De putas por la 86: Mi primera vez en un burdel

De putas por la 86: Mi primera vez en un burdel

En la Cll. 86, muy cerca de la exclusiva Zona T, Bogotá cuenta con una de las mejores ofertas sexuales donde cualquiera puede verse tentado a caer en los placeres y peligros de la noche. Yo lo hice.

Por: Germán Sánchez
enero 05, 2015
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De putas por la 86: Mi primera vez en un burdel
Foto: Ilustración, Archivo RT.com/Corbis

“Discúlpame por haberte hecho perder tu tiempo, que bien valioso sí es”. Le dije a Karina, luego de comprobar que no iba a poder acostarme con ella y haberla hecho perder quince minutos de su tiempo, del cual una sola hora costaba parte considerable de lo que yo gano mensualmente hoy día. Solamente estuvimos a solas sobre un sofá de lo que era una improvisada sala, en algún momento le pedí al menos un beso de prueba -cual muestra sin valor comercial alguno- a lo que se negó tajantemente “Eres bonito pero muy tímido”. En efecto, la tarifa por sus servicios no incluía besos, los cuales tenían un costo adicional.

A decir verdad, no recuerdo por qué quise que me besara. Lo que sí recuerdo muy bien es que su boca estaba embarrada en labial morado sin respeto alguno por los límites de sus labios, sus dientes ligeramente amarillos parecían rebelarse a cualquier orden, su piel estaba poseída por base, polvo y corrector en un intento frustrado por esconder brotes de acné, y su pelo había declarado perdida la guerra contra la plancha estando más tieso de lo que cualquier parte de mi cuerpo habría podido estar en aquél momento pues siendo sincero conmigo mismo, ni Karina ni ninguna de sus compañeras me atraía en lo absoluto.

Lo que originalmente era una inocente reunión de grupo un jueves por la tarde con el fin de estudiar para un parcial al otro día terminó convertido en un tour por los burdeles que la calle 86 alberga entre carreras 14 y 15 en menos de lo que hay entre una esquina y otra, ahí a pocas calles de la exclusiva Zona T así como también a espaldas de uno de los barrios más caros del país. La experiencia en cuestión abarca los tres que hay en el susodicho espacio y también un cuarto algunas cuadras más abajo por la 15.

“Eso no cobran mucho y a muchachitos pintosos como ustedes lo dan hasta gratis” Decía uno de esos tantos personajes que pueden encontrarse cualquier noche por la zona ofreciendo “chicas” al pedirle cifras concretas. No las iba a dar, haga usted mismo el ejercicio de preguntarle esto a cualquiera de ellos para comprobar que ninguno hablará de números por fuera del sitio, pues la misión que se les encomienda es llevar potenciales clientes a como dé lugar y pareciera ser política institucionalizada que solamente cuando estos parecen haber mordido el anzuelo, ya en el sitio es que sí se habla de números.

Ya adentro, todos tenían el mismo mecanismo. Al llegar había un hombre que ubicaba al grupo en una mesa –en algunos era obligatorio un trago, que costaría 25 mil más o menos-, ahí se ofrecía una carta según la cual habían distintos tipos de licor y cada uno venía en diferentes presentaciones, estando el shot, la media botella o la botella entera. Jamás había visto licores tan caros, un simple trago podía costar 70mil y la botella entera hasta 600 o más. En algún momento, después caí en cuenta que lo referido en la carta no era propiamente licores, siendo lo que se ofrecía como shot, sexo oral.

En el trayecto que se alcanza a recorrer de la entrada a la mesa me sentía observado cual depredador a su presa por todo el grupo de mujeres y así mismo se agrupaban frente a la mesa esperando a que les llegara su turno de desfilar ante nosotros y estrecharnos la mano, una tras otra en una organizada fila, luego de la cual solamente unas cuantas serían las seleccionadas para pasar a un sitio más privado a concretar un negocio. Aunque claramente los roles estaban establecidos, la sensación del momento era como la de un ratón arrojado a un grupo de gatos hambrientos, lo cual acribillaba cualquier brote de excitación que se pudiese llegar a sentir y se repitió en los cuatro lugares; la experiencia era general.

