¿De qué hablamos cuando hablamos de "Gobiernos genocidas"?

¿De qué hablamos cuando hablamos de "Gobiernos genocidas"?

Un Estado que no garantiza a sus ciudadanos «La paz, la seguridad y el bienestar», ¿podría considerarse un Estado genocida?

Por: Fabio A. Marulanda V.
octubre 10, 2024
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de

En mis lecturas en la maestría de Derecho Penal Internacional y Transnacional, siempre en mis intervenciones con mucha vehemencia cuestionaba a los profesores y a los compañeros de otros países de Latinoamérica del por qué se había permitido en Colombia la propuesta del gobierno colombiano de una creación de un «Comité de la Verdad», una «Justicia Especial para la Paz-JEP» y no una intervención directa y desde el inicio de la C. P. I.-Corte Penal Internacional.

Mi intervención, y mi reclamos, tal vez ingenuo, aunque vehemente, era muy simple, en Colombia se tipifican todos los delitos para que se pueda afirmar, sin lugar a dudas, que es un flagelo el genocidio, y que Colombia es un Estado Genocida. A la luz del Derecho Penal Internacional, cualquier Estado en el mundo que no garantice a sus ciudadanos «La Paz, la Seguridad y el Bienestar», repito a falta de cualquiera de estos, estamos frente a un Estado Genocida.

Si el Estado garantiza solo dos y cualesquiera de uno de estos que le falte, es un Estado Genocida, por ejemplo, solo «Paz y Seguridad», pero sin el «Bienestar» para sus ciudadanos es un Estado Genocida, así si garantizara «Paz y Bienestar», pero le falta el componente de la «Seguridad», estamos ante un Estado Genocida, y así en cualquier orden solo un faltante de estos requisitos, de acuerdo con el Derecho Penal Internacional, eso es el Genocidio.     

Hasta este momento, profundizando en estas lecturas, podíamos concluir que en Colombia los ciudadanos no tenían una definición precisa del «Genocidio» y pensaban estos ciudadanos colombianos que eso no tenia nada que ver con el país, sino que eso era una historia de otros países, que eso era un asunto de nazis alemanes, de nigerianos o ugandeses.

En una de esas intervenciones, el profesor Rodrigo Lledó, actual director de la Fundación Baltasar Garzón, me interpeló y me dijo: «Fabio Marulanda, yo entiendo absolutamente todo lo que estás describiendo, y tus descripciones sobre Colombia, son exactamente iguales a lo que me tocó vivir, yo soy chileno y me tocó crecer en el furor de la dictadura del General Pinochet».

La realidad es que había llegado a esa maestría tratando de buscar una manera de hacer efectivos los Derechos Humanos en Colombia. Me daba cuenta que existen muchas maestrías sobre Derechos Humanos, muchos estudiantes de pregrado continuaban con estas maestrías en Derechos Humanos en Colombia, pero no veía que realmente esos Derechos Humanos se estuvieran materializando y respetando en el país.

Uno podía concluir, que quienes estudiamos sobre Derechos Humanos es bajo la premisa de pretender encontrar un lenguaje que permita precisar y describir el horror de las víctimas y poder encontrar la manera de exigir la reparación de las víctimas y de encontrar los mecanismos para impedir que estas prácticas genocidas se sigan ejecutando, para detener el genocidio contra los ciudadanos colombianos.  

Todas estas lecturas han sido también parte de la intención de resolver nuestras propias inquietudes frente a todas las situaciones que se relacionan con la cantidad de personas que han sido víctimas de gobiernos injustos, que en su momento han sido también llamados «gobiernos terroristas» o «terrorismo de Estado».

Realmente lo que más preocupa es como el Conflicto colombiano se ha prolongado a través de ya casi seis décadas.

En estas reflexiones me encontraba hace cuatro años, y a pesar de todas las situaciones de estos gobiernos perversos, seguía caminando frescamente por las calles de Medellín, por la avenida Oriental, por la avenida La Playa, por el centro de Medellín, sin mayores afanes. En una ocasión me disponía a cruzar una de las cebras en un semáforo, y me doy cuenta que de frente venia un compañero de estudios de años atrás de la Facultad de Historia, de la Universidad Nacional, que hacia muchos años no veía. Como se me iba a pasar, lo llamé por su apellido “¡Molina!”, y se volteó a mirarme y me dijo, «Hola Fabio, me dijeron que estabas en Estados Unidos, ¿qué haces aquí?», yo le respondí riéndome, «ya estoy aquí, ¿cómo van las cosas?». A lo que Molina me replicó, «todo bien, voy de afán para una reunión, pero qué coincidencia, estamos necesitando un profesor de cátedra en el Departamento de Humanidades de la Universidad CES. Este es mi número de celular, guárdalo y me llamas o me escribes al WhatsApp» y ese fue todo el saludo. Yo seguí caminando, por esa avenida La Playa, ese día, maravillado y alegre de volver a recorrer las calles de Medellín.

