Una vez más la lectura ha alcanzado un nivel de discusión en nuestro país. A raíz de los resultados de unas pruebas internacionales en las que a menudo participan los estudiantes de secundaria de Colombia, varias voces se han levantado para comentar el bajo nivel alcanzado por los estudiantes. Algunos columnistas de los medios nacionales se han referido al tema, no sin dejar pasar la ocasión para insistir en el precario estado de nuestra educación.
Lo importante del hecho no es tanto que la lectura vuelva a ser una preocupación dentro del plan de estudios de los estudiantes colombianos -hecho ya de por sí significativo-, sino que los diagnósticos vuelvan a repetirse al momento de proponer algunas soluciones. Como esto pasa, es normal que se incurra en fórmulas y salidas, no solo repetitivas sino faltas de pertinencia. Por ejemplo, una de las falacias es abordar el problema con soluciones genéricas aplicables a toda la población que se piensa intervenir sin tomar en cuenta sus particularidades. Esta metodología olvida un principio fundamental: los seres humanos no somos iguales. Valga un ejemplo para ilustrar mi posición.
Hace algunos meses un profesor me contó la siguiente historia: al llegar a su sitio de trabajo, una compañera le prestó un libro para que lo leyera, pues sabía de su gusto por la literatura. Entusiasmado por el gesto, éste abrió su maletín y sacó un ejemplar del ensayo de Christopher Hitchens, Dios no es bueno. Pero antes de mostrarle el título le dijo a su compañera, como tratando de disculparse, que si no tenía prejuicios lo podía leer. “más que una diatriba en contra de dios, le dijo, es un alegato en contra de las religiones…" Después, ella eludió de manera cortés la invitación a leerlo.
He recordado la anécdota por varias razones, pero quiero resaltar una. Así como no hay un lector modelo, también son distintos los caminos por los cuales las personas llegan a ser lectores. Ese es el factor que, a mi modo de ver, se olvida muchas veces en la planificación de los programas que buscan incentivar la lectura. Leer por placer, leer para ser mejores personas, leer para acceder al conocimiento, son fórmulas que poco o nada tienen que ver con la naturaleza ni de la gran mayoría de nuestros estudiantes, ni de la lectura misma.
Por esta razón, es posible que un diagnóstico equivocado genere una solución equivocada. Me gusta pensar que algo así pasa cuando consideramos la lectura en la escuela, en la universidad, en la sociedad. El caso de la compañera de mi colega ratifica la enorme complejidad del tema; son múltiples las relaciones que la gente ejerce con los libros, tantas historias detrás de la empatía o la antipatía hacia ellos nos dicen más de cada sujeto que del efecto que la lectura podría obrar en ellos.
Otro factor que puede estar fallando en la promoción de la lectura es que en muchos de los planes institucionales participa gente que normalmente lee. De tal forma que las directrices son trazadas tomando en cuenta el criterio de un lector hacia un no lector o hacia un lector ocasional. ¿Por qué pensar que mi experiencia como lector, que no se agota en los libros que leo, sino en la forma en que esos libros reconfiguran mi ser, puede ser trasmitida a otras personas? ¿Es eso posible? Creo que no lo es porque la lectura no pertenece al ámbito público de las personas.
Por el contrario, explicamos la condición de lectores sólo apelando a nuestra condición privada, íntima. Eso deja claro que leemos porque necesitamos evadirnos, fugarnos, escapar a la soledad o refugiarnos en ella, encontrar nuestro sentido en el mundo, resistir. Nótese que en todo esto no he mencionado el progreso ni el placer que trae consigo la lectura. Ambas cosas no son compatibles por sí mismas.
¿Qué hacer, entonces?. Para que la gente lea deben cambiar muchas cosas en la sociedad. Aunque importante, no ses suficiente la compra de más libros, ni la construcción de más bibliotecas, ni la creación de más planes de lectura. Hoy como siempre la lectura sigue siendo una práctica de élite, una actividad relacionada con el ocio, y recordemos que el ocio es así mismo elitista. Esto no significa que no debamos insistir para que la lectura tenga sentido para nuestros hijos y estudiantes. Que al leer puedan comprender las cosas de otro modo, normalmente mejor. Que la lectura les permita descansar de tanto ruido.
Un paso muy acertado para pensar de nuevo en la lectura en la vida de los individuos no es preguntarse por qué las personas no leen, sino acercarse mucho más para tratar de entender por qué leen los que leen. Tal vez develar el sentido de esta práctica nos arroje más elementos de juicio y así poder pensar, al fin, cómo le hacemos.