Después de la desfilada de bienvenida no sabía cómo reaccionar, por lo cual uno de mis compañeros escogió a Karina por mí. Debería sentirme afortunado de que si por una hora cobraba 370 mil pesos, no me haya exigido pagarle los 92 mil que valdrían los quince minutos que le hice perder. A decir verdad, hay que ser muy valiente –o muy estúpido como en mi caso, para llegar a un estado en que se pierda la conciencia de la realidad y de lo que podría pasar- para ir a uno de estos sitios y decidir que no se van a utilizar ninguno los servicios que allí se ofrecen. Cuando decidí esto, recuerdo que Karina salió de la sala y al salir yo, el ambiente era de sorpresa total entre las demás mujeres así como también el personaje que cada tres minutos echaba ojo por la puerta entreabierta para ver qué era lo que yo hacía con la mujer.

Raras veces me he sentido observado cómo me observaron todos en ese momento. Por más irónico que pueda sonar, me miraban como si hubiese violado a alguien, como si la hubiese irrespetado en lo más profundo de su feminidad. Se me acerca uno de los hombres del sitio a preguntarme que si qué fue lo que pasó, que si quería otra chica a lo que yo simplemente dije que todo bien, que le pagaba el trago y que muchísimas gracias por la atención. En ese momento creo que empecé a tomar conciencia de la realidad porque solo quería desaparecerme del lugar, como en efecto hice, y afortunadamente me dejaron hacer. De mis compañeros, ellos tendrán su propia historia la cual no me compete porque estoy escribiendo es la mía.

Como el alcohol nubla parte de los recuerdos, tras cuatro años solamente persisten los más relevantes pero es que si no hubiera habido alcohol de por medio –ni malas influencias- tampoco habría crónica alguna sobre una visita a un lugar que en mis cinco sentidos no pisaría. No obstante, hubo algo más allá del alcohol y de la presión que fue por lo cual pude actuar en sano juicio, algo que pesó más que todo por lo cual decidí que no iba a acostarme con nadie esa noche en un sitio de esos. No crea usted que fueron una serie de férreos valores inculcados por mis padres o el ser poseedor de una inquebrantable moral ni mucho menos, fue el haber caído en cuenta de cuan estúpido era dejar de comer durante medio mes para pagarle a una de estas mujeres lo que pedían por hacer algo que –a diferencia de otros- yo no iba a disfrutar.

Primero, porque a decir verdad, entre las casi cuarenta mujeres que habré visto en los cuatro lugares no hubo una sola que me gustara más de lo que me gustaba su precio rebosando tranquilamente en mi cuenta, lo mínimo a gastar eran 300 mil pesos con los cuales hago mercado para dos semanas o pago servicios y administración. Segundo, aunque la hubiera visto, esa noche comprobé lo para nada excitante que me resulta estar con una mujer para quien mi sexualidad, mi cuerpo y mi intimidad forman parte de una simple transacción comercial, porque aunque algunas lo disimulan muy bien si quiero ver buenas actuaciones mejor voy a cine o a teatro.

Todo lo escrito aquí es tan real como personal. Importante anotar que no pretendo establecer juicios de valor ni decirle a nadie qué es lo que tiene que hacer o cómo pensar, simplemente cuento una experiencia, mi reacción ante ella y las sensaciones que ello me producía. Los burdeles son parte inamovible de la historia universal, desde ricos hasta pobres, viejos a jóvenes, presidentes a mecánicos y hasta homosexuales han acudido alguna vez a estos sitios para solicitar los servicios de quienes ejercen la profesión más antigua del mundo; un espectro tan amplio como disímil del cual el no haber podido ser parte no me hace ni más ni menos hombre como tampoco mejor o peor persona.

Pero siguiendo con mi opinión, de todo esto concluyo que los burdeles son asombrosamente parecidos a un local de McDonalds: Todo está específicamente diseñado para provocar, para antojar, pero sobre todo para vender, desde la arquitectura hasta los colores se empeñan por crear un ambiente en el que cada detalle está estratégicamente cuadrado de tal forma que incite al sexo, al sexo por el sexo, y lo que en otro ambiente es consecuencia de sentimientos un tanto más personales aquí es una mercancía producida de forma tan masiva como mecánica, tal cual se fabrican las hamburguesas de la mencionada marca. En lo personal, siempre me han gustado más las hamburguesas cuando se les siente el sabor de la carne recién asada a punta de parrilla y carbón.

Ah, y créanlo o no, en el parcial del otro día me saqué un 4,2.

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