“… queda claro que quizás no haya peor lector de los pensadores franceses que el entomólogo Alexis López (…) Pero las malas lecturas de los franceses se infiltraron en el discurso de la derecha en Colombia” (Camila Osorio y Rocío Montes, elpais.com).
Crecen los caudales de tinta y las conferencias virtuales sobre una idea política de producción reciente y sorprendente resonancia en Colombia: “la Revolución Molecular Disipada (la RMD)”. La idea fue formulada por Alexis López Tapia, un personaje con ciudadanía chilena que hasta hace muy poco era (des)conocido como miembro de un reducido grupúsculo de la ultraderecha radical chilena, nostálgico de una dictadura que cayó hace más de treinta años (pero cuya constitución jurídica recién va a ser “tumbada”). En esta columna trataremos de ir más al fondo del asunto.
En la primera parte de este escrito (1) (y aquí se debe insistir) pudimos ver que el asunto más importante, urgente y peligroso que nos viene con la idea de la RMD. Es que al ser material de estudio por parte de oficiales militares y policías colombianos, y difundido por el expresidente imputado Álvaro Uribe (2) (quien a su vez es el líder político del actual presidente y partido de gobierno de Colombia), ha venido a desempeñar un papel de primer orden en la doctrina contrainsurgente y su aplicación concreta en la represión y censura del actual ciclo de protesta social en Colombia, bajo una consigna: la protesta social, nombrada como molecular, se debe aplastar de manera rápida y contundente mediante el tratamiento de guerra, que incluye el uso de proyectiles letales (y “menos letales”) lanzados con armas de fuego. De lo contrario —nos dice hoy el uribismo—, la revolución escalará y copará a las fuerzas del orden, instalando el caos y la anarquía. La consecuencia empírica, en solo unos cuantos días, han sido decenas de civiles asesinad@s y cientos de herid@s, torturad@s, violad@s y desaparecid@s por agentes estatales y paraestatales; crisis que solo tiende a agravarse día tras día (con el reciente tratamiento de la minga indígena como “hordas criminales” nos abocamos a un posible genocidio en Cali).
Así pues, está claro que el problema central que nos viene con la idea de la RMD no se reduce a una discusión filosófica que puedan “iluminar” los eruditos universitarios. No obstante, más adelante también vamos a aclarar esa relación audaz —propuesta por el propio señor López— entre filosofía, política, guerra civil y juego de Go. En efecto, López dice haber tomado el concepto de varios filósofos franceses posestructuralistas de izquierda, particularmente de Félix Guattari (quien publicó en 1977 el libro La revolución molecular), pero además dice haber encontrado una íntima relación entre dicha visión de la revolución y el milenario juego chino de estrategia llamado weiqi, conocido en occidente como Go.
Según este señor, la nueva estrategia que la izquierda comunista americana ha venido desarrollando desde 1990 (coincidiendo con la caída de Pinochet) para “conquistar” América se basa en el posestructuralismo filosófico francés (bajo las formas de deconstrucción y transhumanismo) y las estrategias del juego de Go. Semejante mezcla entre paranoia neonazi, lenguaje político de la Guerra Fría, filosofía posmoderna y un antiguo juego oriental, todo proveniente de un entomólogo de profesión y político aficionado, ha desatado en los últimos días (y no era para menos) un gran revuelo en la política, el periodismo y la academia colombianas.
Por lo pronto, la pregunta que aquí nos ocupa es: ¿debería dársele algún crédito al discurso filosófico-político-estratégico de un neonazi que no es profesional ni en política, ni en filosofía, ni en arte militar, ni en el juego de Go? Una vez superada esa primera pregunta tan ramplona (que tomo del ambiente de opinión actual) podrán plantearse otras más interesantes; pero por cuestiones de espacio, en esta columna solamente nos podremos ocupar de esa pregunta, y dejar para una tercera y última entrega la cuestión filosófica y estratégica (estrategia política, militar y de juego de Go).
