24 de diciembre. ¡Mierda!, me dije, como si fuera una sorpresa, una novedad, como si ello no me llevara martirizando al menos cinco días, ¡cínico de mí! Faltaba su regalo, el regalo de ella, ¿de quién más va a ser? El único regalo que doy, mi único compromiso, y no lo he comprado. Los argumentos en mi defensa son infinitos, y el de peso, mi carta mayor, no es otro que la falta de money money. Salgo a la calle y reviso en el primer cajero mi saldo, sabiendo, como sé, que el único que me debe un poco de dinero, el vagabundo del negro Morales, no me va a pagar nunca, ¡menos un 24 de diciembre!, y menos aún tendría la gentileza de depositar en mi cuenta lo adeudado. La verdad, es que no veo al negro Morales con esas delicadezas. Ante el drama, no queda otra que resguardarme en cualquier bar, tal vez me encuentre con un poeta amigo, en los bares aterrizan los poetas y en los bares las penas se disipan, entre barman y clientes nos arreglamos a todos, psiquiatras del ron, nos decimos, y llegar a la casa ya tardecito, haciendo un pequeño teatro y con un cuento bien rebuscado que perdone mis olvidos. Y los pecados. Ya después, con calma y otro día, habré de convencerla de que no todos los hombres somos unos desgraciados, unas malas fichas.
De olvidos y pecados
El hombre sabe en el fondo quién es, qué siente y cómo actúa. Tal vez un cínico al no saberse como un "desgraciado". Un microcuento del escritor Manuel Mejía G.