El asunto es que la mayor parte que estuve por fuera del país, siempre atento a la lectura de otros autores, escritos en inglés o francés, o autores traducidos al inglés, que trataban temas de la vida cotidiana, o temas sobre situaciones sobre conflictos en otros países, muchos autores exiliados, viviendo en Estados Unidos, Inglaterra o Francia, que les tocó aprender otra lengua, que les tocó desarrollar sus obras en otra lengua, y que como ellos mismos se llamaban, «extranjeros de su propia lengua», pero que encontraron en otra lengua la posibilidad de expresar sus vivencias y las situaciones que los llevaron a tener que abandonar sus países.

En otra lengua, no la lengua nativa, encontraron la posibilidad de describir, contar el horror que les tocó vivir en sus países nativos.    Entre esos autores que leí también encontré escritoras que desarrollaron temáticas acera de la violencia doméstica y del terror político, y con un común denominador, los traumas y cómo habían hecho para superar estos traumas. Esto siempre me llamó la atención, porque el asunto de los traumas es algo que no se ha tocado a fondo con las víctimas del conflicto en Colombia.

El asunto es que de los muchos libros que iba leyendo, libros que compraba, o que leía y prestaba en las bibliotecas o que leía en las librerías, siempre encontraba títulos de libros que me trasportaban al recuerdo de la gente en Colombia y de los conflictos de la sociedad colombiana, de todas las carencias y las desventajas con que se crece, y como cada gobierno de turno se olvida de la gente, todos los gobiernos se han olvidado de los ciudadanos y se han aprovechado de sus puestos, de sus altos cargos para sus beneficios personales.

También es cierto que ya en tierra colombiana, he encontrado que mucha gente ha mencionado que no les importa el gobierno que este en el momento porque al decir de ellos, «nunca nos hemos beneficiado de nada, gobierno bueno o malo, siempre nos ha tocado luchar y sobrevivir, y nunca hemos recibido ninguna ayuda de ningún gobierno». Estas personas manifestaban que bajo el gobierno que fuera les había tocado padecer y sufrir y nunca sus condiciones de vida habían mejorado. Esto había sido igual para muchos ciudadanos colombianos y así generación tras generación.

Todas estas historias han estado acompañadas del común denominador el cual es acerca de los traumas y de cómo es su recuperación. Para todas las personas que han sido víctimas, que se podría decir que han sido víctimas todos los ciudadanos colombianos, mujeres, hombres, niños, niñas, y por supuesto los animales, los insectos, los pájaros, la fauna en general, y toda la devastación de los bosques y las selvas, nadie ha podido salir libre de este conflicto, y no se les ha dado una reparación integral.

El asunto es que llamé al amigo, compañero de la Facultad de Historia de «La Nacho», que en el momento que estudié historia, bajo la influencia de autores franceses cariñosamente llamaba, La Foucaultad de Historia, por esa profunda influencia que desde el inicio tuve de las lecturas de la obra de Michel Foucault, y cuadramos una cita para el ofrecimiento que me había hecho de una cátedra.  

Grata sorpresa me llevé al darme cuenta que el Director del Departamento de Humanidades de la Universidad CES, era otro compañero de estudios de la carrera de Historia, todos estos colegas ya con maestrías o doctorados y ejerciendo con toda la pasión sus profesiones.

Aún así, a pesar de esta amistad, y de la manera tan acogedora que me recibieron, no se podía negar que se trataba de una entrevista de trabajo. El  director Wilson Osorio me dijo, «Profesor Marulanda, dígame que programa o qué propuesta me podría hacer con lo que me ha dicho el profesor Jorge Molina de sus traducciones del inglés al español de la obra de su autor amado Michel Foucault, de sus experiencias y de sus vivencias en Estados Unidos».

Yo le respondí muy alegremente, y agradeciéndole su apertura, su amplitud al permitir que yo fuera quien tomara la iniciativa para crear una catedra, además por entender el contexto en el que me encontraba, y por el profundo significado y valor que tenía para mí, porque siempre he celebrado «La libertad de Expresión», y la «Libertad de Cátedra» en una sociedad en la que se sabe lo que significa ser un «Libre Pensador». Sin embargo, yo le expresé, «¿Qué tienes en mente?».

