“Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”. Así dice la letra de una bella canción de Facundo Cabral de hace décadas y hoy la recordé por una noticia maravillosa que leí en la página Web de la Acín, Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca: “El 22 de junio de 2013, dando la bienvenida al año nuevo andino, el Cabildo Indígena de Kitek Kiwe (en Timbío, Cauca) posesionó su nueva Junta Directiva, integrada únicamente por compañeras indígenas que serán las encargadas de liderar el proceso organizativo de la mano de la comunidad”
Aunque la atención de muchos y muchas ha estado centrada en los “grandes temas nacionales”, como los escándalos de la “gente bien” que menciona Cecilia López y las cortinas de humo para tapar las pésimas políticas, decisiones y trampas, ha trascendido un poquito el congreso del Cric en sus 42 años de existencia. Sin embargo, lo que pasa con las mujeres en las comunidades indígenas no se asoma en ningún titular.
La trama de la exclusión es muy fina. A los efectos evidentes de esta, tales como falta de oportunidades, pobreza y discriminación, subyace una cultura que naturaliza las desigualdades, las jerarquías y nos hace que ya ni nos preguntemos qué hay de cierto en nuestros prejuicios. El racismo es una de las discriminaciones más interiorizadas y legitimadas.
Aunque el racismo se ha vuelto políticamente incorrecto y la mayoría de personas afirmamos una y otra vez que no somos racistas, continuamos reproduciendo en nuestras vidas actitudes de desprecio, burla, descrédito en las capacidades de las personas con otros rasgos físicos diferentes al que ha dominado, al que llamamos a veces blanco (jijiji) y a veces mestizo. En algunos casos lo máximo que logramos hacia las personas indígenas, negras, mulatas, Rom, de baja estatura o discapacitadas es una especie de lástima condescendiente, pero no logramos mirarlas como a iguales ni admirarlas como iguales, ni reconocer nuestras deficiencias frente a ellas.
Y hay que hacer una sincera autocrítica desde los feminismos y otros humanismos y movimientos sociales que reproducimos el racismo. Las mujeres, por ejemplo, solo contamos con las conquistas que logramos las mestizas de clase media, solo contamos nuestras historias como si fuera La historia de las mujeres.
Por eso es tan importante este logro de las mujeres indígenas del Cauca. Las mestizas solemos sentir mucho pesar por las condiciones en las que están las mujeres indígenas en el país. Y sin desconocer la estructura patriarcal que existe en las comunidades indígenas, hay que decir que las feministas no solemos ver las estrategias de resistencia desplegadas por las indígenas, porque ellas utilizan repertorios diferentes a nuestras luchas y protestas.
Lo digo con enorme emoción y alegría: las indígenas del Cabildo Kitek Kiwe han logrado que sus pueblos les otorguen el reconocimiento y la confianza que merecen por ser gestoras de desarrollo, por su claridad política, por su lucha inclaudicable a favor de la libertad de la tierra y autonomía de su cultura.
Y ahora viene el contraste irónico: las mujeres feministas hemos dado durante décadas la lucha por obtener el 30% de los puestos de decisión, logro que quedó refrendado por la ley 581 del 2000 y que trece años después, aún no se respeta y exige que a cada rato nos toque demandar y presionar. ¿Pobrecitas quiénes?