergonzoso y doloroso. Tenemos que hacerle frente al trauma, tenemos que ser capaces de mirar esa historia con ánimo de romper su inercia que sigue reproduciendo patrones socio-culturales en donde se explotan a los mismos y se profundizan las brechas de la desigualdad. No podemos hacer de cuenta que esa historia y que ese pasado no existen.
Los monumentos representan y simbolizan, generalmente, un pasado heroico, pero éstos no son estáticos y si una vez se erigieron por unas razones, hoy las sociedades le pueden asignar otro significado.
Si vamos a tumbar todos los monumentos por lo que en su momento representaron pues tenemos que empezar por los miles que hay del “Libertador” Simón Bolívar, quien masacró a su propio pueblo y cuyo episodio más conocido es en la Navidad Negra de 1822 en Pasto; y quien le mintió a las gentes esclavizadas garantizándoles la libertad luego de la Independencia, pero que solo la obtuvieron en 1851, y de vientres. Y lo mismo podemos hacer con todos los próceres de la Independencia y con todos los héroes de guerra y con casi todo el pasado que nos incomoda.
¿Y por qué quedarnos solo en los monumentos y estatuas? Sigamos con las artes y las ciencias. Prohibamos a Picasso, Neruda, Van Gogh, Dalí y entre muchos otros machistas y misóginos. Declaremos ilegal la obra de Darwin, connotado racista y clasista británico impulsor del racismo científico. Ni leamos a Marx por haber dejado morir a algunos de sus hijos de hambre y frío; ni a Engels por haberse usufructuado de la explotación de la fábrica textil de su familia y con la que le patrocinó “El Capital” a Marx. Ni admiremos las obras de Frida Khalo por haber tolerado una relación tóxica, destructiva y violenta con Diego Rivera, a quien de paso habrá que censurarle sus murales también. Y sobre todo, prohibamos “La María” de Jorge Isaacs pues su autor se benefició de la esclavitud y las guerras que azotaron a Colombia en el siglo XIX.
No podemos borrar lo que hoy no nos gusta de la Historia, tenemos que ser capaces de vivir con eso, pero sobre todo de cambiar, de garantizar un futuro más igualitario, más digno y más reconfortante para todos los seres humanos y todas las formas de vida.