En efecto, de las innumerables palabras que he leído y escuchado al respecto en los últimos siete días, casi todas se han quedado enfrascadas en la primera pregunta, sin prácticamente avanzar hacia ninguna otra. O bien acreditan las palabras del señor López por considerarlo “un patriota” (postura que ni comparto ni aquí me interesa darle visibilidad), o bien desacreditan sus palabras mediante las falacias ad hominem y del hombre de paja; es decir, atacan principalmente a la persona de López y, en segunda instancia, “refutan” y se burlan (como si fuera un chiste) de argumentos caricaturizados que no son en realidad los expuestos por López. Veamos esto más de cerca.
En primer lugar, lo desacreditan por lo que es (¡neonazi!, ¡supuesto admirador de Hitler!, ¡justificador de Pinochet y revisionista de la historia de la dictadura!), se le descarta como persona intolerante y despreciable cuyas ideas no deben ser tenidas en cuenta ni toleradas (la famosa paradoja de la tolerancia liberal postulada por Karl Popper); en segundo lugar, por lo que no es y se considera que tendría que ser para poder ser escuchado: no es ni político profesional, ni politólogo, ni militar, ni estratega militar, ni filósofo, ni profesor de ninguna universidad. ¡Es solo un entomólogo! Parecen gritar todos al unísono, como el segundo “gran argumento” (de autoridad).
En tercer lugar, el hombre de paja. Han leído tan a la ligera al señor López (alguien tan despreciable y tan poco calificado, al parecer, no merece su atención) que lo ponen a decir cualquier cosa. En su caricatura de paja, López sería solo un trasnochado fascista anticomunista y antidemocrático de la Guerra Fría que, al no entender nada de filosofía, habría tergiversado a los autores, confundido varios temas diferentes, y enredado todo el asunto con el “único propósito” de justificar y legitimar la represión policial y militar en esta coyuntura. Aquí argumentaré por qué esa subestimación del adversario político es un grave error.
Así, los diversos expertos y expertas en las materias en cuestión han dicho que el señor López no entiende nada de sus respectivas áreas de experticia (incluso lo tildan de “bruto”, “idiota”, “loco”, etc.). No obstante, lo cierto es que la fracción guerrerista de la derecha colombiana, incluido un sector del Ejército Nacional y la Policía Nacional, parecen seguirlo atentamente como alguien que entiende bien algo importante para ellos. Esa paradoja es la que aquí hay que explicar. Por supuesto, hay que partir del hecho de que aquello que López entiende bien no son propiamente los temas de filosofía, de política democrática, de relaciones internacionales, de estudios de “defensa” o de juegos orientales. Es algo muy diferente, aunque en este caso hace uso de esos distintos lenguajes (en los cuales, es verdad, no es experto) para ser pensado y expresado por parte de este personaje y a quienes él representa y sirve.
Digamos de una vez por todas quién es el señor López y qué es lo que entiende bien: es un “guerrero posmoderno” (3), un guerrerista, un hombre que libra una guerra contrarrevolucionaria y que desconoce la diferencia entre combatientes y no combatientes de esa supuesta guerra civil, cuyo teatro de operaciones sería toda América. Una supuesta guerra civil librada entre “patriotas americanos”, en cuya vanguardia estarían Donald Trump y los neonazis, y en el otro bando, estarían los “traidores a la patria”, cuya peligrosa vanguardia sería, en la jerga uribista, el “castrochavismo” y el hoy llamado “vándalo-terrorismo”.
Desde ese lugar de enunciación, este hombre de guerra entiende perfectamente bien que la izquierda en América (entendida como un conjunto amplio y diverso), a diferencia de la izquierda europea, no ha renunciado por completo a las estrategias bélicas para tomarse y mantenerse en el poder o, en otras palabras, que a pesar de todos los discursos y las buenas intenciones democráticas de la mayor parte de esa izquierda, se sigue produciendo, en la práctica empírica, una combinación de todas las formas de lucha para atacar al capitalismo y, con él, destruir las formas privilegiadas de vida (patriarcales, machistas, racistas, xenófobas, aporofóbicas, heteronormativas, etc.) que los ultraconservadores como López y el uribismo están dispuestos a defender por todos los medios y hasta la muerte o, para ser sinceros, hasta la muerte de sus lacayos, ya que ellos mismos y sus hijos no van a ir al campo de batalla.
