La salud mental en Colombia está por fin llegando a la agenda de los legisladores y encargados de la salud pública. Según el SISPRO (Sistema Integrado de Información de la Protección Social), el “porcentaje de personas que requieren y son atendidas al menos una vez en los servicios en salud mental” desde el 2009 a la fecha no ha hecho otra cosa que crecer, pasando de porcentajes inferiores al 19%, ubicándose ahora en cifras superiores al 30%.
Lo anterior da cuenta de una sociedad plagada de síndromes, trastornos y enfermedades. Todos contamos con alguna forma de estas, sin embargo, creo que en algunos casos y para algunos roles de nuestra sociedad estas deberían ser un impedimento para el efectivo desarrollo de las funciones del cargo.
Por ejemplo, el narciso cree ser superior a todos; es arrogante y prepotente. Se considera único, especial, dueño la verdad. Rasgos que lo hacen pensar que todos somos poca cosa para él y tal vez por eso solo debe relacionarse con personas de su “categoría”.
El mundo del narciso es pequeño, pues solo él cabe allí. No le interesa la opinión de alguien más, pues ella resultará irrelevante, él ya lo concluyó sin siquiera atender la primera frase de su interlocutor. Pero el narciso no es nadie si no es admirado.
Por eso cuando de relaciones personales se trata, allí todo colapsa pues impera la envidia. Un narciso no dudará en pasar por encima de ti, si así logra su cometido.
Por otro lado, tenemos al sociópata o antisocial. Quien padece el trastorno de personalidad antisocial tiende a mentir sistemáticamente, quebrantar las leyes y comportarse de forma impulsiva; asimismo, no se preocupa por su propia seguridad ni por la de los demás.
Un sociópata no siente vergüenza ante sus actos, así estos hieran a otros. Mienten sistemáticamente con el ánimo de ganar la confianza de otros, son manipuladores; advierten las debilidades e inseguridades de los demás y de esta forma logran manipular.
El sociópata no experimenta ningún remordimiento frente a la ilegalidad, ni al daño causado por sus actos, por eso sigue insistiendo en causar más perjuicios hasta tanto su conducta enfrente una judicialización.
Sus conductas casi siempre bordean el código penal, independientemente de su habilidad para delinquir siempre deja huellas evidentes y finalmente es cobarde cuando debe asumir la responsabilidad de sus daños.
Un sociópata en buena medida se parece un narciso, y ambos en gran medida resultan contar con rasgos bastante similares, si lo comparamos con los actores de un segmento bastante notorio de nuestra sociedad. Un segmento que a todas luces desarrolla un rol determinante para nuestro devenir como país. Nuestra clase política.
Ojo que no todos caben en la descripción anterior, sin embargo, se pueden advertir bastantes con rasgos que, si bien no dan para un diagnóstico clínico, si dejan el tufillo en el ambiente.
En alguna columna hablé sobre las nuevas banderas e ideologías políticas que hoy cursan en nuestra dinámica política. Hablaba de los ideólogos de centro y la nueva y “remasterizada” socialdemocracia. Sobre ello me refería a la sarta de imprecisiones que soportan el andamiaje filosófico y los pilares narcisistas en los que se fundamentan sus líderes.
Señores que, al verse marginados de la mermelada burocrática enfilaron baterías en contra del ejecutivo, argumentando falacias disfrazadas de populismo, sembrando minas conceptuales que logran deteriorar la confianza en el aparato político nacional.
Es que son “caídos del zarzo”, creen que deteriorando la reputación del ejecutivo actual saldrán ellos avante. Señores, permítanme abrirles los ojos, deteriorar la reputación de las instituciones, solo logra llevar nuestra sociedad un paso más cerca de la anarquía.
El pueblo no tendrá memoria, pero sí un límite en su tolerancia, frontera que estamos próximos a conocer. Así como el sociópata, estos ilustres no sienten vergüenza por sus actos, todo lo contrario, creen tener la razón absoluta como el narciso.
Olvidan que ellos por décadas, han hecho parte y han sido responsables del meollo en el que nos encontramos. Ellos han contribuido sistemáticamente y en buena medida con el desprestigio que tienen nuestras instituciones; no mientan, el problema no es este gobierno, eso viene de mucho más atrás.
Por eso, identificar al narciso y al sociópata resulta de vital importancia. Un narciso siempre tratará de recordarnos sus logros, tratará de convencernos de que ellos y solo ellos nos pueden llevar a la meta, pues ellos y solo ellos tienen las capacidades para lograrlo.
El sociópata también se puede advertir a partir de sus actos; actos irresponsables revestidos de duda, sospecha y velos de ilegalidad. Gestiones turbias bajo la mesa, que solo procuran consolidar su hegemonía y poder.
Creo yo, que ya estuvo bueno de narcisos y sociópatas a la cabeza de nuestro aparato político; es hora de reconocer y acompañar nuevos liderazgos. Gente buena encontramos en todas partes, en todos los partidos y en todas las tendencias políticas.
Esa gente buena que tomó la decisión de lanzarse a hacer política debe ser reconocida y respaldada por todos, pues no podemos seguir sirviendo de idiotas útiles a los intereses obscuros y sin vergüenza de personajes vetustos de la política nacional y local.
Aquí el refrán que dice “mejor malo conocido que bueno por conocer” no aplica más. Todo lo contrario, “escoba nueva barre bien” es el que debemos apropiar.