De qué hablamos cuando decimos que algo está pasando

De qué hablamos cuando decimos que algo está pasando

En medio de la confrontación actual la palabra es, en general, el arma utilizada: la palabra hecha promesa, mentira, información y por lo tanto, bien de consumo

Por: Guillermo Solarte Lindo
febrero 21, 2018
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De qué hablamos cuando decimos que algo está pasando

El mundo actual es ante todo un escenario de conflictos y por lo tanto un escenario político. Su más fuerte característica es el dominio de un solo modelo de vida que, respaldado por la fuerza militar más grande que ha existido en la historia, se expande de forma permanente ampliando sus fronteras y eliminando opciones hasta reducir el horizonte de todos a una sola forma de sociedad: aquella que pretende conjugar a la perfección la democracia liberal y el mercado, como fuentes de la igualdad, la libertad y el desarrollo de las naciones.

El acomodamiento de esa fuerza en la época de crisis arrastra no solo a la economía sino también la política. La militarización de esta última viene acompañada de medidas económicas dirigidas a subsanar la crisis provocada por la ambición de unos pocos y la fragilidad del sistema para controlar los desvíos o las dinámicas perversas y corruptas nacidas de lo que los adalides del sistema no identifican como libertinaje empresarial.

Pero este triunfo de una sola versión del ideal político no pervive ajeno a la frustración de muchos con las opciones que desde el otro lado, la izquierda, llegaron al poder por el camino de las revoluciones. Tampoco es ajeno a la inmensa capacidad de los países de la órbita capitalista para vender su modelo como el único capaz de conducir el planeta entero por el sendero del desarrollo. O quizás, tampoco lo es a la incapacidad creativa de los que se oponen a pensar por fuera de la idea dominante. Triunfa la idea o si se prefiere la ideología del mercado también de la mano de que las crisis irán apareciendo sin poder evitarlo. La periodicidad de las crisis también se acepta como una desviación del modelo. ¿Pero todos sabemos que el ajuste de la crisis en Estados Unidos deber ser compartida aunque las ganancias de la mayor economía no se repartan? ¿Qué tan cierta podría ser la analogía con aquella idea ambientalista de que el aleteo de una mariposa podría producir un ciclón en otras partes? ¿La emisión de un dólar por el banco central de EUA produce un maremoto en las economías más débiles?

Ahora, la tensión que en algún momento tomó nombre de Guerra Fría y evolucionó hasta lo que se llamó la Caída del Muro, desapareció paulatinamente en medio de la más exitosa propaganda que logró eliminar de tajo la pluralidad política, creando una idea de centro en el que todo cabe y un escenario mundial dominado por la inevitable globalización. ¿Qué tan posible sea que se construya otra guerra fría que permita un cierto equilibrio favorable a occidente ante la potencia China?

Pero si la idea política que domina es el centro, la idea geopolítica es la existencia de un norte altamente desarrollado y democrático, y un sur que se balancea entre el autoritarismo y la pobreza, la fragilidad del Estado y su impotencia ante la fuerza de lo ilegal. Pero ¿es el centro una abstracción política o solo el dominio de las ideas conservadoras que al ser puestas en el mercado político como el equilibrio renuevan su capacidad para captar electores? Estas imágenes de la política son mundiales y Colombia no escapa a ellas. Están presentes y son de fácil identificación. En general, la tesis que podría surgir de este libro tiene dos grandes y seguramente, frágiles columnas: uno, la política, que fue en su momento ideología se ha transformado en imagen. Y dos, hoy en día la política es, antes que nada o por sobre todo, comunicación. Comunicación de una ilusión, de una promesa, de un discurso. Comercialización eficaz de una expectativa.

En general, en un plano mundial, la política se relaciona de manera estrecha con la idea de un mercado: de información, de votos, de ideas, de mensajes, de iconos, de imágenes, de influencias, de espacios mediáticos. Si la sociedad es una plaza de mercado, la política es uno de los productos que circulan con mayor intensidad, y ella es lenguaje de comunicación entre ciudadanos y de estos con políticos, instituciones y el Estado. Un lenguaje de transacciones, un lenguaje estratégico, un lenguaje común, ese es el propósito último de la política actual: que todos hablemos lo mismo.

