¿De qué me despedí cuando me fui para Canadá?

¿De qué me despedí cuando me fui para Canadá?

21 cosas que no extrañamos allá

Por: Cristian Arias
febrero 09, 2015
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¿De qué me despedí cuando me fui para Canadá?

Hace año y medio, en el encanto de mis tres primeros meses en la bella ciudad de Québec, y ciertamente maravillado con todo aquello que a diario veía, sentía y recibía, decidí escribir una entusiasta pero sincera nota sobre esos aspectos que más me habían impactado de la vida en este país. Era ineludible buscar un punto de apoyo, una base de comparación, que no sería otra sino la de mi país, Colombia. Hoy quiero compartirla nuevamente, bajo la lupa de una visión más reposada, que aclara o contextualiza cada uno de los puntos.
Nos fuimos:

1. A renegar de un sistema de salud excluyente. En Canadá, la salud como la educación, es pública, gratuita y universal. No existe la medicina prepagada, a domicilio, ni la atención prioritaria para los ricos. A un refugiado lo van a atender en las mismas condiciones y en los mismos establecimientos de salud y le van a brindar las mismas atenciones que a un diputado.

El Estado gestiona y ofrece los servicios de salud completos a todos sus ciudadanos y residentes permanentes, independientemente de sus ingresos, origen, credo, etc. De esta suerte, toda clase atenciones, tratamientos e intervenciones quirúrgicas, desde las más simples, hasta las más complejas y costosas son asumidas por el Estado. Sólo que algunos servicios especiales, odontológicos o de visión, pueden no estar cubiertos dependiendo de la provincia en la que se viva. Para paliar estas limitantes muchos empleadores aseguran a sus empleados y su núcleo familiar mediante planes de salud adicionales ofrecidos por compañías privadas de seguros. En estos casos, cada compañía ofrece más juguetes que otras.

2. A pagar por el servicio de agua potable.

Canadá es una despensa mundial de agua dulce, en general las viviendas no cuentan con medidores de consumo y por tanto no hay cobro. Sólo que de algún lado tiene que salir el dinero para financiar la construcción de acueductos, plantas de tratamiento, empleados, etc. Por eso pagas impuestos y aquí es cuando te bajan los calzones.

3. A los chistes y bromas basados en los defectos físicos, procedencia, orientación sexual, religión y demás. En Canadá, al menos en la esfera pública, eso no se toca jamás.

Canadá es modelo mundial en diversidad cultural, defensa de los derechos humanos y respeto de todas las manifestaciones de las minorías étnicas y raciales. Recuerdo que hace poco, un desadaptado rayó la fachada de una mezquita como represalia por el ataque que el día anterior había perpetrado un fundamentalista a la sede del Parlamento canadiense en Otawa. Al día siguiente, la indignada y ruborizada comunidad del barrio en el que se ubicaba la mezquita, lavó, pintó y dejó como nueva la susodicha fachada. El respeto es inherente a la cultura canadiense; y para el caso de la provincia de Québec, veo el sarcasmo y la burla más como una autocrítica: el Quebecuá ama burlarse de sí mismo, de lo particular de su acento francés, de sus vicios y manías. Prefiere ello, antes de burlarse del migrante o del que vive la sexualidad de manera diferente. Si ello sucede, se arma un soberbio escándalo y pobrecito del que lo inició, incitó o promovió.

4. Al chantaje y soborno a los empleados públicos. En Canadá, una simple insinuación a un policía puede poner en serios problemas a cualquiera.

Es simplemente inimaginable una propuesta indecorosa. Pero puede suceder. De otra parte, un policía (y una mujer policía) pone nervioso a cualquiera. Es una autoridad de respeto, casi de miedo. No hagas ruido, respeta a tu vecino y las normas de tránsito, y no tendrás que vértelas con uno de ellos.

5. A las cucarachas, esas marrón claro de antenas largas, que a veces volaban sobre uno y nos arruinaban la noche.

A mis eternas compañeras de aventuras ya no las veré más mientras esté por acá. Por suerte, una cucaracha típica colombiana, esa de origen alemán, no soporta un invierno con bajonazos de menos 30 grados de temperatura.

6. A la caca de perro en la calle. No sólo es asunto de ornato público y cultura ciudadana. En Canadá es más costoso tener una mascota que un hijo. Y es en serio.

En todo el tiempo que llevo por acá, me he encontrado dos veces con una de esas flores sobre el pavimento. Pero, uno al año no hace daño, como dicta la peliculita más vista en Colombia.

7. A salir a esperar el bus a cualquier hora, porque a cualquier hora puede pasar. Asunto olvidado; acá nada resulta al azar; el bus pasa por tu estación a la hora exacta que debe pasar, ni antes, ni después. La fe y la esperanza, en este aspecto no funcionan.

Bueno, suele suceder que al bendito bus le dé por pasar dos minutos antes o uno después. Pero no más de ahí.

8. A la idea de trabajar más de la cuenta. En Canadá, la mayor parte de empleados trabajan hasta las cuatro de la tarde, de suerte que a eso de las cinco ya se encuentran disfrutando de su familia o practicando su deporte favorito.

