Algo patético tienen los esfuerzos del Gobierno por presentar al país una realidad diferente a la que existe. O la obsesión de la oposición por mostrar que la que existe es culpa de este Gobierno.
Parece haber consenso entre los analistas en que las medidas tomadas no son porque se controló la pandemia sino por lo contrario: porque los catastróficos resultados en el campo económico y social no permiten más decisiones como las que han llevado a este caos. No es la victoria sobre el coronavirus sino la derrota ante él.
Desempleo rampante (más del 20 % en el promedio nacional, pero afectando más donde más duro y más difícil es sobrellevarlo; quiebra de centenares de empresas; disminución alarmante del consumo; incremento de la pobreza y descenso de la clase media; descalabro de las finanzas públicas (inevitable por la pandemia, pero que de nada sirve negarlo con malabares de contabilidad o falsas informaciones); inminente descalificación de las calificadoras de riesgo; caída de la inversión extranjera y cuasi segura huida de capitales; disminución del comercio internacional; en fin…
Lo curioso es que si se excluyen los pocos que verdaderamente creen en los pajaritos dorados que pintan los funcionarios oficiales, coinciden los que representan el núcleo básico del statu quo -lo que los marxistas llamarían la burguesía- y la oposición. Para ambos estamos pasando por el peor momento o por lo menos por el más crítico de nuestra historia reciente. Y para ambos -así sea con diferentes interpretaciones- lo que se abre es la eventualidad de un retorno fuerte del péndulo hacia un régimen de izquierda; para los primeros, el peligro de lo que llaman el castrochavismo; para los opositores, la posibilidad de un nuevo modelo.
Pero el problema no son los eventuales errores cometidos en cuanto al manejo de la pandemia (que nos llevan a tener la cuarentena más larga del mundo y al mismo tiempo estar entre los países con cifras porcentuales más altas de casos y de muertes); o si son amañados los datos respecto a las sumas que se han destinado a combatir la pandemia y/o a la supuesta reactivación (poniendo como gasto lo que son garantías; incluyendo o renombrando como asignadas a esos propósitos lo que son partidas presupuestales preexIstentes; o utilizando y dando como efectivas vigencias futuras en rubros donde ni siquiera las actuales se cumplen).
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Se juega con el vocabulario hablando de ‘cuarentena inteligente’, ‘confinamiento preventivo’, ‘aislamiento selectivo’, y se dan nombres eufemísticos (‘homicidios colectivos’) a las masacres
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O que se juegue con el vocabulario hablando de etapas de ‘cuarentena inteligente’, de ‘confinamiento preventivo’ o de ‘aislamiento selectivo’, y que se den nombres eufemísticos (‘homicidios colectivos’) a los efectos de la violencia, con masacres que aumentan dramáticamente sin que asuma ninguna responsabilidad el Estado porque ‘quienes los cometen son los delincuentes’. La violencia en general crece ya no como consecuencia del enfrentamiento que ve el gobierno de una insurgencia contra el Estado, sino, como un prueba de su incapacidad para controlarlas, entre bandas criminales que se disputan diferentes espacios de nuestra geografía.
Puede que se diga que todo esto es una visión pesimista o la que promueve la oposición; y sin lugar a dudas lo que muestra el gobierno como realizaciones corresponde también en algo a verdades. Pero estos son hechos que conforman nuestra realidad. Y justamente lo grave es que nos limitamos a debatir alrededor de opiniones y presentaciones en relación con esa realidad, y en eso nos empantanamos. No nace o aparece ninguna fuerza o propuesta que se enfoque en la necesidad de cambiar la realidad. Todo son ajustes para seguir adonde nos lleva la inercia y no arrriesgarnos a salir de ella: ajustes económicos que ordena el modelo neoliberal; ajustes a un sistema político pseudodemocrático que no funciona; ajustes a una Administración de Justicia absolutamente inoperante; etc… Es la política de que todo se ajuste pero que nada cambie.
Nos contentamos con que nuestra ‘zona de confort’ es el subdesarrollo y con controvertir sobre cómo vamos dentro de él, pero no cómo salir de él. No hacemos o intentamos que pasen cosas, sino las cosas pasan y nos acomodamos a ellas. La estabilidad es lo prioritario, no importa que ésta sea en la mediocridad. Sobre eso parece ser el ‘acuerdo sobre lo fundamental’ al cual tanto retóricamente aspiramos.