Si cada vez que un político dijera una mentira le creciera la nariz como a Pinocho, estaríamos llenos de narizones. El hijo de Gepetto, ese personaje de la literatura infantil, era un buen muñeco, algo díscolo, pero bueno. Sus mentiras no pretendían hacer daño a nadie, al único que perjudicaban era a él mismo que veía deteriorado su aspecto físico con un apéndice cada vez más largo en la cara.
Eso no pasa con la gente de la política que miente para beneficio personal y sobre todo para engañar a sus electores. Mienten los corruptos que se apropian de los recursos públicos y mienten los malos gobernantes para esconder su ineptitud o incapacidad.
Desafortunadamente, no tenemos la magia de ese cuento para que les crezca la nariz a todos y todas las mentirosas que auparon el No en el plebiscito por la paz. Sin embargo, algo se les debe haber notado como resultado de sus mentiras para que una magistrada del Consejo de Estado decidiera que el resultado de ese mecanismo de participación fue motivado en irrealidades.
Quienes mintieron, ahora dicen que los otros también lo hicieron, en un cinismo más grave que la mentira inicial. No es ético defenderse acusando a otros de hacerlo. Si los del bando contrario mintieron esa no es excusa para sus propias falsedades. Si los del No dijeron, por ejemplo, que el Acuerdo de Paz implementaría la ideología de género, eso fue una mentira y punto. Nada vale decir que los del Sí aseguraron que volvería la guerra. Entre otras cosas porque lo primero es y fue totalmente infundado, nada decía el acuerdo al respecto de la “ideología de género”, sin embargo, cosa muy distinta fue decir que si se negaba el acuerdo volvería la guerra. Esto era una presunción, un vaticinio, que podía o no resultar cierto, lo que es muy distinto a una falsedad.
En el otro extremo de las mentiras literarias está la fábula del Pastorcito Mentiroso que engaña una y otra vez a su gente con el anuncio de la llegada del lobo solo para divertirse viendo el miedo del pueblo. Una y otra vez la gente le creía, sin tomarse el trabajo de verifica o constatar la presencia de ese animal tan peligroso. Gente boba o por lo menos ingenua, esa que se fiaba del muchachito que había convertido la mentira en una forma de vida.
Pastorcitos de esos tenemos por montones, llaman permanentemente al miedo para con ello sustentar su importancia y hacer que el pueblo los crea imprescindibles, dizque porque vigilan que no nos coma el lobo. Lo complicado es que a estos pastorcitos mentirosos, por ahora, no les pasa nada, la gente sigue oyendo sus voces alarmistas y falsas.
A estos pastorcitos mentirosos,
por ahora, no les pasa nada,
la gente sigue oyendo sus voces alarmistas y falsas
Que vamos a convertirnos en una república castrochavista, que los homosexuales obligaran a nuestros niños a ser gais, que el país va camino al despeñadero económico, etc., etc. Mienten y siguen mintiendo para generar miedo y sustentar su prestigio político hacia las próximas elecciones.
La mentira como arma política no puede ser premiada. Es más peligrosa que cualquier otra arma porque legitima sentimientos nada saludables para una democracia como el miedo y los odios y porque desata acciones incontrolables como la persecución, el asesinato y la discriminación.
Los pastorcitos mentirosos son muy peligrosos y deben ser señalados sin timideces. Esos que mintieron para ganar el plebiscito son politiqueros mañosos, que seguramente también mintieron en el pasado y lo seguirán haciendo hacia el futuro, solo que a diferencia de la fábula, estos hacen un daño real en Colombia.
Para las personas de las2orillas.co y en especial para mis lectores una muy feliz Navidad y grandioso 2017.
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