En este país de guerras fratricidas y festejos gozosos, se vive al borde de la muerte y en el pretil de la alegría, quizá por lo que significa no ser uno más de los que alimentan las estadísticas forenses y entonces, seguir respirando inspira para componer un canto inmortal.
Las noticias criminales son más sintonizadas y pormenorizadas que las noticias culturales. La muerte en su significado macabro —no estético— llama más la atención que una musical noticia que llegó exactamente de Windhoek, Namibia, en la décima reunión realizada por el Comité Intergubernamental de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.
El vallenato es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Pocos medios lo reseñaron en estos días como cuando se gana Miss Universo, el Giro de Italia o es bombardeado un campamento de los enemigos del régimen. No vale la pena festejar en titulares algo que solo tiene que ver con la cultura popular, el repentismo transgresor y las crónicas de juglares andariegos como el viento.
Los que contamos con la fortuna y dicha al mismo tiempo de haber nacido en estas tierras caribes de impuros y mestizos, atolondrados con el asombro cotidiano y la picaresca del mamador de gallo en serio; crecimos escuchando los cantos de Bovea y sus vallenatos, Abel Antonio Villa, Juancho Polo Valencia, Alejo Durán y Los Hermanos López; en una oportuna mezcla con las rancheras y corridos mejicanos y el son cubano que nos entregaba noticias de unos cantantes que eran de la loma y que cantaban en el llano.
La cultura popular de ese entonces, amplificada por la radio en su banda de AM, pregonaba que la sencillez de la palabra encerraba una complejidad musical inmensa: “Sobre el juncal florido del riachuelo, viene volando un pájaro amarillo…” (Eso es un joropo con merengue de Rafael Campo Miranda).
Entendimos que los campesinos
cuando combinaban el acordeón con el machete,
la voz y el sombrero; se llamaban Juancho Polo Valencia
Las primeras advertencias que escuché sobre los andariegos y caminantes, a los que la música les imponía un sambenito para luchar y burlarse de la muerte, las cantó Abel Antonio Villa, cuando regresó de correrías y encontró su propio velorio, al que de manera dicaz agregó: “La muerte de Abel Antonio en mi tierra la sintieron los muchachos, fueron cinco noches que me hicieron de velorio, para mis nueve noches todavía me deben cuatro… Esta muerte se me acumula, para que este negro muera, que no me cave sepultura, que yo vivo adentro y estoy afuera.”
Entendimos que los campesinos cuando combinaban el acordeón con el machete, la voz y el sombrero; se llamaban Juancho Polo Valencia, cargado con luceros espirituales que volaban más alto que el hombre y había una mujer con nombre de barco pesquero, “Alicia adorada”, que la vida le arrebató y solo le dejó los recuerdos en todas las parrandas o también, le reclamaba a los hombrecitos majaderos cuando éstos se pasaban de la raya y le robaban sus pertenencias.
Que la medicina no podía
con las penas de amor de Rafael Escalona
en la voz del negro más grande que ha dado Colombia: Alejo Durán
Que la medicina no podía con las penas de amor de Rafael Escalona en la voz del negro más grande que ha dado Colombia: Alejo Durán (“campesino elemental como el agua”). Ambos, Rafael y Alejo, nos hicieron creer que El mejoral era lo mejor para esos grandes dolores que producen las mariposas amarillas en el estómago de los ingenuos amantes.
Hubo un mejor tiempo donde las metáforas intentaban gritarnos lo sensible que era sucumbir ante el amor en versos de Fredy Molina que se inventaba un dolor envuelto en plumas “Como pájaro que vuela alegre y aunque viaja herido no lo encuentran/ Y que en la inmensidad se pierde como si no llevara pena…”
Este inventario doloroso y gozoso al mismo tiempo, es el que cargo en mis alforjas de andariego y en mis silencios que extrañan al sonido y la furia de la infancia.
Esos cantos viajaron con el viento, desde el otro lado del rio grande de la Magdalena, se mojaron con las garzas y el ganado, los pastizales y arroyos y descansaron en los recodos rurales por donde aún transitan los recuerdos en un caballo brioso y esquivo.
Deseo quedarme con esas cosas gratas, sagradas y olorosas a tierra mojada y a yuca fresca. Celebremos lo de la Unesco como un punto de partida para el viejo vallenato que anida en nuestras consciencias caribes hechas a pulso y resistencia cultural.
Coda: de los herederos recientes me quedo con “Nativo del Valle” del genial Alberto Beto Murgas, en la voz atronadora de Poncho Zuleta, cuando nos recuerda el legado y el linaje: Valle a ti, cantaré, Yo soy tu pregonero/El que canta bonito, Los versos del pilón/Te diré, que yo soy/El de sangre mezclada/El que narra su historia/Con caja y acordeón… Yo soy chimila/ Soy bullerengue/ Soy andaluz/ Pero nativo…