Se trata, pues, de un hombre de guerra. A propósito de estos, dicen los filósofos Deleuze y Guattari (a quienes López ha leído atentamente) en su libro Mil mesetas: “Desde el punto de vista del Estado, la originalidad del hombre de guerra, su excentricidad, aparece necesariamente bajo una forma negativa: estupidez, deformidad, locura, ilegitimidad, usurpación, pecado (…). El guerrero está en la situación de traicionarlo todo, incluida la función militar, o de no entender nada” (1988, p. 362). Es la misma opinión que se sostiene hoy sobre López y que tenían los historiadores sobre un guerrero como Gengis Khan (guardando las proporciones), que “no entendía nada” sobre los fenómenos estatal y urbano.
Para Deleuze y Guattari, la explicación de esto es que las máquinas de guerra son la exterioridad pura de la forma estatal, y esta última “constituye la forma de interioridad que habitualmente tomamos como modelo, o según la cual pensamos habitualmente” (p. 362), por lo que, en realidad, terminan siendo los profesionales de institución los que no entienden al hombre de guerra. Así, nuestros “prestigiosos profesionales” de todas las instituciones tradicionales (partidos, medios masivos y academia), naturalmente han subestimado la palabra de este hombre de guerra y al hombre mismo por sus palabras, desconociendo la gran verdad histórica de que lo relevante del hombre de guerra no es la coherencia de su palabra, sino la velocidad (incluso brillantez aunque sea delirante y paranoica) de sus conexiones, y los efectos prácticos contundentes de sus ideas político-militares llevadas al teatro de operaciones.
A esos prestigiosos opinadores profesionales hay que recordarles que los proyectiles —impulsados precisamente por las ideas de guerra aquí comentadas— siguen impactando y destrozando los cuerpos de jóvenes de las clases populares en los campos y en las calles de las ciudades colombianas; hay que recordarles también que en las décadas de 1920 y 1930 un personaje oscuro como Alfred Rosenberg (que de profesión era arquitecto) recibía las burlas de todos los sectores profesionales alemanes por su estrambótica teoría racial, su extraña propuesta ocultista de “cristianismo positivo” y la idea descabellada de Lebensraum (espacio vital del Reich), ideas que más tarde se convertirían en la ideología oficial del partido nazi alemán, con las consecuencias trágicas que conocemos. Por eso hay que reiterarles a las y los opinadores: ¡La guerra no es un chiste!
Coda
En la tercera y última entrega de esta columna (de muy pronta aparición) finalmente podremos ocuparnos de lo que importa. ¿Qué quiere decir la idea político-militar “revolución molecular disipada” desde el lugar de enunciación del hombre de guerra López y del líder guerrerista Uribe y no de los “prestigiosos profesionales”?, ¿por qué a dicho proceso se le ha comenzado a nombrar precisamente RMD y qué tienen qué ver con ello Félix Guattari, Jacques Derrida y el juego chino de Go? Y, finalmente, ¿por qué es tan importante escuchar y entender al señor López aunque no nos despierte buenos afectos? Advierto que las relaciones que este propone sí son pensables (no son solo un “eslogan” o un rumor electoral) y, más aún, son de una velocidad y audacia sorprendentes, por lo que deben ser tomadas muy en serio en los próximos años, si no queremos ver —por primera vez en nuestra historia republicana— un verdadero ascenso del fascismo en Colombia.
Notas
1. Disponible acá.
2. En la primera parte de este texto se nombró al expresidente como “exconvicto”, no obstante, dado que esta persona sí estuvo en prisión domiciliaria como “medida de aseguramiento”, pero no ha sido condenada por un delito jurídicamente probado, tal denominación no es precisa. Por eso aquí se ha optado por rectificar y usar —en el mismo medio y con la misma difusión— la más precisa: imputado. Ofrezco disculpas a los y las lectoras, y al aludido, por la imprecisión terminológica.
3. Este término lo tomo del trabajo de Jorge Giraldo Ramírez (2010), La guerra civil posmoderna. Siglo del Hombre Editores, Instituto de Filosofía Universidad de Antioquia, Fondo editorial Universidad EAFIT.
* Mg en Ciencia Política, doctorando en Filosofía, jugador amateur de Go, miembro del observatorio En Movimiento.