Estamos en un momento sui generis en la política electoral en Colombia. Lo primero que habría que tener en cuenta es que hemos transitado por un estallido social que se prolongó por más de mes y medio, en el cual el gobierno de Iván Duque estuvo en vilo y trasnochando ante la inconformidad de tan enorme multitud que se volcó a las calles de todas las ciudades colombianas. La respuesta del gobierno fue la infiltración y la más brutal represión policial, con un saludo de más de 50 muertos (cifra variable según el organismo que los cuente). También se observó la parsimonia del gobierno en la voluntad de solucionar los reclamos populares. No obstante, se logró frenar medidas antipopulares.
Por otro lado, está el desprestigio tan grande que ha ido adquiriendo el uribismo con la confesión de 6.402 crímenes por parte de exmilitares y exautodefensas. El crimen del presidente haitiano, Juvenels Moïse, contribuye a ensombrecer la imagen de quien ha incidido en la orientación del país en las dos últimas décadas.
Este panorama nos está indicando que el uribismo como fuerza hegemónica está llegando a su ocaso. Es por ello que el candidato del Centro Democrático Iván Zuluaga está muy lejos de figurar entre los más opcionados de llegar a la presidencia. Además, ya tuvo su desgaste frente a Juan Manuel Santos, en las que su participación no despertó mayor interés.
De los tres tristes tigres tiene que salir una sola opción. Fico Gutiérrez es un tigre pintado, no tiene el perrenque que requiere la campaña; como la gran mayoría dedicado a atacar a Petro y quien se opuso a que este hiciera una manifestación pública hace cuatro años.
Fajardo, triste más que tigre, no ha logrado superar su tibieza. No raja ni presta el hacha, pero se puede convertir en el peón de Uribe. Además, a Fajardo lo tiene mal parado el escándalo de Hidroituango de cuando fue gobernador de Antioquia; últimamente, la Fiscalía lo ha llamado a ampliar indagatoria.
El tercer tigre triste es Alejandro Gaviria, quien nunca despegó y sus elogios al exministro Hacienda Alberto Carrasquilla, al ser nombrado como asesor del Banco de la República, lo envían al sótano.
Continuando nuestro recorrido nos encontramos con Enrique Peñalosa, un uribista pura sangre que se ha dedicado a compilar fragmentos de los discursos de Petro para decir, con su tono gomelo, "Ay, Petro es un charlatán: habla bonito, pero cumple poco". Aquí sí hay que tener en cuenta que Peñalosa llegó a inaugurar las ejecutorias de la Alcaldía de Petro. Ese estilo no le ayuda. Recordemos un eslogan de la alcaldía de Peñalosa que pasaban en televisión: "Somos impopulares, pero tenemos las mejores ejecutorias". Ellos mismos se responden.
En otro sector nos encontramos a la Coalición de la Esperanza, donde la figura más visible es Juan Manuel Galán, quien no ha definido qué hacer con la reciente devolución de la personería jurídica del partido de su padre, el Nuevo Liberalismo. Robledo, del Moir, resultó siendo un tránsfugo. Sus declaraciones diciendo que "no estamos a favor de ninguno de los extremos" lo condenan a terminar con su último periodo como senador.
Hasta este punto, y, junto al abanico de cerca de 50 precandidatos, la mayoría son garantes de la política neoliberal.
Esto quiere decir que uno de estos precandidatos, en caso de llegar a ser presidente, le darían continuidad a la entrega de los bienes públicos a los grandes monopolios. Es decir, que la salud y las pensiones serían un bien para el usufructo de los grupos económicos como el de Luis Carlos Sarmiento Angulo o el GEA (Grupo Empresarial Antioqueño). Y, asimismo, el encarecimiento del Soat, los peajes, los combustibles, entre otros.
Por su parte, lo que propone Gustavo Petro es una política liberal. Es decir, garantiza el modo de producción capitalista con una economía de mercado. Se compromete a comprar, con recursos del Estado, los grandes latifundios (más de 1.000 hectáreas) a fin de entregarlos a medianos y pequeños cultivadores para poner a producir comida, que es lo prioritario para la humanidad, para hacer una Colombia más humana.