Los medios y con bastante fuerza internet cumplen con eficacia ese propósito. Algunas señas, pesimistas para unos, optimistas para otros, muestran que la sociedad transita hacia una cibersociedad, y que en ese ciberespacio suceden los cambios culturales más fuertes de la historia humana. Cambios políticos, económicos, sociales pero sobre todo culturales. Internet es de alguna manera la ruta hacia la utopía tecnocrática. ¿Sera algo así como la imprenta en su época?

Es posible, pero el desarrollo de las redes sociales convierte la política en un alegato en donde predomina el mensaje por encima del discurso, la imagen por encima de la imaginación, el insulto o la descalificación por encima del argumento. El diálogo social sobre la política, se reduce en la red, a la confrontación sin argumentos o a lo que Umberto Eco llamó la máquina de fango, en donde cualquiera de nosotros debe tener la capacidad de asimilar el peor de los insultos o la más destructiva de las mentiras. No es el propósito de este escrito profundizar en este mundo internetiano, pero vale la pena dejar en el aire una reflexión: la red es ya un reflejo del mercado y de la democracia liberal, el que más tiene poder más alcance tendrá, y por lo tanto más capacidad de manipulación política y más seguidores, verdaderos o falsos, harán parte de su mundo de líder de papel, efímero y sin partido político.

Alguien diría, seguramente un intelectual periodista o un periodista publicista, que la historia no ha muerto que se hace virtual y así, sobre esta frase se escribiría el próximo best seller. Esa virtualidad o digitalización ¿no es acaso una consecuencia previsible de lo que es la tecnologización de la vida?

La política, y con algo menos de candor, el discurso, se difumina en frases de impacto, se hace en eslóganes publicitarios que producen en el hombre y la mujer de la calle el resultado esperado por los que son titiriteros de la sociedades actuales: los publicistas. Ágiles hombres de negocios que todo lo que tocan lo vuelve producto. Inteligentes profesionales de la reducción impuesta por los espacios mediáticos. Si no se puede decir en una frase es innombrable. La razón: para el mercado mediático es demasiado costoso.

Este gran mercado es asimismo un espacio de confrontación en donde, todavía hoy, la palabra es, en general, el arma utilizada. La palabra hecha promesa, la palabra hecha mentira, la palabra hecha información y por lo tanto bien de consumo. De estas ideas trata este libro, en parte.

También se trata de la política como sistema, es decir, de la democracia como régimen único, pero en el caso de Colombia, se presenta como idea central la postergación continua, histórica de esa democracia. O lo que podría llamarse la ilusión democrática como escena política y las razones o estrategias que han sido utilizadas para hacer del régimen político un escenario en donde la política es la música para los camaleones.

El escenario político colombiano y también el latinoamericano da señales para el desarrollo de una democracia sin partidos o lo que podría parecer menos dramático: una democracia de movimientos que construidos desde los intereses de la ciudadanía renueven y acerquen la política a la vida diaria y a la solución de los problemas que agobian a la población. Si esto es así, la pregunta que salta a la vista es ¿cuál es el papel de las organizaciones políticas tradicionales, de izquierda y derecha en ese escenario? Rota la idea de un partido único de dos cabezas ¿no podemos transitar felices hacia el fragmento? Liberada la ciudadanía de los partidos políticos ¿cuál es la forma inteligente de hacer política? ¿ Supone esto una inmensa oportunidad para que las comunidades asuman su propio liderazgo y transiten hacia una política edificada desde abajo y no desde izquierda derecha?

Aunque, es cierta la idea expuesta por Daniel Bell, citado por Anthony Giddens en el 2002, de que "en la época contemporánea, las naciones se han vuelto demasiado pequeñas para resolver los grandes problemas, y demasiado grandes para resolver los pequeños" también es cierto que existen diferencias sustanciales entre las naciones del sur y las del norte. La brecha de pobreza ha ampliado la tecnológica y científica y el intercambio desigual entre estos es cada vez más acentuado. La política no puede ser la misma en el sur o en el norte, en oriente u occidente, el sistema político no puede ser el mismo, el modelo no puede ser el mismo. La democracia no puede ser la misma. Tampoco la sociedad y claro menos aun el Estado.

Políticamente, el mundo es un escenario de desigualdades y lo que algunos entienden por sueño democrático es algo que puede fácilmente convertirse en una pesadilla que no alcanzamos a entender. Las últimas guerras en defensa de la democracia parecen la más cínica de las paradojas. Todavía no se encuentran razones, al menos democráticas, para arrasar un pueblo o cultura en defensa de ideales de libertad e igualdad.

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