Según la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa), en Colombia ha habido 579 periodistas víctimas de agresiones, que van desde acoso judicial hasta el asesinato, solo en el 2020. Además, años atrás, hemos tenido pérdidas irreparables como Guillermo Cano, Jaime Garzón, Flor Alba Núñez, entre muchas más.
Y eso no es todo, noticieros reconocidos y premiados por su labor investigativa se han visto en la penosa y vergonzante necesidad de hacer colectas para seguir funcionando; revistas han desaparecido y han sido víctimas de atentados terroristas; y hasta se ha exiliado a nuestro único premio nobel de literatura.
Por otro lado, solo en este año han sido asesinados 250 líderes sociales, algunos frente a sus familias, y a otros les han ido asesinando a sus seres queridos en retaliaciones tenebrosas. Horrores a los que nos hemos ido acostumbrando, pero que, en un ejercicio modesto de empatía y mínimo de imaginación, conmoverían a esa gente anestesiada por las ocupaciones y el bombardeo de individualidad de este sistema egoísta.
Entonces, a pesar de que a diario caminamos por un país tapizado en sangre, hay periodistas que se quejan de que en redes reciben burlas y de que hay seguidores groseros y toscos. Así mismo, existen políticos que solo han liderado desde la comodidad y tras líneas de sus escoltas alzan sus voces solo para decir que hay quienes polarizan.
Hablar de padecer insultos, burla y polarización en un país donde la muerte es el pan de cada día de humildes familias, de aquellos que se atreven a contar las verdades de comunidades y de aquellos que deben defender la vida propia —más que ideologías o insulsos temas políticos y que lo que padecen son las balas, la humillación y el hambre— es de una insensibilidad y una fragilidad cómoda, mimada y malcriada realmente detestable y aborrecible.
Sería menos espantoso escuchar que alguien se queja de la sopa fría en Somalia. Ojalá entendieran que la furia social se debe a que se ha llegado a un punto en el que se ha apretado tanto la soga de la alienación y de la desigualdad que las injusticias y su apoyo o minimización es pasar una aguja por un globo inflado de aire caliente.
Si no son capaces de soportar el descontento de un pueblo endurecido por el descaro de los medios y el abuso de los políticos, no deberían acercarse con sus personalidades de cristal a los filosos campos de las redes. Algún día cuando nuestras preocupaciones solo sean los resultados de los partidos de fútbol, tener el celular de moda, sufrir un bache en la carretera y mil cosas baladíes, quizá enfilemos nuestras energías y desahogos en cosas más productivas que en deslavazados directores de medios y presuntuosos exgobernantes.
No es justificable que alguien sienta que lo agreden en redes, pero a veces son solo una respuesta digital al apoyo directo o tácito de agresiones reales.