De primeras líneas y provocadores policiales
Opinión

De primeras líneas y provocadores policiales

Hoy viene a saberse, porque así lo pregonan la Fiscalía y la Policía, que su trabajo se funda en la actividad de agentes infiltrados en las primeras líneas

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noviembre 19, 2021
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De acuerdo con informes elaborados por las organizaciones defensoras de derechos humanos como Temblores ONG, Indepaz y el Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social, los casos de vulneración de derechos, capturas, maltratos y hasta torturas contra muchachos detenidos por la Policía en medio de las protestas del pasado Paro Nacional, sumaron en total 4.687 víctimas de violencia por parte de miembros de la fuerza pública.

Que se conozca, son contados los procesamientos de naturaleza penal contra los responsables de tales hechos. En contraste son cada vez más los casos judiciales que involucran a jóvenes en casos judiciales por la presunta comisión de graves delitos, durante las protestas generalizadas contra el actual gobierno. De hecho las recientes imputaciones acogidas por jueces de garantías contra 13 jóvenes de la capital de la república han despertado enorme incredulidad y zozobra.

El marco general en el que se cumplieron tales hechos puede resumirse en un estallido social en contra del pésimo gobierno de Iván Duque. Por todo el país desfilaron durante más de dos meses miles y miles de ciudadanos que expresaban su inconformidad por el abandono del Estado y sus políticas de hambre. Recordemos que un proyecto de reforma tributaria que expoliaba a los más pobres y favorecía a los más pudientes sirvió de detonante.

Hay que resaltar que las enormes y frecuentes protestas se cumplieron en su inmensa mayoría de manera pacífica. Grupos musicales, teatrales, diversas representaciones artísticas caracterizadas por su colorido e ingenio, imprimieron siempre un carácter cívico y festivo a lo que en realidad significaba el más contundente rechazo al estilo y la obra del Centro Democrático, a su máximo líder Álvaro Uribe y al que en todo momento fue llamado su títere, el actual Presidente.

Organizaciones obreras y sindicales, grupos barriales, estudiantiles, comunidades indígenas afrocolombianas y campesinas, partidos y movimientos de oposición, gentes sin partido pero igualmente irritadas, y sobre todo un caudal sin antecedentes de jóvenes, muchachas y muchachos que brotaban por miles de los sectores populares, se unieron de modo espontáneo en un grito airado que exigía atención en medio de la crisis acrecentada por la pandemia.

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Dos poderosas fuerzas enfrentadas, la de un pueblo indignado con su situación y la de un gobierno mediocre e indolente amparado por el aparato de fuerza y propaganda del Estado

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Eso no puede olvidarse ni desecharse de modo alguno. Dos poderosas fuerzas enfrentadas, la de un pueblo indignado con su situación y la de un gobierno mediocre e indolente amparado por el aparato de fuerza y propaganda del Estado. Según las voces del poder se trataba de un plan de desestabilización promovido desde Rusia, China, Venezuela y demás, financiado además por las guerrillas y disidencias. Una explicación absurda y ridícula muy propia de su condición.

Así que las manifestaciones y marchas pacíficas terminaron en enfrentamientos con la Policía. El empleo de gases lacrimógenos por parte de ésta encendía los fuegos. Con la diferencia de que de un lado muchachos inermes lanzaban piedras, mientras que del otro, policías apertrechados para el combate respondían con balas y con bombas, atropellando de manera brutal a quien cayera por desgracia en sus manos. Testimonios visuales sobran.

De repente aparecieron civiles armados disparando contra los manifestantes, resguardados y protegidos por la Policía, algo que comenzó a hacerse habitual en las protestas. Y también aparecieron las primeras líneas, grupos de jóvenes que enfrentaban con cascos y escudos de madera o lata la represión oficial. Al final algo se hizo evidente, las grandes mayorías se apartaban de los choques violentos y en su lugar quedaban grupos reducidos de jóvenes.

Hoy, gracias a las capturas e imputaciones contra decenas de estos, viene a saberse, porque así lo pregonan sin pudor la Fiscalía y la Policía, que su trabajo se funda en la actividad de agentes infiltrados en las primeras líneas. Supuestamente heroicos sujetos que de ese modo conocían a los jóvenes rebeldes, los identificaban y ubicaban, que incluso los filmaban e interceptaban. ¿Lo harían actuando como ciudadanos ejemplares de conducta intachable?

¿O más bien lo harían actuando como agentes provocadores? Los tipos que más gritan, que más alborotan e incitan, los primeros en agredir, en emplear la violencia contra los bienes públicos, llamando a los demás a que los sigan, tomando su liderazgo. Se trata de una viejísima práctica de los cuerpos de seguridad, negada y ocultada las más de las veces, pero publicada sin resquemor hoy por las autoridades. Esos provocadores siguen órdenes, planes, programas.

No solamente se encargan de descomponer y desmovilizar la protesta, sino de involucrar en la violencia a jóvenes entusiastas que caen en sus tramas. Claro, también en las protestas se cuelan los anarquistas, los que por concepción sólo creen en la violencia y que cumplen un papel semejante. El resultado final son muchos jóvenes acusados de gravísimos delitos, exageradamente. Y lo que es peor, el desprestigio de la inconformidad.

Hoy se nos presentan a la juventud y a la protesta como criminales. No seamos ingenuos, simplemente intentan manipularnos.

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