Dicho y hecho, me dijo, «tráeme una propuesta, la revisamos la próxima semana, le hacemos los ajustes necesarios y arrancamos».  Realmente lo que tenía en mi mente, era un asunto en relación al Conflicto Colombiano y con la resolución de conflictos.  

Así las cosas, me fui a la Facultad de Derecho de la Universidad autónoma, en la que en ese momento estaba cursando el séptimo semestre de Derecho, busqué a quien fue mi profesora sobre Derechos Humanos y ya llevaba un borrador del contenido de la catedra que titulé «Análisis de Conflictos Internacionales: Los conflictos del planeta».

La propuesta era identificar los conflictos que en el mundo llevaban más o menos la misma temporalidad, el mismo número de años en conflicto que el Conflicto Colombiano, sus características, los actores quienes han estado involucrados en los conflictos y la manera o condiciones de los actores en el conflicto para terminar o encontrar una solución al conflicto.

A la profesora de la Unaula, Dra. Carolina Restrepo le pareció que el contenido de la propuesta estaba bien, y me sugirió que incluyera un tema de inicio que me indicaba que fuera acerca de «La Paz de Westfalia», tema que ella consideraba de trascendental importancia porque a su parecer y por sus estudios, se podría considerar que La Paz de Westfalia fue uno de los primeros Acuerdos de Paz que resultaron ser exitosos.

Además, leyendo sobre el tema, acerca de los primeros Acuerdos de Paz, pude enterarme que en la mayoría de los conflictos sus actores siempre «tenían en sus bolsillos o en sus valijas», bajo que circunstancias se podría aceptar la terminación de una guerra que haya sido no importa lo que la haya desatado u ocasionado.

Se cuenta, por ejemplo, que, durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin cada vez que se reunía con los aliados, llevaba siempre una hoja de papel en la mano, con una lista con lo que se quería quedar apenas terminara la guerra, y se la mostraba o entregaba siempre al que presidiera la reunión. En una oportunidad, en una de esas reuniones, le entregó su famosa lista al general Churchill, y para este la reacción inmediata fue, «Stalin, no hemos ganado la guerra y tú desde ya te estas repartiendo los territorios...» y Stalin el dictador le dijo, «no importa, toma esta lista, guardala en tu bolsillo y tenla presente para cuando ganemos».

¿Podría ser demasiado inhumano o redundante decir que el mundo siempre se lo han repartido los más poderosos? ¿Tienen el resto de los seres humanos alguna posibilidad o alguna alternativa para alcanzar una pizca de libertad?

Sin alejarnos del tema del genocidio colombiano, la verdad es que todos estos gobiernos de canallas genocidas, todo este show de propuestas de creación de tribunales para la paz, de comités de la verdad, no ha sido más que otra burla a la comunidad internacional a la CPI-Corte Penal Internacional, porque hasta el momento todos los crímenes de guerra, los crímenes de lesa humanidad siguen al orden del día.

Por ejemplo, en Colombia existe secuestro, se masacra, existe desaparición forzada, se aniquila a la población por hambre, se les niega a los más desfavorecidos de la sociedad las condiciones mínimas para su subsistencia, y a los perpetradores genocidas, amparados por su poder, no les importa nada de lo que pase con los ciudadanos colombianos.

Solo les importa vivir en sus propios guetos, en sus burbujas, en sus pedestales de barro, acumulando y acaparando insaciablemente y disfrutando por infringir dolor y sufrimiento a los ciudadanos colombianos y dosificando este dolor, sin importarles para nada si con esto lo que está en juego es cada vez una degradación y una descomposición social cada día más intensa.

En Colombia toda la reivindicada institucionalidad es tan genocida como los propios criminales gobiernos genocidas. No hay realmente institucionalidad para reivindicar o defender, porque todas las instituciones están plagadas de corruptos y de maltratadores de todos los pelambres de todos sus empleados, se trafica con puestos, se cobran cuotas para poder acceder a ciertos puestos.

Los espacios de trabajo de la institucionalidad son ambientes tóxicos, los individuos que trabajan en esos espacios caen en el juego de la perversidad que replican sus jefes, y terminan reproduciendo fastidio, engaño, frustración y más micro-fascismo.  Y lo peor, las garantías laborales, la protección a sus derechos laborales no existen, las mismas instituciones del Estado, son una sarta de violaciones a los Derechos Humanos y a las convenciones de la O.I.T.-Organización Internacional del Trabajo, sobre las normas que mínimamente deben ser respetadas a la luz de unas normas y un orden internacional, para los trabajadores.

