Egipto
24 de abril de 2019. 10 a.m. Hace frío y llueve en Bogotá. Salgo de la estación Las Aguas de TransMilenio por el lado sur. Voy al barrio Egipto. Me interesa conocer las acciones de los jóvenes de ese barrio que antes pertenecieron a pandillas y ahora son guías turísticos en el sector.
A las 10:30 llego al barrio. Andrés Quintero, uno de los guías que antes fue un pandillero, me da la bienvenida. Cada casa tenía pinturas en su fachada con simbologías indígenas. ¿Por qué las casas están pintadas así?, le pregunto a Andrés quien viste jean azul desgastado en la pierna derecha, camisa azul oscuro, zapatos tenis negros y un morral azul con líneas rojas. “Cada casa tiene su símbolo. Acá hemos sabido que estamos al lado de una frontera ya invisible, que si nos podemos dirigir a la izquierda, no podemos pasar ninguno. Por eso se pintaron los venados, porque el venado es calma y también es tempestad en la selva y es el primer animal que hace sentir todo el riesgo de lo que se viene encima”, dice Andrés.
Andrés cuenta que decidieron hacerlo a lo chamán, a lo indígena, porque en esas culturas el venado es la representación de la tranquilidad, la paz y la calma. Pero también dice que es tempestad, peligro y desolación, no en vano es el venado el primero que sale corriendo cuando algo malo se acerca. Por eso dice que lo pintaron en la entrada del barrio, porque es una frontera donde cualquier persona que esté parchando, como el venado, les va avisar si otro anda por ahí con malas intenciones.
Algo de historia
Egipto es uno de los barrios de las periferias de Bogotá y hace parte de la localidad de la Candelaria. Según el Atlas del Paisaje publicado por el proyecto Artesano, es un hito de la ciudad por sus más de 400 años de existencia y ha sido llamado “el guardián de la historia”. Allí se vive la estigmatización y la exclusión social. Hay personas que no se acercan por temor o desconfianza. Ahí se pueden encontrar desplazados por el conflicto armado colombiano, jóvenes que estuvieron en bandas criminales, ladrones, e incluso rondan los recuerdos de aquellos que fueron asesinados en esa parte de la capital colombiana. Hoy es un territorio de diversidad, historias y grafitis en una relación simbólica con lo ancestral, la cultura muisca y la pacha mama. “Ahora ya no se vive la inseguridad como antes, pero si alguien entra al barrio solo, tampoco está exento de que lo atraquen”, dice Andrés.
En el barrio también hay una pintura que tiene escrita la frase “piedra, papel o tijera”. La historia es así: cuando alguien entra al barrio y quiere hacer labores sociales, ellos se dan cuenta de que trae o no la buena intención en la espalda y cuando eso sucede, los habitantes del barrio juegan al “piedra, papel o tijera”, y dependiendo del resultado permiten que las personas interesadas desarrollen o no sus proyectos allí.
En 2009, llegó a Egipto el proyecto Legión del Afecto, un programa que según Prosperidad Social de la Presidencia de la República de Colombia, busca que jóvenes que han sobresalido por su compromiso social propicien verdaderas acciones de paz en barrios y veredas e identifiquen a su vez nuevos jóvenes que serán parte del proceso para que se conviertan en gestores de paz, desde lo cotidiano y en beneficio de sus propias comunidades.
Muchos jóvenes del barrio Egipto estaban al borde de la muerte criminal, se veían tentados a tomar el camino del dinero fácil. Gracias al proyecto se decidieron a terminar los problemas entre ellos y a buscar formas de convivencia. “Las pandillas no eran conformadas por jóvenes, sino por familias. Los enfrentamientos a muerte era entre familias. Pero los jóvenes nos cansamos de la guerra y dijimos que no más”, dice Andrés.
La legión del afecto fue la primera que llegó al barrio para impactarlo favorablemente. Logró visibilizar las fronteras que ni siquiera los jóvenes sabían que tenían y permitió que muchos líderes que estaban ocultos y silenciados por la misma guerra, se dieran a conocer. La Legión, a través de lenguajes alternativos, abrió las puertas para que los jóvenes del barrio lograran mostrarse a través de lo que sabían hacer: payasos, bailarines, cuenteros, pintores, entre otros.
Eso los hizo enamorarse más del arte y darle valor a su existencia. “Después del 2014 fue infierno. Y duró más o menos hasta el 2016. En ese año conocí gente nueva, parche nuevo, de acá del mismo barrio y me dije ‘yo no quiero ser más eso’”, dice Andrés.
Caminando hacia el bosque con Andrés por un pasillo de casas de madera y pintadas de colores vivos, nos encontramos con unas plantas. Andrés me explicó que eran medicinales, que servían para el dolor de las articulaciones. De repente Andrés grita: “¡Magdala, ven. Ven para acá!”. Era su perra pitbull que apenas lo oyó gritar salió corriendo hacia la parte de abajo del camino. ¿Por qué se llama Magdala?, le pregunto. “Por María Magdalena. En la historia de la Biblia María Magdalena, era prostituta, era una mercancía. Entonces, cuando yo rescaté a la perra para todo el mundo era mercancía. Todos en el barrio esperaban a que esté gordita para sacarle cría”, dice Andrés.
Mamá Elena
Cuando íbamos subiendo por la entrada del barrio, Andrés miró a una señora y la saludó. “Hola, Mamá Elena”, le dijo Andrés, y ella le respondió: “Hola, mijo”. Entonces me contó su historia. “Ella es Mamá Elena. Es como la naturaleza. Recogió tantos niños que hoy en día son doctores, abogados, y a otros que están muertos”, dice Andrés. Mientras Andrés me contaba, nos acercamos a donde estaba ella. “¿Hace cuánto vive acá?”, le pregunté. “Hace 50 años. Llegué el 07 de agosto del 1967. Yo soy boyacense, de Gachantivá”, me contestó. Y le seguí preguntando: “¿Por qué se vino a vivir acá?”. “¡Ah no! Mis papás se vinieron y arrastraron con uno, uno no podía decir no”, me dijo. Según Andrés, ella sí me podría contar la historia completa. Los años en que ellos mismo pavimentaron los caminos de piedra. “Eso de que digan que no, que fueron los españoles. Fuimos nosotros. Hubo un político que nos regaló los materiales: las piedras, el cemento…y entre toda la comunidad… o sea, esto se empedró. Cada cual daba de lo que tenía. En las casas grandes guardaban las piedras, los cementos y al otro día unos soltaban las piedras, otros cocinaban”, dijo Mamá Elena.
Andrés conoció a Miguel Ángel en el barrio. Los dos hicieron parte de la Legión y propusieron la idea de los tours. Él había salido de la cárcel hacía un mes y estaba construyendo su casa en una parte inclinada cerca al bosque. Los tours por el barrio empezaron en 2009, pero hubo un momento en 2016 que se cansaron, se dieron cuenta que se estaban muriendo por ellos mismos. Un día se preguntaron ¿por qué nos vamos a matar? Y también pensaron que en vez de abordar a los gringos y robarlos, era mejor cobrarles por la entrada al barrio y hacer turismo, que los gringos digan: “Uy, salí de Egipto caminando y no me robaron”.
Andrés y los demás guías siguen trabajando en el turismo del barrio. El seis de enero, día de reyes, inspiró la pintura que significa la pérdida de las costumbres de fiestas anteriores cuando el desfile iba desde el cerro de Monserrate hasta Egipto. El dinero que recogen con el turismo lo reparten entre las personas del barrio que tienen necesidades para poder continuar con sus proyectos familiares.