Algunos puntos a aclarar: si eres empleado de un supermercado, de un café o un restaurante, tendrás turnos variados, por ejemplo, de 3 a 10 de la noche, como en todo el mundo. Porque no toda la gente ejerce su profesión en horarios de oficina, este principio es apenas parcial. Lo que sí resalto es que en Canadá casi nadie trabaja más de ocho horas diarias. Contrario a lo que sucede en Colombia, es poco habitual que una persona trabaje más de su tiempo establecido. Horario cumplido, sea donde sea, jornada terminada. Ni un minuto regalas, ni te lo van a exigir.

9. A los vigilantes de las calles, los bancos y los centros comerciales que, de cuando en cuando, lo interrogan a uno con la mirada. Acá, eso no es necesario.

Después de cinco meses vine a darme cuenta que algunos centros comerciales tienen personal de seguridad. Son tipos desprovistos de armas al cinto, que casi no se asoman por ahí y que tienen muy poco que hacer.

10. Al peligro de ser arrollado en una bicicleta. Los más de 300 km de ciclorutas y los senderos en medio de los bosques de la ciudad de Québec, brindan mayor seguridad.

Es cierto, Québec es un caso especial. Pero no podría decir lo mismo de Vancouver, Toronto o Montreal. Creo que el porcentaje de seguridad disminuye un poco en las grandes urbes. Pero no mucho.

11. A los noticieros judiciales del mediodía y de la noche. Acá la gente no se mata ni se hiere entre sí. Así mismo, los borrachos que arrollan gente con sus vehículos no existen.

Hay que actualizar la base de datos con la moda 2014-2015: en Canadá los taxistas no agreden a sus pasajeros con palos o machetes. Tampoco se utiliza el ácido clorhídrico para desfigurarle la cara al vecino.

12. A observar a diario tanta vanidad material y la ostentación de la gente. Por acá nadie muestra su último celular, su última adquisición o su última inversión. Eso es asunto privado y nadie se tiene porqué enterar.

Muy cierto, nada qué replicar.

13. Al miedo de llegar a ser un anciano laboral. En Canadá está prohibido preguntar la edad de una persona, así como su estado civil. Si tienes el conocimiento y la experiencia para ejercer el trabajo al que aplicas, eso es suficiente y competirás en igualdad de condiciones con una persona más joven o mayor que tú.

El fundamento del éxito laboral estriba más en el dominio del idioma. Y por acá son dos: inglés y francés.

14. A los pitos de los carros. Acá, la bocina es un accesorio de lujo: se usa en extrema necesidad.

Nada que decir: aprobado.

15. A ver a los niños golpeándose en las calles y en la escuela. Aquí la gente no se toca. Un pequeño empujón de tu hijo hacia otro niño en la escuela puede hacer que termine fácilmente en la oficina de la rectora y con una fuerte nota que diga: “aquí no se aceptan esas cosas”.

Sí. Aunque pueden suceder casos de intimidación. Es un asunto supremamente delicado que se controla con severidad. Los casos son en verdad aislados, pero existen.

16. A oír aquellos románticos que piropean a las mujeres en la calle. ¡Ojo!, un chiste de esos puede terminar en un grave problema judicial. En el contexto real, casi nadie se fija en nadie, de manera tal que eso de “mamacita hermosa” y otras lisonjas más comprometedoras las volveré a escuchar para las vacaciones en Colombia.

Pues sí, qué le vamos a hacer.

17. A llegar tarde o a cualquier hora. La puntualidad en Canadá hace parte integral del comportamiento colectivo. Y es tu carta de presentación.

Todavía entre colombianos nos citamos: “nos vemos a eso de las siete” o “entre cinco y cinco y media” Eso no se lo puedes decir a un canadiense. Te va a replicar: “¿perdón?

18. Al miedo al ridículo. Acá, ya puedes ponerte el pantalón verde y la corbata de pepitas violeta que tanto quisiste en Bucaramanga. Si hay algo que por aquí no se ve, es el miedo al ridículo: nadie mira a nadie.

Sí, pero no exageremos. Hay que vestirse bien. Y eso en Québec, más que en cualquier otra provincia de Canadá, es fundamental.

19. A la zozobra al retirar dinero de un cajero electrónico o de una entidad bancaria. Y a dar por perdido un objeto de valor que hayas olvidado.

Por supuesto. Aunque nadie lo hace, puedes salir del cajero contando el dinero por la calle: nada te va a pasar. Hace unos meses dejé olvidado en el bus un libro dentro del cual venía un cheque, que para mi mala suerte estaba endosado, o sea, listo para ser cobrado por cualquiera. Al otro día ya lo tenía en mis manos, puesto que quien lo encontró, se lo entregó al conductor y éste a la oficina de la empresa de transporte.

20. A las filas enormes para pagar cualquier servicio.

Nuestra desconfianza visceral ante las trampas y los engaños nos lleva a tener que realizar toda operación o pago de manera personal. Aunque eso se ha ido transformando en Colombia, todavía son enormes las colas para realizar cualquier trámite. En Canadá, el amo y señor de la tramitología se llama Internet.

21. A las hojas de vida tipo manual de convivencia, con fotos, nombres de tu conyuge, del perro, talla y peso. Aquí los CV no llevan datos personales. Les alcanza con saber en qué trabajaste y cómo tu experiencia les puede resultar de ayuda; dos páginas, a los sumo. Lo demás, es anecdótico y discriminatorio.

Colorín colorado, esta nota ha terminado.

Québec, Canadá. Febrero 08 de 2015.

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