De palabras y banderas

De palabras y banderas

Por: José Rubio Martínez
mayo 31, 2014
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De palabras y banderas

Para una alta valoración de la palabra debe existir una alta valoración de la vida, son cuestiones íntimamente ligadas y casi que impensables la una sin la otra. Del maltrato al otro, de su silenciamiento y ocultamiento mediante el lenguaje, se está al borde de liquidarlo, de desaparecerlo. El no reconocimiento, el desprecio por cualquier razón son poderosos allanadores de un camino que únicamente conduce al desastre.

Décadas y décadas de ruinas humanas nos han enseñado que en los tiempos de mayor agitación es fundamental una dosis de quietud, de tranquilidad, de permitirnos ¨sentipensar¨ al vaivén de las circunstancias concretas nuestro rol en el mundo, nuestro compromiso con nosotros mismos y nuestro minúsculo aunque decisivo aporte a una historia que ha sido hecha en años luz. Décadas y décadas de ruinas colombianas también nos han enseñado que nos cuesta trabajo avanzar, que en donde es imposible habitar nuestro territorio porque estamos atados a la supervivencia cotidiana es también imposible reconocernos y solidarizarnos con nuestros semejantes, que el temor, la duda, la desconfianza, han cobrado un protagonismo exacerbado, manifiesto en nuestra miradas por encima del hombro, en el ¨estar moscas¨, ¨estar pilas¨, en el ¨no dormirse¨: toda una lógica del discurso que se ha venido apropiando y cerrando nuestras posibilidades de hermanarnos.

Nuestras palabras son nuestras banderas, capaces no solo de permitirnos una comunicación en los términos más instrumentales que uno pueda considerar, sino que, todavía más importante, son nuestra manera de situarnos en el mundo, de atribuirle valor y no precio, de apropiarnos de él y de irnos haciendo en una relación dialéctica, de reconocerme en el otro y entender que con él nacen formas de ser, que aunque propias, no hubiesen sido posibles de hallar de no ser porque aquel estaba allí. Con el desconocimiento del otro morimos nosotros mismos, con su presencia, real y efectiva, nacemos nosotros y los otros que llevamos dentro.

Los colombianos no estamos ad portas de retornar a la era de la violencia y de la descalificación basada en prejuicios que nos cierran la puerta del diálogo, esa era que se instituyó y pretendió arrasar con cuanto de humanidad tuviéramos, por el contrario, la inquietud y la zozobra que algunos manifiestan ante lo que estamos abocados es un posible indicio de que no hay camino atrás. Y no lo hay porque en la intimidad de los hogares, en la vida comunitaria, la incomunicación y la intolerancia feroz se fueron instalando como un principio que a veces tiende a regularnos más de lo que nosotros podemos contenerlo. La vida en muchas escuelas sigue siendo la asimilación de discursos y no el entendimiento de quiénes somos, poco o nada importa el saber que alguien posea si no tiene un sello Icontec.

Habrá que intentar, en todo caso, con todo entereza, con toda dignidad, con todo el grito necesario, encontrarnos a nosotros mismos y entender que es con quien está al lado con quien podemos avanzar hacia una paz de la cual nuestra cotidianidad haga parte; tendremos que desaprender la burla y el cinismo que se promueven por doquier y que en ocasiones reproducimos; tendremos que retornar a las palabras y sus banderas, a saber con sumo cuidado y modestia si hacemos la guerra a todo costo, mezquina, egoísta, amiga de los emporios de la muerte, o si empezamos a trazar senderos, harto imperfectos y por ello rebosantes y necesitados de toda nuestra capacidad propositiva, de una reconciliación basada en nuestras propias e inmediatas posibilidades de realización, una que no espera a que el poder decrete e impulse o apoye o colabore, sino una en la que nos permitamos volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser: así, juntos, nosotros, en plural. Recordando en todo momento, por ejemplo, aquella oración que se escabulle en medio del Nuestra América, de José Martí, y que en buena parte da razón de su poesía, de sus banderas, de su alta valoración de la vida: ¨Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece.¨

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