Siempre en la elaboración de esa catedra, para la Universidad CES, que terminó titulada «Análisis de Conflictos Internacionales» los estudiantes le fueron recortando al título original «los conflictos del planeta», que contó con la asistencia de estudiantes extranjeros, me parecía que lo más grave que veía era que la mayoría de estos jóvenes estudiantes colombianos, generaciones nuevas, sin nada que ver, sin ni siquiera entender que había llevado a esta sociedad colombiana a este punto de sus vidas apenas comenzando a vivir, se sintieran como si la herencia que recibieron de sus generaciones pasadas fuera un conflicto para resolver.

Ahí fui donde encontré un buen punto de partida, un trabajo que hay que hacer con estas generaciones, a la manera como lo que proponen algunos programas de gobiernos para sacar a los jóvenes de grupos criminales, o de reclutadores para la maldad, me vi en la necesidad de agregarles un componente a esta catedra que consistía en sacar a estos jóvenes del conflicto colombiano, encontrar la manera de desconectarlos de esa manipulación tan tremenda, de ese lavado de cerebro, que han ejercido estos gobiernos genocidas perversos y lograr alejarlos de cualquier trampa que los hiciera caer en tan siquiera que pudieran sentirse responsables o culpables o como si en sus inocentes vidas estuviera la responsabilidad de pagar los platos rotos que otros habían quebrado.

Esta fue una iniciativa sana, esta Cátedra verdaderamente ayudó a que pudieran estos estudiantes curar sus traumas, que lograran entender quienes eran los verdaderos perpetradores, victimarios, de sus actuales inquietudes, inconformidades, inexplicables situaciones de injusticias a la condición humana desfavorable de millones de ciudadanos colombianos.

Obviamente que, ante semejante propuesta, de quitarle a los jóvenes estudiantes, al establecimiento perverso que vive el día a día, hasta el día de hoy vendiendo las imágenes obscenas en la prensa, radio y televisión, de la crueldad de la violencia colombiana, era apenas entendible que la catedra fuera a terminar por algún lado.

Afortunadamente ya habían pasado 4 años de Catedra, cuando se llegó al punto de no retorno, donde las clases empezaron a ser saboteadas, se empezaron a presentar interrupciones inesperadas, se empezaron a sabotear los equipos para la proyección de documentales, cambios de salón en medio del desarrollo de la clase, y toda una serie de situaciones que conllevaron a tener que cerrar la catedra.

Por lo menos en ese punto, en ese momento, la catedra «Análisis de Conflictos Internacionales» ya había cumplido y logrado su cometido, su objetivo, se había podido sembrar la semilla de la desconexión de estos jóvenes de esa herencia perversa, y desde ahí podía perfectamente decir que se había logrado dar, así como lo llamaba Foucault una «ruptura epistemológica” en el pensamiento de estas nuevas generaciones.

Pues una de las consideraciones más graves del Conflicto Colombiano es pensar, que «a los jóvenes hay que rescatarlos del reclutamiento de grupos criminales, cuando de lo que se trata es de rescatar a los jóvenes del reclutamiento de gobiernos genocidas...», que lo único que hacen es seguir manteniendo un establecimiento acorde a sus planes de crueldad. Estos gobernantes en sus valijas de ejecutivos, lo que cargan en su interior, son sus planes para competir entre quién es el más cruel con sus propias nuevas generaciones de ciudadanos colombianos.

Para terminar esta historia de lo que pasó con la Cátedra de «Análisis de Conflictos Internacionales» y lo que se logró con estos jóvenes estudiantes que tuvieron la oportunidad de asistir a estas clases,  parafraseando la historia del pescador de estrellas de mar: había un pescador caminando por la playa a donde llegaban cantidades de estrellas de mar a morir, y este pescador iba congiendo de a una y la volvia a arrojar al mar, y así sucesivamente, hasta que otro pescador que lo venía observando se acercó y le dijo, para qué pierdes el tiempo tirando unas cuantas estrellas de mar, de nuevo al mar, cuando no te das cuenta de todos los cientos de estrellas que están muriendo en la playa, a lo que el pescador muy alegremente se agacho y recogió otra estrella de mar de la arena, y mientras la tiraba nuevamente al mar le dijo, ¡sí, todas esas estrellas de mar estan muriendo, pero esta no!, los jóvenes estudiantes de la Catedra en la U. CES, ¡sobreviven!

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