El origen de la inmigración quindiana en Nueva York, tiene su génesis en Freeport, Long Island, en la década de los 70s. Los montenegrinos, que pisaron tierra allí, encontraron luego su oasis en un pueblo de New Jersey llamado Morristown, donde el caricaturista Thomas Nast, creó la versión moderna de Santa Claus y el logo del elefante republicano. Es en este punto de la geografía y del tiempo donde el escritor y periodista colombiano, Joaquín Botero (Bogotá 1972), ha escogido concentrarse, porque ahí fueron a residir (los Berrío Ramírez) sus familiares.
De Montenegro a Morristown es un agradable y minucioso reportaje, compuesto de 14 crónicas, que describe la dinámica de un grupo de colombianos procedentes de Montenegro, Quindío, y su interacción con el ambiente laboral y social estadounidense. En un estilo claro, ameno y objetivo, no exento de humor, Joaquín Botero nos conduce por un tramo de 40 años para contarnos sobre los pioneros y las nuevas generaciones de inmigrantes montenegrinos, así como su lucha para lograr disfrutar, sino del sueño americano, por lo menos de un pedazo del pastel.
El resultado es una imagen panorámica de la idiosincrasia pueblerina que no tiene afán de gran ciudad y (aunque algunos logran sus metas), se conforma con la vida del ghetto, una extensión de lo que pudiera haber sido la vida allá en Colombia. Según el censo estadounidense de 2011, en Morristown vivían unos 2 mil montenegrinos. Considerando que muchos evaden el censo por estar indocumentados, esa cifra podía ser el doble. Actualmente se calculan más de 5 mil.
En el interesante día a día en que se sumerge para realizar su trabajo, el periodista (que se moviliza en transporte público y bicicleta y no tiene celular) describe olas migratorias más recientes, como la centroamericana, en relación a la, ahora más añeja, de los montenegrinos. Como reportero profesional, (graduado en la Universidad de Antioquia y empleado en El Diario de Nueva York) Botero, ilustra desde los temas más triviales, como los viajes, las rifas y las fiestas (a las que dedica capítulos enteros) como los problemas serios que aquejan a la comunidad: deportaciones, alcoholismo, violencia domestica, fraude, apatía política, etc. La creación del club Montenegro Cívico Internacional como recurso y apoyo social y educativo de los integrantes de la colonia significó uno de los mayores logros de los pioneros. Aparte cita la guía espiritual y lazo entre comunidad y gobierno local, del pastor David Silva, así como el activismo de dos colombianas, Esperanza Porras Field y la ex monja y ex sindicalista Diana Mejia, la una para prevenir que “pisoteen a su comunidad” y la otra para crear conciencia sobre las actitudes de sus compatriotas respecto a los centroamericanos a los que apodan memes y que consideran inferiores.
Que Estados Unidos es un país para viejos, opina Botero, quizás teniendo en cuenta los beneficios sociales que aún amparan a los de la tercera edad, mientras uno de sus entrevistados asegura lo contrario, aludiendo a la soledad, a la barrera del idioma, que contribuyen al aislamiento amargo en la vida de los inmigrantes envejecientes.
Botero es un duro autocrítico con respecto a su habilidad como escritor. Esto es atribuible al escritor en él que lucha con el reportero por protagonismo. “No es un trabajo de ficción”, nos aclara. “Esta serie de piezas periodísticas sin continuidad ni estructura calculada, intenta retratar sus vidas presentes y ahondar en el pasado. No sé usar las herramientas de investigación y análisis de la historia, la antropología ni de la sociología. Ni estoy interesado”.
Pero es que en De Montenegro a Morristown, la realidad supera la ficción. El reportaje fluye e invita no solo a la lectura sino a no dejarla, a querer más. El periodista hace su tarea y se informa bien. Sus observaciones son inteligentes y sus conclusiones acertadas. Botero se complace en resaltar el manejo de un idioma que no cesa de evolucionar, en contacto con el inglés y el español de otras regiones. Que se fusiona con el nuevo, con el generacional, y demuestra el fenómeno del español colombiano: Es creativo. “Colaborar” anota Botero, es “un verbo comodín.” “Entra en mi lista” escribe en otra línea (resulta atractivo, simpático). La palabras que surgen de la necesidad (spanglish) como mantenimiento (maintenance), el emilio (email) y la mina de sinónimos y apodos regionales como Cerote (pelele), huecazo (don nadie); los motes familiares: Peligrito, el chupis, la honey, el tío Zapatin.” La lectura, en el estilo de Botero resulta una experiencia grata, deliciosa.
Lo del ghetto no es un fenómeno aislado en los EE.UU, sino más bien la norma, en esta corriente globalizadora de las grandes urbes del mundo. Aunque es un pueblo relativamente pequeño, Morristown se ha convertido en refugio de comunidades de inmigrantes. En un mosaico, un collage de culturas, como llaman hoy en día al fenómeno los norteamericanos.
Como documento histórico, DMAM reconoce la importancia del tópico. Es un documento sociológico (aunque Botero insiste que no lo es) porque no solo es diario personal sino colectivo, y refleja la experiencia de otras migraciones. Es una ilustración de las motivaciones que conllevan al individuo a emigrar. Casi siempre las mismas en todas las épocas: superarse económica y socialmente lo cual requiere desarrollar habilidades y mejorar la educación. Botero recoge las historias y progresos familiares, sobre las continuas llegadas y regresos, matrimonios (a veces arreglados) los trabajos, empezando de abajo; estudiar, entrenarse y por fin conseguir un trabajo mejor remunerado; la unión familiar para comprar una casa en la que poder acoger a amigos y familiares. La dispersión y asimilación de los hijos a la cultura del inmenso país; recomenzar la odisea, para buscar de nuevas oportunidades y formar nuevas familias.